Linotipo

Llegó el equipo, se instaló en una galera junto a la casa, pero no sabíamos manejarlo. Pasaron dos años para poder echarlo a andar: Concepción Villafuerte, directora de La Foja Coleta

Llegó el equipo, se instaló en una galera junto a la casa, pero no sabíamos manejarlo. Pasaron dos años para poder echarlo a andar: Concepción Villafuerte, directora de La Foja Coleta

 

Ottmar Mergenthaller era un relojero alemán que en 1872 inventó el linotipo o linotipia, una máquina realmente extraordinaria para su tiempo y que le mereció el mote de “Segundo Gutenberg”, en relación con el inventor de la imprenta.

El linotipo revolucionó la industria editorial porque logró que los libros y periódicos ya no se debieran formar para su impresión a base de tipos sueltos, es decir, letra por letra, sino conformadas en líneas o renglones completos hechos en placas y fundidas en tiempo real en un crisol de metal ardiente, aleación de plomo, estaño y antimonio que era reutilizable de inmediato.

Su delicado teclado contrastó siempre con la rudeza del mecanismo de las máquinas de escribir mecánicas en las que se concebían notas, artículos y reportajes en las redacciones de hasta finales del siglo pasado.

Conozco a varios linotipistas que a base de transcribir en el metal hirviente los textos provenientes de las redacciones, se forjaron como redactores o reporteros, pero incluso a los que no, en aquellos talleres se les llamaba maestros.

Con este breve recuento de un oficio prácticamente extinto y que me evoca a aquella máquina que de niño me seducía con su compleja y perfecta mecánica repetitiva en la que parecía fundirse la esencia del periodismo, quiero dar nombre a este espacio de privilegio que generosamente el equipo de Chiapas Paralelo me abre para expresar mi punto de vista sobre algunos temas que me parecen relevantes para su reflexión, por eso pido que de cada uno de ellos consideren lo que les resulte útil y lo que no, lo desechen.

En México, al menos desde la época posrevolucionaria, los ciudadanos hemos vivido y convivido con la corrupción, la inseguridad, la pobreza, la injusticia, la violencia y otros males evitables. Con sus honrosas excepciones los mexicanos parecemos tener un alto nivel de tolerancia ante esos pilares sobre los que parece estar construida la estructura del sistema político mexicano.

Sin embargo, casos como el de Ayotzinapa parecen haber dañado estructuralmente uno de los principales cimientos de esta estructura: el de la simulación. Quizá podemos seguir viviendo con todo lo demás, pero lo que realmente está “moviendo a México” es la indignación y el hartazgo ante la evidente necedad de mantener un discurso de mentira, de simulación cuando ya casi todos tenemos acceso por nuestros propios medios a la verdad y no sólo a esa verdad oficial, que ya no es ni única ni absoluta.

Lo que nos tiene realmente hartos como sociedad es que ahora sí tenemos los elementos suficientes y la certeza de que la gran mayoría de lo que la clase política nos dice en sus discursos es mentira y la forma tan paternalista, unidireccional y arrogante de asegurarlo molesta.

¿Quién le cree a un discurso oficial? ¿Quién cree que se llegará hasta sus últimas consecuencias caiga quien caiga? ¿Quién cree en los anuncios oficiales de combate a la corrupción o a la pobreza? ¿Por qué entonces insistir en ese podrido discurso?

La realidad tarde o temprano los va a terminar por acorralar, como sucedió con la iglesia, que esa si motu propio, no sólo debió cambiar su discurso, sino a su principal vocero, el Papa, para atajar la terrible crisis originada por los escándalos de corrupción y pederastia. Es la misma iglesia, son sus mismos integrantes, es otro discurso.

Las nuevas tecnologías y el hecho de que la comunicación ya no esté monopolizada por el Estado a través de los medios tradicionales de información volvió transparentes muchos de esos oscuros espacios desde donde se podía esconder lo más opaco del ejercicio del poder.

Las redes sociales, con todos sus inconvenientes y libertades, se han convertido en un elemento de expresión contestataria, una herramienta de construcción de ciudadanía, de organización y de exigencia pública que ha obligado a los medios tradicionales, sobretodo los televisivos, a romper su cerco informativo para incluir noticias y opiniones que otrora era impensables en virtud de que afectaban la imagen del statu quo.

Ese esquema unidireccional cayó, hoy cualquiera de nosotros a través de las redes puede reclamar, construir, solidarizarse, convocar, expresarse, insultar y con todo ello generar tendencias, sentido de comunidad e identidad y detonar cambios.

Son y han sido esas tendencias redsocialeras las que han evidenciado y socializado la falta del traje del emperador. Es ese pensamiento colectivo transparente e identificado por hastags lo que ha orillado a un gobernador a renunciar, o a otro a pedir disculpas públicas por una bofetada, a que un procurador se canse, o a que un presidente no nos pueda dejar de ver ni de escuchar, a evidenciar un discurso falso, vacío, falaz.

Ningún gobierno va a cambiar así nomás, ningún político va a renunciar a sus privilegios sólo por que sí, ningún funcionario va a rendir cuentas si no se las pedimos; si es el hartazgo social ante la falta de sensibilidad de la clase política lo que está moviendo a México, bienvenido sea, porque a este país no lo están cambiando los políticos, lo estamos cambiando los ciudadanos.

 

@amadoavendanov

amado.avendano@mathesis.mx

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