Ficción, realidad, qué importa

Casa de citas/ 216

Ficción, realidad, qué importa

Héctor Cortés Mandujano

 

“Es el amor hurgando en la eternidad”, un verso que me encantó de la poeta Coral Bracho, en Trazo del tiempo, antología poética (Biblioteca del ISSSTE, 2000: 18).

 

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Creo que la única vez que he platicado un buen rato con el reconocido escritor mexicano Hernán Lara Zavala fue en casa del poeta Óscar Oliva, en una reunión organizada luego de que Lara Zavala y yo presentáramos La Mara, novela de nuestro común amigo, ya desaparecido, Rafael Ramírez Heredia.

He leído su extraordinaria Antología personal (Universidad Veracruzana, 1990), que contiene cuentos de tres libros suyos, y tres breves ensayos. Es un escritor pulcro, de un erotismo elegante, de un conocimiento vasto. El libro es gozoso y gozable de principio a fin. Me pareció rara y citable esta línea de “Correspondencia secreta” (p. 99): “Sólo el terror engendra inteligencia”.

 

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Generalmente en las antologías que la incluyen se decantan por “La culpa es de los tlaxcaltecas”, de su libro La semana de colores (excepción es la Antología del cuento fantástico, de Borges, Bioy y Silvina Ocampo, que incluye su obra de teatro “Un hogar sólido”). Sin embargo, si yo hiciera una antología sin duda incluiría “La dama y la turquesa”, porque el texto me parece extraño, mágico, genial, prodigioso. La autora de todo lo mencionado es, claro, Elena Garro, y el cuento que tanto me entusiasma es el último de Andamos huyendo Lola (Editorial Joaquín Mortiz, 1980), un libro que, aunque es una colección de cuentos, algunos consideran novela.

Del texto que da título al volumen es esta idea (p. 137): “No, esa no era manera de ‘hacer tiempo’. Sólo Dios era capaz de aquella hazaña imposible. Algún imbécil inventó esa frase estúpida: ‘hacer tiempo’ ”.

En “Las cabezas bien pensantes” (que es como la Garro llamaba a sus detractores, según Patricia Rosas Lopátegui en La muerte de Elena Garro) escribe que justamente las cabezas bien pensantes opinan que (p. 177) “las cigüeñas son las enemigas del coito. Hay que salvar al pene”.

En “Debo olvidar…” dice (p. 189): “El pueblo es sabio, me pregunto de dónde sacan ese olfato que huele la derrota y nunca se equivoca”, y también algo en lo que coincide con El turno del escriba (de Graciela Montes y Ema Wolf), una novela comentada en una Casa de citas anterior (p. 202): “¿Saben que en Moscú hay cuarenta y cinco grados bajo cero? Nada, que si mean se quedan clavados en el suelo”.

 

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Es preferible carecer de compañero noche y día,

que estar con alguien que no nos tenga amor

Thomas

 

Dice George Steiner, en Gramáticas de la creación (Siruela, 2001), citando a Roman Jakobson, que (p. 26) “toda obra de arte seria nos cuenta la génesis de su propia creación”. Me parece que este dictum se cumple a cabalidad en Tristán e Isolda, de Béroul y Thomas, quienes la escribieron, cada uno por su lado, en el siglo XII, según el prólogo de Luis Zapata (traductor de los textos) contenido en mi ejemplar publicado por Conaculta en 1990.

Los narradores (que, aunque no siempre, en este caso son los propios autores) conocen muy bien la historia, pero logran la verosimilitud con la sutileza. Dice Béroul (p. 32): “Tristán se apoya, me parece, en la escalinata de mármol gris” (el subrayado es mío) y decir me parece es como hablar de un detalle de poca significancia sobre el que sí cabe la duda, es decir, no ve tan claramente a la distancia (o desde donde esté ubicado el narrador) si Tristán se apoya o no. Es un testigo, pues, confiable: no asegura aquello que no le consta palmariamente.

Y es claro que está de lado de este amor apasionado (Isolda está casada con el rey Marc, tío de Tristán, pero los amantes tomaron un bebedizo que los hace no poder estar el uno sin el otro), como lo dice cuando sabe que quemarán a los enamorados al descubrir sus amoríos (p. 43): “¡Ay, Tristán, cómo sufriremos por ti, amigo noble y querido, cuando estés en el suplicio!”

Y aquí se hace un halago directo (p. 51): “Afirman los cuentistas, poco corteses, que los dos hombres (se refiere a Tristán y a Gobernal, su escudero) dieron muerte a Yvain. Pero no conocen bien la historia. Béroul la recuerda mucho mejor”, y aquí otro (p. 60): “Según dice la historia, y Béroul la leyó, jamás hubo amantes que se amaran tanto”.

Otra sutileza narrativa, sobre alguien que tal vez acompañe al rey Marc (p. 78): “Lo acompaña, creo, Dinas de Dinan” (el subrayado es mío).

