La casa de Antonio

Foto: Marlene Martínez

Foto: Marlene Martínez

Por Antonio no lloraron. Hubo duelo, sí. Hubo café, flores y un altar con fotos. La muerte de Antonio es la continuación de su lucha, la lucha por una vida sin proyectos de muerte.

Aranzazú Ayala Martínez

@aranhera

Erwin dice que cuando mataron a Antonio, su familia y compañeros de lucha no lloraron. Que su duelo fue un silencio y un redoble de fuerzas, un apoyo callado y solemne defendiendo su tierra. Antonio Esteban Cruz vivía en una casa de tres cuartos sin puertas. En la entrada ahora hay una manta que cubre la mitad de la fachada, con la imagen del activista asesinado el 4 de junio. Le dispararon apenas a 300 metros de su casa, en la comunidad de Cuauhtapanaloyan (donde según los datos oficiales hay apenas 522 habitantes). Su hijo Rodrigo fue quien lo encontró muerto.

Las autoridades de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) de Puebla dicen que fue por un conflicto a causa de un predio, pero los compañeros de Antonio, del Movimiento Independiente Obrero, Campesino, Urbano y Popular, Coordinadora Nacional Plan de Ayala, Movimiento Nacional (MIOCUP CNPA MN), no descartan que el asesinato haya sido por la oposición del activista al proyecto hidroeléctrico que pretende construirse en Cuamono, cerca de Cuauhtapanaloyan, en el municipio de Cuetzalan, en la Sierra Norte de Puebla.

La casa de Antonio es de un piso y es fresca en medio del clima húmedo, hasta selvático, de la zona. Está a sólo una cuadra cuesta arriba del centro de la comunidad, donde hay un edificio en obra negra y un tronco gris, alto: un palo para los voladores, danza ritual tradicional que se piensa originaria de Papantla, Veracruz, pero que existe hasta en Nicaragua.

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