Congruencia

Alejandro Solalinde Guerra. Foto: Agencias

Alejandro Solalinde Guerra. Foto: Agencias

 

La inercia nata de reconocer, aquel estímulo que logra que nuestras pupilas se contraigan y enfoquen la vista, voltear y oír más allá del sonido que surge de la articulación de palabras con respiraciones, prestar atención y bloquear cualquier otro intento de posicionarse de los sentidos, luchar incluso con la avalancha de recuerdos y conclusiones a priori que nuestra dinámica mental desata a partir de la recepción de información. Ese momento puedes definirlo si quieres como concentración o siendo románticos como “quedar cautivos”.

Algunos pueden llamarle destino, otros la alineación de planetas, yo le llamo providencia. El objetivo del viaje era coincidir con una amiga en San Cristóbal de las Casas, en el punto de reunión fui invitado a sentarme a una mesa a esperar y resulta que en la misma estaba el padre Alejandro Solalinde, inmediatamente hice por saludarlo, tratando de guardar la compostura y las reglas de orden que la emoción me permitió.

Terminando la reunión que me había llevado a San Cristóbal le comenté a mi amiga si había forma de despedirse del padre Solalinde y para mi sorpresa, esto fue posible sin mayor protocolo, en un instante estábamos entre risas y saludos tomándonos fotos para el recuerdo. No suelo ser extrovertido, pero el momento lo ameritaba y la oportunidad era única, así que me atreví a invitarlo a un desayuno en Tuxtla Gutiérrez, después de explicarle de qué se trataba, aceptó con gusto, no sin antes invitarme a su conferencia “Derechos humanos y el reino de Dios”.

Al siguiente día estaba ahí sentado escuchando los preámbulos, imaginando qué tiene que ver el reino de Dios con una actividad que está determinada por estándares impuestos por los seres humanos y que su respeto o violación traducen el cumplimiento o desacato a convenios entre países, organizaciones o personas, como dijo el “Benemérito de las Américas”.

El seguimiento que había realizado hasta el momento y que considero es el atractivo inmediato de las actividades que realiza este activista, que ha tomado la causa de los migrantes en México, se había enfocado principalmente a la revisión, análisis y difusión de las denuncias que se realizan de forma constante ante los atropellos del crimen organizado y autoridades para con los migrantes y que el Padre Solalinde ha elevado a círculos de poder y controversia que en otros temas y momentos no son posibles.

Mi forma de explicar su lucha, sin investigar y ser más incisivo, es asociar a un líder religioso como el depositario común de las penas ajenas, mismas que al ser demasiadas deben ponerse a la luz; realmente no me había puesto a pensar si el móvil tenía un trasfondo teológico o respondía a un llamado espiritual.

Debo confesar que no desconozco el contexto religioso, tengo cierta formación empírica en cuestiones teológicas, lo que sin duda abona a los valores que defiendo y los estándares que intento rijan mis actividades.

El padre Solalinde inicia su conferencia haciendo un resumen de lo que se entiende por derechos humanos y como su concepción, defensa, victorias y derrotas han marcado épocas y páginas en la historia.

Cada derecho está asociado a una larga lista de sufrimiento, sangre y muertes; poder nombrarlos, enumerarlos, enseñarlos, defenderlos es producto de batallas épicas e interminables. Un derecho no es concebido sin un riesgo, pronunciarlo implica la posibilidad de la coartación del mismo. ¿Deberían de existir los derechos humanos? ¿En el reino de Dios habría una carta de derechos humanos?

Solemos asociar el reino de Dios al mundo ideal, aquel donde flotaremos y “no habrá llanto y crujir de dientes”, el padre Solalinde explica que quién vino a inaugurar el reino de Dios fue un joven que se atrevió a ser un defensor de derechos humanos en su época. De entrada el hecho de que a Jesús, el hijo de Dios, lo nombre como “aquel joven qué…” me sorprendió, yo siempre lo había concebido como un hombre maduro que murió y resucitó.

Es cuando toma relevancia las aseveraciones que, me atrevo a decir son controversiales para la organización religiosa que representa, donde mencionó que cada persona debería tener su propia percepción de lo que “Ese joven” vino a hacer a la tierra y no esperar que otro nos diga qué dijo o hizo. Pues él está convencido que el joven que se atrevió a desafiar el status quo defendiendo a los más desprotegidos como su forma de establecer “un nuevo reino” donde conocer a los demás, llamarlos por su nombre, interesarse por ellos, curar sus heridas, escuchar sus lamentos, compartir sus alegrías y entender sus necesidades era más importante que organizarlos en un ejército para declararle la guerra al gobierno represor. En pocas palabras este joven propone establecer las relaciones entre las personas como el fundamento para una nueva forma de vivir el reino ideal.

Entonces empiezo a entender, los migrantes, los desaparecidos, los desalojados, los indeseables, los “prójimos” tienen derechos, tú tienes derechos, todos tenemos derechos y esta concepción transversal de la humanidad como “digna de todo” es la que es tan difícil de entender y sobre todo practicar.

Estamos habituados a situarnos siempre entre las personas en planos verticales, usando escalas en diferentes ámbitos y realidades que nos permiten colocar a personas por arriba, pero sobre todo por debajo de nosotros, asumiendo así una postura que nos hace vulnerables o indemnes ante los demás; acostumbrados en todo momento a la dinámica de comparación y competencias.

El reto, el padre Solalinde desafía al público a leer personalmente a ese joven que plantea otra forma de relacionarnos y vivirlo. ¿Pero nos atreveríamos a cambiar paradigmas cuando esto pone en riesgo nuestro bienestar? Considero que si hay algo difícil en esta vida es reconocer que nuestro esfuerzo centrado en generarnos bienes personales debe ceder ante el bien común. La diferencia entre pasar de ser admiradores y espectadores de los luchadores de derechos humanos a verdaderos activistas, es empezar asumir que nuestro papel como ciudadanos implica ver por el bienestar del otro ciudadano. Hasta entonces nuestra dinámica social seguirá centrada en conseguir escalar lo antes posible y con el menor esfuerzo en los planos verticales que nos hemos impuesto.

¿Puede un migrante tener el mismo derecho que tú? Puedes responder si, pero ¿podemos actuar en consecuencia?, implica sacrificar, al menos teóricamente, nuestro estatus y considerar que nosotros podemos estar en condiciones de migración o en su defecto “elevar” la condición del migrante a nuestro estatus. Se dan cuenta como mentalmente ya estamos programados para situarnos en un elevador! qué complicada hacemos nuestra vida, cuando pudiéramos vivir con la libertad de pensar que no aspiramos a ser más ni menos que otros, si no a vivir con otros.

Ante la evidencia, no hay más que reconocimiento. Literalmente quedé cautivo de la congruencia del padre Solalinde, su actuar no tiene un protagonismo ordinario, no está intentando posicionarse en nuestras escalas, su actividad es evidente y significativa por la defensa del alto sentido de igualdad humana.

Cuando encuentras a quién logra empatar sus acciones con su misión, concéntrate.

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