El caos y el orden

Casa de citas/ 165

 

El arte es lo contrario del caos

Ígor Stravinski

 

Un grupo de mujeres académicas se reunieron para formar el Taller de Teoría y Crítica Literaria “Diana Morán”. Como resultado han publicado varios libros; el que he leído es Rosario Castellanos. De Comitán a Jerusalén (Tecnológico de Monterrey-CONACULTA, 2006), conformado por ocho ensayos –y una entrevista a Dolores Castro– de distintas autoras.

Aunque hace tiempo, cuando escribí mi libro Chiapas cultural. El Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas (Secretaría de Educación, 2006), para el último capítulo “Rosario, la Atenea”, leí y releí la obra completa de esta enorme escritora de origen comiteco (aunque nacida por azar en el D. F.), no resisto la tentación de citar algunas citas de los ensayos. En “Pasaporte a la poesía de Rosario Castellanos”, Luz Elena Zamudio R. cita de Poesía no eres tú este brevísimo e irónico diálogo con Góngora (p. 44):

“Ayer naciste y morirás mañana”

¡Dios mío! ¿Y mientras tanto?

 

En “Ser mujer como otro modo de ser”, Blanca L. Ansoleaga cita las palabras de Rosario declaró a Emmanuel Carballo (p. 64): “El amor es un elemento catastrófico […] Ya no es un elemento sobrenatural, ese especie de rayo que cae sobre los elegidos y los destruye. Es algo cotidiano, algo que propicia la convivencia. Algo que se puede tener al alcance de la mano, como un vaso de agua. Un amor mucho más doméstico. Ya no es, como era antes, una fiera desencadenada”.

Y en “De la literatura al cine: de ‘El viudo Román’ a El secreto de Romelia”, Maricruz Castro Ricalde cita unas líneas del cuento de Rosario “Lección de cocina” (p. 117): “Y un día tú y yo seremos una pareja de amantes perfectos y entonces, en la mitad de un abrazo, nos desvaneceremos y aparecerá en la pantalla la palabra ‘fin’ ”.

 

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Emilio Carballido, en Tiempo de ladrones. La historia de Chucho el Roto (Grijalvo, 1983: 112), hace decir a su personaje central: “Los artistas son cosa delicada. Mira tú en una huerta: hay árboles de fruta muy sabrosa, hay hortalizas en el suelo, y hay papas y camotes bajo la tierra… Tú trabajas limpiando la maleza, sembrando, cosechando. Esa huerta es el pan con el sudor de la frente, trabajar por castigo… Y jadeando, te paras a secarte el sudor; ahí tienes entonces a las flores para posar tus ojos, y para olerlas. Y así puedes pensar cosas mejores y contemplar el cielo. Esos son los artistas: si no estuvieran ellos, todo sería una huerta de papas enterradas”.

Sobre el mismo tema opina António Lobo Antunes en Cartas de la guerra, correspondencia desde Angola (Debate, 2006: 109): “Es muy conveniente ofrecerles a los artistas oro, incienso y mirra, hacerles sentir que los admiramos y que en el mundo no existe nadie más que ellos, hablo por propia experiencia”.

 

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Obra de Manuel Velázquez.

Obra de Manuel Velázquez.

En “Zorros chinos” (Universidad Veracruzana, 2000), Emilio Carballido (el volumen incluye también “Luminaria” y “La prisionera”) ubica la historia en algún lugar de Michoacán, en el siglo XVIII. Mujeres pobres y maltratadas por sus maridos desaparecen; entran a una dimensión donde los recibe un príncipe chino, con cola de zorro, y son tratadas como reinas.

Yuriria, quien por primera vez toma los mejores vinos, disfruta de una rica comida y es agasajada con bailes y cantos, pregunta por qué su familia está, según el príncipe, constituida de animales en grado menor (esos somos los humanos, según la obra). Él responde (p. 88): “La pobreza los crea. Tienes un grupo de hombres, amables. De mujeres dulces: y les echas encima la miseria. Poco a poco se van volviendo animales furtivos, peligrosos, que dan pánico”.

 

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En Pornografía, obsesión sexual y tecnológica (Tusquets, 2004), el documentado y lúcido ensayo de Naief Yehya, cuando toca el tema de las míticas (nadie las ha visto, dice) películas snuff, que (p. 261) “en inglés coloquial significa ‘matar’ ” y que se usa para referirse “a asesinatos reales filmados”, cuenta una historia real y sorprendente (Pp. 265-266): “En diciembre de 2002 fue arrestado el técnico en computación Armin Meiwes”, de 41 años, quien por internet “buscaba a un hombre joven y de buena constitución para comérselo. Bernd-Jurgen Brandes” se ofreció “ya que su propia fantasía era ser devorado por otro hombre”.

