Ojos globalizadores

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El joven  oriental ingresa a trancos a la cafetería.  Asentado en sus 1.85 de estatura cruza rápido el jardincillo,  llega a la barra y pide el sempiterno café “americano”.

Presuroso se sienta a la mesa. Sorbe el aromático aún caliente. El celular que es una prolongación de sus huesudas manos no tiene punto de reposo.

El chino  no deja el aparato en paz.  Sus yemas recorren la pantalla, encuentran el video, ante el cual el joven empresario de accesorios para teléfonos, sonríe cándidamente.

O, también se coloca los audífonos y escucha una pieza que suena a música milenaria, lejana y misteriosa como La Muralla China.

El suyo, más que terrestre, parece lenguaje “marciano”, cuando habla con alguien en chino-mandarín, que lo vuelve todavía más distante de los comensales en torno a su mesa.

Algunas tardes  asoma con su hija, una pequeña de tres años, como extraída del orden y la simetría de un biombo antiguo  aderezado  con pinceladas de suaves cerezos en flor.

El correoso empresario apenas  suelta un chasquido  de voz para que la  nena vuelva a su lado,  sin retobo ni reclamo.

El tiempo oriental  le es preciso, conciso y también macizo de sustancia y contenido. Es marcial  como todo en este joven llegado quién sabe de qué parte de  La China que conoció y contó Marco Polo. Llega, consuma sus comunicaciones y consume el café en cinco minutos, a lo sumo.

Paga, y parte. Apenas le escuchado que desgaja: “Jefe”.

Y, emprende la casi huida que frena por segundos cuando llega a la jardinera exterior. Por segundos voltea y observa  con sus ojos globalizadores,  expansionistas y mercantilistas, la cafetería de motivos y sabores zoques. Parece decirse “Esto también será mío”.

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