Los cada vez más jóvenes gobernadores chiapanecos

A diferencia de la segunda mitad del siglo XX, en que los gobernadores en Chiapas registraron un promedio de 55 años al tomar protesta, en el siglo XXI, con tres mandatarios a cuestas, el promedio es de 38 años.

Hay una reducción, en la clase gobernante de 17 años en la asunción del poder local. No es que la edad sea en sí misma determinante para ejercer un buen gobierno, pero antes los elegidos debían haber efectuado una tarea más meritoria, experimentada y prolongada.

Patrocinio González Garrido, no obstante provenir de una familia posrevolucionaria, con la determinante presencia de su abuelo Tomás Garrido Canabal, y la de su padre, Salomón González Blanco, secretario de estado en varios sexenios, senador y finalmente gobernador a los  77 años, cuando asumió la gubernatura había cumplido 54 años.

Después de Salomón González, el gobernador de más edad fue Samuel León Brindis, con 63, seguido por Absalón Castellanos Domínguez, recientemente fallecido, con 60 años.

El sistema político estaba diseñado para que llegaran a una gubernatura, personas que habían iniciado como organizadores de campañas políticas para presidentes municipales o diputaciones. Después se embarcaban en la administración pública, con jefaturas, direcciones o secretarías.

Juan Sabines Gutiérrez, quien tomó protesta como gobernador a los 59 años, tenía tras de sí una larga y meritoria carrera política, que inició cuando se enroló en la campaña a diputado de Andrés Serra Rojas, después al convertirse en dirigente de cámaras de comercio, diputado, presidente municipal, senador y secretario general del comité ejecutivo nacional del PRI.

 

Era impensable, en ese sistema meritocrático, que alguien se colara antes de haber cumplido los 40 años. Solo un l’enfant terrible de la política y destacado dirigente estudiantil se dio el lujo de ser gobernador de Chiapas cuando apenas contaba 45 años. Fue Jorge de la Vega Domínguez, y un protegido de él, llegó también bastante joven: Julio César Ruiz Ferro, con 47 años, los mismos que había cumplido Eduardo Robledo Rincón en su fugaz gobierno de finales de 1994 y principios de 1995.

Un requisito para ser gobernador, aunque eso no estaba escrito, era que se debía haber cumplido al menos 50 años. José Castillo Tielemans tenía 53 cuando se convirtió el gobernador; Manuel Velasco Suárez, 55; Elmar Setzer Marseille, 56, y Roberto Albores Guillén, 54.

Pablo Salazar Mendiguchía, si bien se insertó como uno de los gobernadores más jóvenes,  al contar con 46 años cuando asumió el poder, no fue una novedad, porque Jorge de la Vega, como hemos dicho, tenía 45, y tres más no habían entrado al medio siglo cuando se convirtieron en gobernadores, como fueron los casos de Javier López Moreno, Eduardo Robledo Rincón y Julio César Ruiz Ferro.

A partir de este siglo, ya no importó la carrera meritocrática, sino la popularidad, el alto puntaje en las encuestas, las apariciones en televisión, en páginas de periódicos, bardas y espectaculares.

En ese nuevo contexto, Juan Sabines Guerrero se permitió incumplir el requisito no escrito de la edad. Al tomar protesta contaba con 38 años, un dato que presumió siempre de ser el gobernador más joven de México, como si la juventud fuera sinónimo de buen gobierno. Manuel Velasco bajó más los estándares, al convertirse en gobernador a los 32 años.

Para el cambio de poderes de 2018, esta tendencia continuará, porque los aspirantes con más posibilidades de asumir la gubenratura, aún no cumplen los 40 años. Eduardo Ramírez Aguilar cuenta con 39 años, y Zoé Robledo y Roberto Albores, 38. La excepción son María Elena Orantes, la única mujer que ha entrado en esta disputa, y que tiene 48 años, así como Rutilio Escandón, 58, y José Antonio Aguilar Bodegas, 67.

No es, decía antes, que la edad sea determinante para hacer un buen gobierno, porque nuestra Constitución permite a una persona ejercer este cargo a partir de los 30 años, pero quizá tuviera razón Aristóteles cuando escribió que el estado ideal del espíritu es a los 49 años, porque no es ni ingobernable como en la juventud, ni apocado y olvidadizo como en la vejez.

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