Precariedad laboral como síntoma de enfermedad

Las modalidades del actual capitalismo, estudiadas con extensión por autores de muy diversas tendencias, arrastran la disminución de los trabajos como fueron entendidos durante buena parte del siglo XX. Chiapas, estado que ni siquiera ha contado con algo parecido a una revolución industrial, vive esta realidad universal con las lógicas dificultades para ingresar a su mercado laboral a jóvenes, o no tanto, que desean iniciar una vida propia, y más si se cuenta con familia.
La vocación agropecuaria del estado incorpora con mucha lentitud transformaciones que vislumbren posibilidades de aumentar puestos de trabajo en la agroindustria, las energías alternativas o, si se quiere, las producciones alimenticias artesanales con posibilidades de competir con los artículos comercializados por grandes empresas nacionales e internacionales. Con lógica, muchos economistas pueden mencionar otras medidas, sin embargo los años transcurren y el panorama presente y futuro no da esperanzas.
Algo similar ocurre si se piensa en la cantidad de jóvenes que salen de universidades públicas y privadas en busca de trabajo, casi siempre su formación relacionada con los servicios más que con la producción, y cuya frustración es lógica debido a que no existen empresas que los empleen y la salida laboral en la administración pública acaba siendo la peor escuela para el aprendizaje de cualquier cuadro debido a la ineficiencia hecha virtud, y donde la transa predomina por encima de aquellos servidores que entienden su papel en la sociedad. En definitiva, que junto con los ínfimos salarios el adiestramiento suele ser escaso, por decir lo menos.
Así que las alternativas son bastante visibles: entrar dentro del número de ninis o de la informalidad si se tiene algún recurso que invertir, o simplemente lograr un empleo precario de vendedores, cajeros, etc, en las grandes cadenas instaladas en las ciudades de Chiapas. Triste panorama si además entendemos que no se han modificado formas de construir las relaciones sociales y familiares. Lo que deseo expresar con ello es que no se han retrasado las uniones de pareja o los embarazos, deseados o no, y ello hace que las condiciones de las nuevas familias sean más difíciles para contar con calidad de vida personal y digna para adultos e infantes. La solución no es cerrar la llave para el alumbramiento de hijos, por supuesto, sino contar con las condiciones de vida necesarias para que alcancen un crecimiento sin problemas alimenticios y una formación educativa digna y competitiva.
El potencial de un estado como el chiapaneco, joven, se diluye en la frustración y la precariedad. Cuando más necesario es el impulso de esas generaciones su panorama de conquistar objetivos esperanzadores para su desarrollo personal y resolución de requerimientos mínimos de vida parece lejano o en otros horizontes. Muy comprensible y, en algunos casos, diría que inevitable dada nuestra cotidianidad

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