El joven, figura de lucro político

Jóvenes mexicanos. Foto: LadoB

Por Xochi Quetzal López Guzmán y Diego Amando Moreno Garza

Un día, el panegírico al joven que lucha se volvió mercancía. Se estandarizó en la ideación de un producto. Los jóvenes somos el futuro del país, tenemos ideas innovadoras, insisten sus eslóganes. Con cada elección reaparecen a la derecha o a la izquierda. Recorren numerosas organizaciones, desde el olvido que hoy es #YoSoy132, hasta los bloques negros o las juventudes priistas. Pisoteando el ímpetu rebelde, ser joven adopta las formas de un plus valor discursivo con el cual lucran partidos políticos o movimientos sociales. Una caricatura de los años sesenta: aquel que se rebelaba contra la Ley injusta, la hegemonía disciplinaria, hoy conserva únicamente la forma del grito, pero es un grito estratificado para adaptarse al mercado que la clase política mexicana impuso. Grito secuestrado. Un día, ciertos jóvenes abrazaron ésa nueva forma de mercado. Se dedicaron a obedecer al viejo orden y sacar jugo monetario y narcisista a su obediencia. Dicen representar los intereses de la juventud en abstracto, pero, ¿Qué es ser joven? ¿Existe un sistema coherente en el cual coexistan la pluralidad de las demandas políticas juveniles? ¿Cuál es? Al parecer, las preguntas se acabaron. Ignorantes, las juventudes politizadas responden con certezas. Responden con datos. Se parecen demasiado a lo de siempre. Su forma de representar a los jóvenes tiene una herencia poco joven, demasiado antigua. Cierto discurso heredado del pasado habla en sus bocas. Elegidos democráticamente, por tómbola, por filiaciones o amistades, la juventud de éstos individuos es su arma para mentir y al mismo tiempo, su legitimidad como actores políticos.

¿Cómo puede emerger una lucha hoy entre los jóvenes despojada de éstos cuadros mercantilistas, que no sea una vuelta infinita a lo mismo, y su inherente tendencia a la derrota?

Nos parece que la juventud no es el lugar de las certezas. Su seña es el acontecimiento. Lo no calculado. El devenir. Es el espacio de las preguntas. De la creación. De trazar nuevas vías teóricas y de acción.

Señalamos sólo tres formas que adopta su certeza.

Una que diluye la adrenalina del joven en coraje irracional, que se limita a las piedras, los palos o las pintas. Es una de las grandes herencias del pasado, la respuesta desesperada que recurre al uso del cuerpo. Muchos de éstos jóvenes no se reconocerían ingenuos, sino al contrario, seguros de que aquello que acometen es una forma racional de lucha: la destrucción de los espacios públicos y el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, un designio ineludible, una guerra contra el Estado. No nos detengamos a pensar, dirían ellos, hay que actuar de inmediato.

Otra que redistribuye la fuerza juvenil en el oportunismo con miras electorales. El cuerpo es la fotografía. La imagen visual. Una sonrisa y el gel en el pelo. Su trabajo intelectual es nulo, o se afirma sobre un saber que promueve certezas, que es lo mismo. Nos referimos a aquellos que explotan su juventud para conseguir presidencias municipales, diputaciones o gubernaturas. Llenan eventos públicos en plazas donde la gente aplaude al escucharlos decir las mismas consignas, se toman fotos con otros jóvenes para Facebook, y consiguen votos o retweets que habrían de catapultar sus ambiciones promocionales. Suelen ser exitosos, populares. Sin embargo, cuando son fuerzas de la izquierda las que los arropan, partidistas o no, proporcionan a éstos personajes oportunistas un aura de legitimidad crítica que no poseen. No importa si se los elige a través del voto o desde una tómbola, su afán por auto-promoverse para conseguir algún cargo los supera. No pueden un día decir: Basta de puestos. Buscan más. Practican las formas antiguas de hacer política. Es una orden incontenible que depende de muchos factores como la ausencia de crítica, la lambisconería a la que son sujetos por parte de sus colaboradores cercanos, o el dinero.

La tercera, más común, es la de aquellos jóvenes que no sienten ni simpatía ni coraje por lo que ocurre en el país, pero recurren a los movimientos políticos juveniles por no tener más qué hacer. Pertenecer a formaciones de izquierda o de derecha es una actividad extracurricular o un hobby, una forma de encontrar amigos y no aburrirse en las tardes. Puede que incluso consigan un puesto en algún momento, sobre todo si la suerte, el silencio, su lambisconería o un amigo los ayuda. Éstos últimos son la carga de cañón de los dos primeros tipos de jóvenes: quedan a expensas de otros que poseen una jerarquía más alta que los usa según sus intereses desestabilizadores o electorales.

La palabra nini es una imposición de la elite para clasificar al joven, quiere enterrar debates amplios en torno al papel de los jóvenes en la actualidad, como la falta de trabajo, educación y cultura.

¿Cómo acabar con las certezas que operan en el mercado de las viejas ideas de la acción joven y su mercantilización, para engendrar un nuevo modelo de lucha político que haga de las juventudes un eje trasformador? Creemos que hay que revalorizar no únicamente el arte como catalizador de nuevos discursos –y que operan con energía inusitada en el joven-, sino como una forma productora de dudas, cuestionamientos, preguntas. Dejar a un lado las certezas y la ilusión de completitud, para encontrar el lugar de los vacíos y los silencios que impulsan el amor hacia el imposible saber. La lectura es un acto poderoso cuando se es joven –leer como lugar de encuentro/desencuentro consigo mismo, no como recolecta de información-. La danza, la música, la fotografía o la literatura. La filosofía, la historia, el cine, las culturas vivas. Las lenguas, el canto o la pintura –el grafiti, el óleo o el dibujo a lápiz-. Herramientas que gesten la duda en el reinado de la banalidad pequeñoburguesa edificada con certezas. Por algo se interesan tanto las instituciones actuales por desmantelar éstas formas de expresión joven reprimiéndolas con recortes presupuestales, o alineándolos con sus dádivas en el horizonte de un modo de participación político antiguo que ha demostrado ser un desastre, como el actual. Algo sospechan. Algo temen. Allí, entre los jóvenes, pueden gestarse demasiadas dudas. El joven es un alma viva que aprende, y no un producto de lucro abastecido con lugares comunes.

Un comentario en “El joven, figura de lucro político”

  1. Gustavo
    7 abril, 2017 at 15:42 #

    Interesante el desconocimiento de las juventudes críticas, organizadas y activas de este país. Desdeña a este sector desde el chocheo del estilo «en mish tiemposh» y funda su contradictorio discursete —plagado de faltas de ortografía y gramática— en las contradicciones más rencorosas y simplonas.

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