La universidad refleja la conformación regional de México

El Observatorio Social y Económico de México, siguiendo a QS University Rankings Latin America 2016, ha publicado el listado de “mejores” universidades mexicanas, en comparación con el resto de las latinoamericanas. Este tipo de clasificaciones, por supuesto, son discutibles por muchas razones, sin embargo sólo por el tamaño, que significa número de alumnos y académicos, y por el presupuesto con el que cuentan existe una notable diferencia que significa, con certeza, la posición que ocupan las universidades en este baremo que solo sirve para enorgullecerse o intentar mejorar, si ello es posible, debido a los imperativos señalados arriba: tamaño y presupuesto.
No debe sorprender, entonces, que entre las 32 primeras de Latinoamérica se encuentren las universidades mexicanas con mayor potencial económico. La número 3 es la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la 7 es el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, el conocido como TEC de Monterrey, la número 23 es la Universidad Iberoamericana (UIA), la 30 es la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y la 32 es el Instituto Politécnico Nacional (IPN). No existen sorpresas, pero sí destaca que de estas cinco dos sean privadas, el TEC y la Ibero, así como cuatro tengan su sede principal en la Ciudad de México.

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En la lista las próximas mexicanas corresponden también a la propia Ciudad de México o a ciudades cercanas, como lo es Puebla, o a las que le siguen a la capital del país en número de habitantes, como son Monterrey y Guadalajara. De nuestro entorno regional destaca la Universidad Veracruzana (UV) ubicada en el puesto 132, mientras que la Universidad Autónoma de Chiapas (UNACH) es la número 251.
Espero que los números con los que les he castigado hoy puedan llevarnos a razonar, más que a lamentarnos por la situación de las universidades de nuestro entorno regional, empezando por las que se encuentran en Chiapas. En primer lugar hay que recordar que las instituciones de educación superior tal como las concebimos hoy en día son bastante novedosas con respecto a otras ubicadas en las grandes ciudades del país, como la Ciudad de México. Se podrá decir que la Escuela de Derecho de San Cristóbal de Las Casas tiene una larga historia, por supuesto, y que con posterioridad el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas (ICACH) cubrió ciertas carreras en la capital de Chiapas. Sin restar la certeza de ello, también es bueno recordar que durante el siglo XX, y todavía hoy, muchos jóvenes chiapanecos salieron y salen a estudiar a otras ciudades del país. Incluso algunos de ellos optaron por no regresar y ejercer su profesión en otros lugares de México o el extranjero.
En segundo lugar, la constatación anterior habla de una clara diferenciación entre regiones del país, donde el centro y el norte mantienen una nítida distancia en desarrollo económico con el resto del país, donde se incluye, sin duda, Chiapas. Ese desnivel histórico y presente se refleja, como no puede ser de otra manera, en la situación que viven las universidades de la región y que se manifiesta en aspectos como sus crisis de crecimiento, la falta de recursos económicos y la utilización política de la institución, por encima del interés por los académicos que les deben dar vida, tanto como profesores como en sus labores de investigación.
Tercero, y último, las universidades en todo el mundo se han convertido en una posibilidad de ascenso social para muchas familias. Lograr que un hijo o un nieto llegue a obtener una carrera significa un éxito y la posibilidad de que cuenten con una vida distinta a la de sus antepasados. Esto, que es perceptible para todas las universidades públicas, puesto que las privadas tienen otra lectura, también cuenta con las dificultades de las ofertas de empleo que en nuestras regiones son mucho más escasas, por no decir precarias, que en otros territorios del país. Así, esta clasificación de universidades no debe leerse sólo como un termómetro de calidad, sino que refleja la desigualdad existente en el país entre los estados y regiones que lo componen.
Y si lo anterior es cierto, más que del lugar que tiene una institución en las clasificaciones nos debemos preocupar del impacto que tendrán nuestros egresados en la sociedad en la que viven o, incluso, en cómo podrán competir frente a otros titulados en otras universidades del país. Nuestra desigualdad no sólo está en cuestiones económicas y educativas del presente, sino que la podemos empeñar hacia el futuro.

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