Hay diferencias entre las formas de contar de Béroul y Thomas, pero en ambos existe la génesis de cómo construyeron la historia. Dice Thomas (p. 139): “Señores, este cuento tiene muchos episodios; por eso los he unido en mi relato. Narro lo que es importante; el resto, lo hago de lado” y, finalmente, (p. 155): “Tal vez no complazca a todos lo que he contado, pero lo he hecho lo mejor que pude, y he dicho toda la verdad, como lo prometí al principio”.

[Curioso. En un pie de página, a propósito de una escena, Luis Zapata refiere el tema del marido que da de comer a la mujer infiel el corazón de su amante, y habla de una historia donde las infieles (p. 120) “además del corazón, comen, sin saberlo, ‘ese quinto miembro, que les proporcionaba tanto placer’ ”.]

 

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Una novela contemporánea que también cuenta su génesis al mismo tiempo que la historia es La fiesta de la insignificancia (TusQuets, 2014), de Milan Kundera. Dice en la página 40, cuando se refiere a que Alain volvió a ver a sus amigos: “En un bistro (o en casa de Charles, ya no me acuerdo)”, de nuevo soy yo el que ha subrayado.

Tanto Kundera como los autores de Tristán e Isolda saben que sus criaturas son inventadas, personajes, y aunque Kundera, dada su contemporaneidad, sabe mucho más de técnica narrativa que aquellos del siglo XII, en ambos parece importante lograr que el lector acepte como válidos hechos que son evidentemente falsos: el filtro de amor, que no reconozcan a Tristán disfrazado de limosnero, que Marc los encuentre dormidos con la espada en medio de los dos y piense que no han tenido relaciones sexuales, por ejemplo, en la novela de Béroul y Thomas, o que, en el caso de Kundera, pueda creer en la humanidad de los personajes, pese a que el propio narrador afirma su carácter ficcional (p. 69): “No sólo para Calibán, que ya no le ve ninguna gracia a su mistificación, sino también para todos mis personajes, esa velada se ha teñido de tristeza” (el subrayado es mío).

Alain sabe de primera mano que su madre no lo quería tener, que intentó abortar y que al nacer él, lo dejó con su padre. Sufre por eso, y vuelve costumbre hablar con el retrato de ella. En el último capítulo (p.121) “antes de salir de su estudio, se volvió para decir adiós a su madre en la foto”; sale y se da cuenta que detrás de él viene su madre muerta, porque quiere continuar la conversación; el diálogo (improbable en la realidad que conocemos, posible en la novela) continúa incluso mientras él va manejando. Cito extensamente (p. 123):

“Y siguió hablándole la madre:

“—¡Mírales, míralos a todos! Al menos la mitad de los que ves son feos. ¿También forma parte de los derechos humanos ser feo? ¿Sabes tú lo que significa cargar con tu fealdad toda la vida? Tampoco has elegido tu sexo. Ni el color de tus ojos. Ni tu siglo. Ni tu país. Ni tu madre. Nada de lo que realmente cuenta. Los derechos de los que puede disponer el ser humano sólo se refieren a nimiedades por las que carece de sentido luchar unos contra otros o escribir solemnes declaraciones.

“Alain seguía adelante y la voz de su madre se suavizó:

“-Existes tal como eres porque he sido débil. Por mi culpa. Te ruego que me perdones.”

La pregunta capital es si importa que los personajes sean reales o ficticios para incorporar a nuestro corpus personal las ideas que sobre el amor, la maternidad, las relaciones humanas tienen estos dos libros de cuidada factura. A mí me parece que no.

 

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Ilustración: Manuel Velázquez

Ilustración: Manuel Velázquez

Sin que el narrador intervenga para evidenciar su presencia como testigo o fabulador; más bien, con la idea de que a cada escrito corresponde una poética podríamos considerar que está escrita la novela estrictamente dialogada, con breves acotaciones, con más cercanía al guion de teatro que a la novela convencional, El Sunset Limited (Mondadori, 2012) del cada vez menos consistente Cormac McCarthy.

Cada escritor tiene textos que intentan jugar a descubrir nuevas rutas y no lo logran, o que son como ejercicios para llegar a algo más, pero que no se publican si no se tiene a mano editoriales dispuestas a publicarte lo que sea. El Sunset Limited podría volverse un buen montaje teatral o una buena película si alguien le metiera talento a esta más o menos floja historia de un Negro y un Blanco (así los llama McCarthy) donde el primero, con profundas ideas religiosas, ha detenido al otro, no creyente, que intentaba matarse arrojándose para que le pasara encima, justamente, el Sunset Limited. Ah, la insistencia en las parejas desparejas: el creyente y el ateo, el gordo y el flaco, el bueno y el malo, el negro y el blanco…

Pese al final barato y al tufillo de maquinazo (es decir, a escribir salga lo que salgare, como dice en célebre canción nuestro Chava Flores) no es desdeñable leer a McCarthy, sobre todo cuando tiene la decencia de ser breve, como en esta ocasión.

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