Los dos hombres se reunieron. “Meiwes le cortó el pene a Brandes, lo flameó y ambos comieron. Más tarde Meiwes lo apuñaló, cortó el cuerpo y siguió consumiendo partes de su víctima durante varios días. Meiwes realizó un video de dos horas, documentando el proceso, partes del cual fueron mostradas durante el juicio”. La pena no fue muy alta, pues “fue condenado a ocho años de cárcel”, supongo que por la anuencia manifiesta de su “comida”.

 

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Bárbara Jacobs reunió en su magnífico volumen Antología del orden al caos (Joaquín Mortiz, 2013) los textos de veintidós creadores –músicos, escritores, pintores, bailarines, actores y directores de cine–, cuya particularidad es que, pese a haber vivido en condiciones de adversidad, caóticas, fueron capaces de hacer arte, gran arte.

El músico Ígor Stravinski dice (p. 21): “Para ser francos, me vería en un apuro si quisiera citarles un solo hecho que, en la historia del arte, pueda ser calificado como revolucionario. El arte es constructivo por excelencia. La revolución implica una ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional. Y el arte es lo contrario del caos”.

En “El diario de un loco”, el gran Nikolai Gógol escribe (p. 30): “Dicen que en Inglaterra apareció un pez que dijo dos palabras en un idioma tan raro, que los sabios llevan tres años estudiándolo, y están como el primer día. También leí, en el periódico, sobre dos vacas que se metieron en una tienda y pidieron una libra de té”. Y el mismo loco, que un día descubre que es el rey de España, reflexiona (p. 41): “La gente se cree que el cerebro humano se aloja en la cabeza; y no es cierto: lo trae el viento del mar Caspio”.

Vincent Van Gogh en sus cartas a su hermano Teo da un consejo magnífico (p. 50): “Encuentra bello todo lo que puedas”.

Anton Chéjov, en “El pabellón n° 6”, que es más una novela breve que un cuento, donde un hombre respetable es transformado por la inteligencia de quien se supone es un loco, dice (p. 74): “La inteligencia tampoco resulta eterna, es, como todo, perecedera”; y más adelante (p. 84): “El sabio o un simple pensador, un hombre que razona, se distingue de los demás justamente en que desprecia el sufrimiento. Siempre está satisfecho y no se asombra de nada”; y también (p. 91): “Sólo la inteligencia tiene un interés y es digna de considerarse, pues todo lo demás es nimio y bajo”.

Uno de los varios méritos de este libro es que la selección no es sintética (publica, por ejemplo, completa “La metamorfosis”, de Kafka) y no se queda nomás con escritores. Isidora Duncan, la famosa bailarina, dice en las páginas escogidas de “Mi vida” (p. 130): “Estoy convencida de que todo lo que un hombre hace en la vida empieza cuando es muy niño. Hay muy pocos padres que comprenden que lo que suele llamarse educación no hace más que llevar a los niños a la vulgaridad e impedir que hagan nada bello ni original”.

Virginia Woolf escribió en “Un cuarto propio” (p. 217): “Una buena comida es muy importante para una buena conversación. Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si uno ha comido mal”.

En la nota que Jacobs hace sobre el célebre pintor Marc Chagall, antes de publicar fragmentos de “Mi vida”, lo cita (p. 274): “El amor que me tuvo mi madre fue tan grande, que para justificarlo he trabajado lo más que he podido”.

Y antes de “Historia de mi vida”, de Charles Chaplin, Jacobs lo cita (p. 291): “En el único encuentro que tuvieron, Albert Einstein le dijo a Chaplin: ‘Lo que he admirado siempre en usted es que su arte es universal. Todo el mundo lo comprende y lo admira’. A lo que Chaplin respondió: ‘Lo suyo es mucho más digno de respeto. Todo el mundo lo admira y prácticamente nadie lo comprende’ ”.

De mi admirado Ryunosuke Akutagawa, Jacobs escribe (p. 316): “En Nota para cierto viejo amigo mío, su texto suicida, razona que está perdiendo la energía vital, ‘como lo demuestra el hecho de que he perdido el apetito por la comida y las mujeres’ ”, y es de “Rashomon”, el cuento de Akutawaga, esta idea (p. 320): “Tomó a la vieja por el brazo (de puro hueso y piel, más bien parecía una pata de gallina)”.

En la nota sobre Augusto Monterroso, con quien estuvo casada, Jacobs cuenta que (p. 348): “Su primer empleo fue en una carnicería cuyo dueño le regaló las obras completas de Shakespeare”.

Y de “Una conjetura”, de Salvador Elizondo, el último del volumen y el único mexicano, es esta idea que habla (p. 372) “de unos peces de Australia dotados de un sistema respiratorio que es a la vez branquial y pulmonar, que por las tardes emergen de las aguas del río y van volando a posarse en las ramas de los árboles de la ribera para cantar y ver el crepúsculo”.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

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