Zapatos rojos por las mujeres asesinadas

Foto: Ámbar Barrera

Foto: Ámbar Barrera

Josué Cantorán

@josuedcv

Brillantes bajo el sol del mediodía, ordenados cuidadosamente en pares, varias decenas de zapatos rojos colocados a lo largo de la plaza del Teatro Principal sirvieron para una cosa: llamar la atención de los paseantes ante una problemática que, aunque se discuta mucho en foros especializados y algunos medios de comunicación, sigue haciendo un eco insuficiente en el ciudadano común: los feminicidios.

La artista Elina Chauvet, originaria de Ciudad Juárez, creó la instalación “Zapatos rojos” en 2009. La idea es simple: en un espacio público se colocan zapatos rojos, el color de la sangre, cada uno como una ofrenda a las mujeres desaparecidas o asesinadas, las que ya no pueden caminar entre nosotros más que así, simbólicamente.

La instalación también nació ante la necesidad de crear nuevas formas de hablar sobre la violencia en un contexto donde el tema se volvió tan cotidiano que empezó a parecer natural, y haciendo uso de las herramientas con las que el arte público y performático ha redefinido la protesta social.

–Me parece que de alguna manera es una forma más fuerte, visiblemente hablando –explica Maricruz Cruz, responsable de la instalación en Puebla, en entrevista con Lado B–, porque pasa la gente y ve los zapatos e inmediatamente les llama la atención, entonces cuando nos preguntan qué significa, y aparte que sean zapatos rojos, nosotros les podemos decir que representa la ausencia de las mujeres, y que vayan en caminata, o que los vayamos (colocando) así, implica o representa que tenemos la esperanza de que los seres queridos regresen en algún momento.

Y así sucedió en Puebla. Al pasar, hubo a quienes las dos largas filas de zapatos rojos les arrancaron una mirada de sorpresa, una sonrisa, o la curiosidad de saber qué hacían ahí, entonces se acercaban a la manta que, colocada a un costado de la instalación, alertaba que 63 por ciento de las mujeres mayores de 15 años en México ha sufrido algún incidente de violencia, esto según datos obtenidos por el INEGI en 2013.

Hubo también alguna despistada que preguntó si los zapatos estaban en venta, pero también hubo quien se acercó y se ofreció a pintar un par o a escribir un mensaje de apoyo para hacer crecer la instalación pública, colectiva, de denuncia.

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La mañana del 13 de agosto, hace menos de una semana, algunos medios locales informaban de la muerte de Adriana Ruiz Ortiz, de 33 años de edad, asesinada en su propio domicilio por su pareja sentimental, Juan Bautista Tochomit, de 38, quien le propinó golpes con un martillo frente a sus hijos.

Un feminicidio ocurre cuando una mujer es asesinada por la misoginia estructural que construye nuestra cultura y de la que aún no nos libramos, que la violencia de género sigue tan presente que las estadísticas nos arrojan datos escalofriantes y que, pese a las legislaciones, el acceso a la justicia no se da sin toda una serie de obstáculos

Las imágenes de la víctima llegaron a las portadas de algunas secciones policiacas que se exhibieron por toda la ciudad y, sólo un día después, la Procuraduría General de Justicia de Puebla informaba que Bautista Tochomit ya había sido recluido en el Centro de Reinserción Social por el delito de feminicidio, luego de que las pruebas técnicas y periciales no dejaran lugar a dudas sobre su responsabilidad en el crimen.

Pero la justicia no es siempre tan expedita.

Después de que en septiembre de 2012 el Congreso del estado reconociera por fin la problemática y tipificara el feminicidio como un delito grave, aún no existen protocolos claros de investigación o que permitan discernir cuáles homicidios dolosos perpetrados contra mujeres serán considerados feminicidios.

Una investigación de Lado B publicada el 30 de junio de este año ponía de manifiesto que sólo un feminicidio había sido castigado en el estado, esto en contraste con los siete casos reconocidos por la PGJ, con los nueve registrados por el Tribunal Superior de Justicia del estado, y más aún con los 68 casos documentados a partir de revisiones hemerográficas por organizaciones de la sociedad civil.

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En algunos países fuera de México, como Italia, se han realizado réplicas de la instalación de Elina Chauvet. Los zapatos rojos, en visita por latitudes tan lejanas, son un recordatorio de que aquí, en este país, la violencia contra las mujeres, que alcanza su máxima expresión en los casos de feminicidio, es el pan de todos los días.

Datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones de los Hogares (Endireh), levantada por el Inegi en 2011, arrojan, por ejemplo, que 44 por ciento de las mujeres mexicanas han sido víctimas de violencia sexual. Puebla, además, resalta como el quinto estado donde la incidencia de violencia de género es mayor, ubicándose por encima de la media nacional.

Por ello la necesidad de hacer saber a la gente la gravedad del problema, que no es cosa de risa ni es asunto menor. Y si eso se logra tomando los espacios públicos del país para llenarlos de zapatos rojos, y luego trípticos y carteles con información al respecto, siempre habrá organizaciones dispuestas a hacer ese trabajo.

En Puebla, la primera ciudad mexicana donde se replica la instalación, la organización encargada fue Diverpsige AC, aunque ya en otros estados se han ido planeando nuevas réplicas.

–La idea de la artista –cuenta Maricruz– es que (el proyecto) sea mundial y que una vez que suceda la instalación mandar todos los zapatos de regreso, así como los mensajes, para que ella pueda hacer una magnoinstalación.

Luego de una donación de unos 150 zapatos, no todos rojos, porque algunos fueron pintados ahí, al momento, y después secados al sol y colocados en el piso en una instalación que fue creciendo al mismo tiempo que las horas de la tarde, más personas en Puebla, mujeres y hombres, niños y adultos por igual, supieron que un feminicidio ocurre cuando una mujer es asesinada por la misoginia estructural que construye nuestra cultura y de la que aún no nos libramos, que la violencia de género sigue tan presente que las estadísticas nos arrojan datos escalofriantes y que, pese a las legislaciones, el acceso a la justicia no se da sin toda una serie de obstáculos.

Los zapatos se quedaron ahí, por una tarde, en recordatorio de las mujeres que ya no pueden caminar entre nosotros, en memoria de Agnes, Talía, Karla, Judith o Araceli, y de Adriana Ruiz Ortiz, la víctima más reciente de ese cruel sistema de la impunidad y la muerte.

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