La familia chiapaneca siempre en la mente

 

Después de ganar las elecciones para ser gobernador constitucional de Chiapas, Efraín A. Gutiérrez decía en su informe de labores de 1937 que consideró su deber

«exhortar a la unión y concordia de los grupos políticos que contendieron en la pasada lucha electoral y al efecto, por medio de un manifiesto me dirigí al Pueblo, invitándolo para que olvidando odios y rencores, se agrupara toda la familia chiapaneca en un solo haz de buenas voluntades, a fin de laborar por el progreso y engrandecimiento del Estado».

Aquel político retomaba la referencia a la “familia chiapaneca” hecha famosa, al parecer, por el que fuera también gobernador, Tiburcio Fernández Ruiz, tras su actividad militar al frente de los mapaches chiapanecos, y en otros frentes nacionales, ambos compromisos con los hechos de armas durante el periodo de la Revolución mexicana que lo llevaron a alcanzar el grado de general. Este político y militar sintetizaba en sus acciones y dichos, efectuados al frente de la mapachada, la forma en que se había conformado el estado chiapaneco, y también la separación social entre propietarios y peones en el campo, así como la existente entre indígenas y quienes no lo eran.

El general mapachista en una imagen de su época como gobernador del estado de Chiapas.

Remitir a “la familia” conlleva agradables resonancias y cercanía, pero ello no ha significado que todos fueran los escogidos para pertenecer a ella. Ni entonces, ni ahora ello se ha modificado, incluso podría decirse que se han aumentado las referencias a una familia conformada y pensada para heredar el poder público, y ejercerlo de una manera patrimonialista. Así, a la familia chiapaneca, por desgracia, no todos los ciudadanos chiapanecos pueden acceder.

Hace un tiempo, y desde este mismo medio de comunicación, Arlequín firmó un artículo al que tituló <<La familia chiapaneca>> y donde hizo hincapié en que las familias del “poder político actual en Chiapas […] permanecen inalterables en sus ciclos imperturbables de herencias y retornos sexenales, en los cuales, si acaso, cambian de nombres, no tanto de apellidos”. No es aquí momento de repasar apellidos y puestos ligados a ellos en los últimos años, ya que algunos de esos “gobernantes paridos del vientre de La Familia Chiapaneca” ya son referidos en el mencionado texto, pero no debe olvidarse que estamos en la presencia de formas arcaicas de reproducir el mando en las instituciones públicas, con nítidos nexos en los dominios económicos estatales, gracias a la construcción dinástica del poder.

Se está, pues, ante la priorización de los nexos personales, familiares y económicos para la reproducción de las formas de control en las dependencias públicas, por encima de la meritocracia, aquella que privilegia la valía, el talento y la competencia para ejercer o desempeñar tareas y trabajos. De hecho, ni siquiera en los puestos intermedios de la burocracia estatal se aplica esta modalidad, más bien se privilegian otro tipo de relaciones que poco o nada reflejan las capacidades y experiencias de los trabajadores.

La historia ha demostrado que muchos conceptos y palabras se han transformado debido a las adecuaciones del tiempo vivido, sin embargo ello no ha ocurrido con la familia chiapaneca que permanece en su definición y contenido. Su reproducción refleja demasiadas continuidades en las formas del ejercicio político, y los tiempos de la próxima contienda por llegar a la primera magistratura de Chiapas lo reflejarán con claridad en los siguientes meses.

Sería bueno, e interesante, que se intentará, o lo procuráramos al menos, buscar un nuevo aire al concepto de “familia chiapaneca”. Una familia no siempre es armoniosa, por supuesto, pero le apuesta por la ayuda mutua y por mirar hacia el futuro con solidaridad. Ideal deseado, aunque la realidad siempre otorgue sorpresas, pero que tendría un renovado sentido de aplicarse al concepto de “familia chiapaneca”. Una familia abierta, inclusiva y que, por encima de todo, piense en el bien común general, y no en el particular y reducido en el número de personas por sus apellidos y origen. La mejor herencia sería, entonces, la que pensara un Chiapas puesto como concreta prioridad, y no como discurso recurrente. Buenos deseos no necesariamente cumplibles de inmediato; pero alguna vez se deberá empezar.

 

 

 

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