Hot cakes verdes

Primero licué arándanos y almendras, así, en seco. En la ollita de calentar la leche puse sólo un poco de leche y mantequilla (porque sale muy dura del refri). Puse todo en la licuadora, también la harina, una que me recomendó mi tía Jemima. Sólo faltaba el huevo. Había varios en la huevera, una de alambre de acero, que tiene la figura de un pato. Cogí un huevo. Presentí que estaba descompuesto, porque se había pegado en el papel que pongo de fondo. Para no fallar pensé en ponerlo antes en una tacita. ¡Y taz! el golpecito; y

¡¡PLOOOM el huevo explotó!!

Un fluido verdeso salpicó la pared, mi camisa, los trastes limpios que no recogí en la noche, y dejó humillado mi corazón. El nauseabundo aroma subió al cuarto de la Zoe: ¡¡Papá, que pasó, huele horrible!! Las moscas tocaban la puerta, deseaban participar de la fiesta. Mi perro, de fino olfato, fue a refugiarse debajo del auto y yo, el héroe de la casa, me puse a limpiar a marchas forzadas, agradeciendo a Dios el haberme dado una nariz bastante limitada.

Zoe llegó a la escuela sin desayunar, con asco y creyendo que todos percibirían su olencia a huevo podrido.

Tres horas después ya estoy trabajando a cuatro metros del lugar del desastre. Vino un amigo y me dijo: ¡Guácala, apesta tu casa! Pero yo ya no lo siento. No hay hedor que dure cien años ni insensible que no se acostumbre. Puedo hasta hacer aspiraciones profundas, sin miedo, sin riesgos.

Pero ha saltado a mi mente un pensamiento que me revuelve el estómago: ¡Así nos acostumbraremos al repugnante fraude electoral, al saqueo de las arcas, a la desviación de los recursos públicos para que el Partido Verde ganara en todo Chiapas? ¿Los tuxtlecos terminarán por decir:

“Ya viste, te lo dije, nada se puede hacer contra estos desgraciados”?