La triste noche del nacionalismo

Restos del ahuehuete donde dicen que lloró Cortés. (Foto: artetcultura.com.mx)

Restos del ahuehuete donde dicen que lloró Cortés. (Foto: artetcultura.com.mx)

Por Daniel Guzmán Vázquez/El Presente del Pasado

El 6 de julio, en la sección de opinión de la revista Contralínea, apareció un texto de Pablo Moctezuma Barragán con el título —ciertamente atractivo— de “¿Noche triste? O ¡noche victoriosa!” Debido a la cantidad de imprecisiones y datos falsos, además de la deficiente interpretación en conjunto, califiqué al autor como “falsificador” en mi cuenta de Twitter. Usé este término con cierta ironía, para hacer del conocimiento de Pedro Salmerón Sanginés el texto referido, pues en esta ocasión podían localizarse claras muestras de manipulación histórica, tal y como las que él mismo ha denunciado en varias columnas periodísticas, dentro de la izquierda y particularmente en Morena, organización en la que ambos militan.

Algunos de los elementos que Pedro Salmerón ha señaladopara caracterizar a quienes llama “falsificadores de la historia” son no tener respeto por el conocimiento histórico, “muy escaso manejo de fuentes y nula crítica de las mismas”, “aferrarse a ideas preconcebidas” y usar la historia “invariablemente para intentar darle solidez a sus posiciones políticas”. Discutiré con base en estos puntos el citado texto de Moctezuma Barragán, no sin mencionar que, de todas ellas, el problema más relevante se refiere a la vinculación entre la historia y la política.

El acontecimiento conocido como “la noche triste” o “noche victoriosa” —según se prefiera— fue un episodio del proceso de la conquista de la ciudad de México-Tenochtitlan. Militarmente, se trata de una victoria de los tenochcas y tlatelolcas encabezados por Cuitláhuac y Cuauhtémoc luego de la muerte o asesinato (elija usted las cartas de relación cortesianas, el Códice Ramírez o el Códice Moctezuma) de Moctezuma Xocoyotzin. Más tarde se recuperaron los ejércitos hispano-indígenas, con Hernán Cortés al frente, y tras un sitio derrotaron definitivamente al “imperio” mexica. A este suceso Moctezuma Barragán le otorga una importancia sobredimensionada.

De manera recurrente y por tratarse de una mano que escribe como si estuviera peleando el mismísimo 30 de junio de 1520 (quizá sea el peso del apellido paterno), Pablo Moctezuma lleva a cabo aseveraciones indemostrables, todo ello con el propósito de exhibir la bonhomía militar de los mexicas y la deslealtad de los europeos. Afirma, por ejemplo, que si acaso Moctezuma fue herido fatalmente por una piedra lanzada por indios sublevados, ésta nunca fue dirigida (conscientemente) contra el tlatoani. Sin ningún reparo, sostiene que fueron 2 066 los europeos muertos, aunque José Luis Martínez, quien compiló las estimaciones que las fuentes ofrecen acerca del suceso, indicó que la cifra más elevada fue de 1 170 decesos españoles, aunque varían hasta un mínimo de 150. (José Luis Martínez, Hernán Cortés[México: Fondo de Cultura Económica, 2003], 263.)

Pablo Moctezuma propone reinterpretar la historia desde lo que denomina el “punto de vista nuestro, mexicano”. En su afán de construir un linaje directo entre los mexicas del posclásico y los Estados Unidos Mexicanos de hoy, omite no sólo el papel de los pueblos tlaxcaltecas y totonacas en la conquista y colonización “españolas”, sino también de aquéllos que aportaron un número muy importante de soldados y fueron parte fundamental de la caída de Tenochtitlán, como los de Huejotzingo, Cholula, Chalco, algunas partes de Texcoco y otros que terminaron por ser aliados de los españoles, incluso después de haberlos combatido (Xochimilco, Churubusco, Mexicaltzingo, Míxquic, Cuitláhuac, Iztapalapa y Coyoacán). En un artículoreciente, Enrique Florescano dedica un espacio al estudio de la memoria de estos pueblos indígenas que fueron parte activa de la conquista.

¿Qué papel desempeñan estos indios conquistadores dentro de la apretadísima interpretación del autor? Sencillamente, ocupan el lugar de “traidores a la patria”; su participación en las conquistas y en los procesos de colonización es una invención más de la “historia oficial”, a la que acusa de difundir la creencia de que los mexicanos son ignorantes, violentos o fanáticos.

Más allá del rigor histórico o la crítica de fuentes, el autor, en una tónica panfletaria insiste en la naturaleza “salvaje” de los “crueles invasores”. Sin ningún reparo en las epidemias y mortandad por razones biológicas, extiende la brutalidad de la violencia (innegable e injustificable) al conjunto de la conquista y define a ésta como un “genocidio”, todo ello por supuesto sin considerar las dificultad en el manejo de datos demográficos para esta época. Lejos de ofrecer un punto de vista no europeo, la concepción de Moctezuma es netamente occidental, pues los parangones a partir de los cuales valora al mundo precolombino son la idea de progreso, el desarrollo científico y el desarrollo civilizatorio en general, incluyendo la construcción de grandes metrópolis —elementos que serían muy poco útiles para estudiar, por ejemplo, el desarrollo de los pueblos de la Gran Chichimeca.

