Cruda electoral

Basura electoral

Basura electoral

 

Por Daniela I. Cárdenas Ruíz/El Presente del Pasado

Tras las elecciones que se llevaron a cabo en todo el país el pasado 7 de junio, vale la pena preguntarnos qué fue lo que nos dejó la jornada electoral. Mucho se discutió acera de cuál era la opción para votar y, de manera más puntual, cuál era la opción que parecía “menos peor” dentro del panorama político actual. La anulación del voto se erigió como una opción para todos aquellos que no simpatizábamos con ninguno de los partidos políticos nos ofrecían y hubo un número considerable de personas que, en efecto, anuló su voto.

Esta diversidad de debates y de opiniones tienen de fondo el hecho de que, en México, los partidos políticos han dejado de cumplir con su cometido principal, que es el de representar, mediante un marco ideológico y legal, a ciertos sectores de la sociedad. Sin esta representación, que es fundamental, los mexicanos nos encontramos solos ante una elite política que protege sus propios intereses y detenta el poder de manera autoritaria, pasando por alto la ley. Y así ésta está muy lejos de regir a la sociedad y su relación con los gobernantes.

Una vez más, el sistema electoral dejó ver los signos de su agotamiento y su pobreza. Las campañas electorales no cumplieron nuestras expectativas, fueron un montón de anuncios publicitarios que atiborraron los espacios públicos, con contenidos cada vez más vacuos y sin remitirnos a las propuestas concretas de cada uno de los candidatos. Por otra parte, no existieron debates entre los candidatos de los diferentes partidos y, en su lugar, el intento por entablar un debate político quedó reducido a un montón de personajes acusándose unos a otros por sus carreras turbias políticas.

Pero la ausencia de debate rebasó el escenario político, trasladándose a una buena parte de la sociedad que, al igual que los partidos políticos, se encuentra incapacitada para hacer frente a una realidad que nos ha rebasado en muchos sentidos. Fue así como el 7 de junio nos vimos acorralados entre la indiferencia ante las votaciones y la oportunidad de ejercer un voto estratégico que terminara por desbancar al PRI de los poderes locales y del legislativo.

El caso particular de los votos anulados nos reveló que los ciudadanos que lo pusieron en práctica no lograron su cometido principal, que sería poner en crisis a la institución electoral; de tal manera que la anulación quedó sólo como un medio de protesta y de inconformidad al sistema electoral y, aún más importante, al sistema político mexicano que no ha sabido gobernar ni dar respuesta a las demandas de la sociedad.

Las elecciones del pasado 7 de junio nos dejaron ver que algunas fuerzas políticas despuntaron de manera inesperada, como es el caso de Morena, mientras que otras tuvieron un declive significativo (PRD y PAN). Las actividades de la jornada no estuvieron exentas los conflictos y represión que se suscitaron en distintos puntos del país y pese a ello, al final del día el voto terminó legitimando al mismo sistema político incompetente. Así, sigue sin existir una opción alternativa viable para redefinir las relaciones entre la sociedad y el sistema político, por lo que es pertinente preguntarnos si hemos estado buscando la solución al problema en el lugar correcto. En un plano ideal, la propuesta y la reformulación del pacto entre sistema político y sociedad pueden y deben plantearse de abajo hacia arriba, para que el sistema de partidos vuelva a ser representativo y el estado responda a las verdaderas necesidades de la sociedad mexicana.

 

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