La intención implícita de sugerir cierta superioridad por parte de los pueblos americanos en relación con los de Europa conduce a Pablo Moctezuma a una burda mentira. En su opinión, los europeos creían que la Tierra era plana y que en sus límites se hallaba una enorme cascada (así cree explicar que sólo los presos condenados se atreverían a viajar con tal de conseguir libertad). Con esa facilidad, el autor se da el lujo de omitir el estudio del modelo antiguo del universo de las dos esferas, el consenso relativo entre filósofos y astrónomos que desde el siglo IV antes de nuestra era consideraban a la Tierra como una esfera inmóvil, la conveniencia del modelo esférico para explicar la regularidad del desplazamiento de las estrellas, la perfección asociada por el platonismo a la figura esférica. Pruebas de la esfericidad de la Tierra existían en la supuesta “Europa ignorante” de Moctezuma: por ejemplo, la observación del mástil de los navíos desde la costa una vez que se alejaban de la misma y se perdía de vista el casco, o bien el borde circular que la Tierra reflejaba sobre la luna durante los eclipses. Estos ejemplos trillados se pueden hallar en la vieja literatura sobre la revolución científica. (Thomas S. Kuhn, La revolución copernicana [Barcelona: Ariel, 1978], 52-62.)

En muchos casos, el empeño de demostrar el “avance científico” de los pueblos antiguos de América impide el conocimiento de estos mismos en su particularidad histórica y cultural. Comparar y, sobre todo, establecer la superioridadde las culturas indígenas precortesianas ha llevado a algunos a afirmar, por ejemplo, que los aztecas conocían la distancia que existe entre algunos planetas y el peso exacto del sol. Aseveraciones de este tipo son sostenidas por un personaje pintoresco llamado Xoconoschtetl Gómara, con quien quizá Pablo Moctezuma podría hacer buenas migas intelectuales.

Para el autor en entredicho, la empresa de la conquista fue llevada a cabo por “gentuza bárbara y salvaje” que vino sólo a “robar, violar y matar” pues sólo los presos (y de altas condenas) podían embarcarse hacia tierras americanas. Además, como en Europa todos creían —según él— que conforme se alejaban de las costas las aguas comenzaban a hervir por estar más cerca del sol, “ningún marinero tenía el atrevimiento de embarcarse”. Poco le importa a Pablo Moctezuma que de los aproximadamente noventa tripulantes con los que zarpó Cristóbal Colón, únicamente cinco fueran delincuentes a los que se les permitió enrolarse. (Hugh Thomas, El imperio español [Madrid: Planeta, 2004], 106-107.)

Todo se vale en la lucha contra la “historia oficial”, el comodín más utilizado para quienes gustan de construir argumentos ad hoc. Pablo Moctezuma llega al extremo de sugerir que la historia oficial comienza con las cartas de relación de Cortés. Lejos ya de cualquier precaución histórica y contextual, examina los escritos de Hernán Cortés como si de un historiador profesional se tratara. Busca una verdad historiográfica en un tiempo en el que no era del interés de los cronistas producir este tipo de verdad. (Véanse Alfonso Mendiola, Bernal Díaz del Castillo: Verdad romanesca y verdad historiográfica [México: Universidad Iberoamericana, 1991], y Alfonso Mendiola, Retórica, comunicación y realidad: La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista[México: Universidad Iberoamericana, 2003].)

Lejos de los problemas sobre el manejo y la crítica de fuentes, el asunto más importante del texto en cuestión es su pretendida utilidad política. Este burdo intento de interpretación de la conquista pretende vincularse con la lucha contra el régimen político actual. Moctezuma Barragán, secretario de “estudios y proyecto de nación” del Movimiento de Regeneración Nacional, busca insuflar ánimo en un escenario francamente adverso para la izquierda electoral. Opta por refugiarse en el pasado para encontrar allí las victorias que no se dan en el presente. Si ayer fue Cortés hoy es Peña Nieto, y si ayer fue la “noche victoriosa” hoy será otra victoria.

¿A quién le pueden quedar ánimos de luchar si el marco que se propone es el de un colonialismo que ha durado medio milenio? ¿Por qué cambiaría ahora lo que no ha cambiado en 500 años? ¿Por qué insistir en una fecha —la “noche victoriosa”— que sólo fue un episodio pasajero de una derrota militar? ¿Cree posible revertir el proceso de conquista y colonización europea? ¿Por qué identifica Pablo Moctezuma a la nación mexicana con el imperio mexica? ¿Qué utilidad tiene este esencialismo histórico para la lucha política?

La memoria histórica asume formas muy caprichosas. Es desafortunado que el secretario de un partido político haya optado por fungir como un apóstol del trauma de la conquista. En la superación de esas heridas ancestrales, pueblos europeos como el inglés o el francés ciertamente han sido mejores que nosotros. Moctezuma Barragán prefiere promover la xenofobia y el chauvinismo. Sin ser tan eficaces como supone, carga su interpretación de efigies y episodios históricos convenientes. Sugiere que la milenaria lucha contra el colonialismo recae, en el corto plazo, en una consulta popular que tiene pocas probabilidades de realizarse (y menos aún de tener efectos vinculantes). Escribe sobre el riesgo de perder la riqueza petrolera, pero se olvida que la reforma energética atañe con igual importancia al sector gasífero y eléctrico. Hoy como ayer, quiere situar el origen de los problemas nacionales en los pactos cupulares dirigidos desde el extranjero, pero omite el papel activo del pueblo que en la forma de millones de votantes —conscientemente o vendiendo su voto— llevaron a la actual composición del congreso de la unión y de otros poderes públicos. Todos estos son temas de gran complejidad, relevancia y pertinencia, que el secretario de estudios y proyecto de nación de Morena debería atender en lugar de seguir empeñado en celebrar el 30 de junio de 1520.

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