Leer al divino Pitol

Casa de citas/ 350

Leer al divino Pitol

Héctor Cortés Mandujano

 

Confieso que los tres libros que más me gustan de Sergio Pitol, un infaltable en mis lecturas, son los contenidos en lo que él mismo llamó Tríptico de la memoria: El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena. Son geniales.

Leo ahora el Tríptico de carnaval (Anagrama, 1999) formado por tres novelas publicadas antes individualmente (las leí antes así): El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal. En el prólogo, el propio Pitol habla de los distintos aires de su literatura; en estas novelas, dice,  hay (p. 23) “la parodia, la caricatura, el relajo, y […] una repentina y jubilosa ferocidad”. Aunque son distintas en su ejecución, en las tres se disfruta de la prosa magistral de Pitol y de un sentido del humor que las hace muy, muy disfrutables.

De ellas, algunas citas.

En El desfile del amor, Delfina es una mujer exitosa y, me encanta la puntualización del narrador, porque generalmente es cierta en algunas figuras públicas (p. 61) “Tenía, además, el número requerido de detractores, quienes, sin suponerlo, contribuían a consolidar su prestigio”.

Ilustración: Juventino Sánchez

Ida Werfel es una erudita, una ensayista puntual, una autoridad en varias materias; sin embargo, le divierten a morir las alusiones a ciertas funciones corporales y comparte con un amigo esa pasión (p. 154): “ ‘No se puede tapar el sol con un pedo’, y a partir de ese momento ambos se desbarrancaban en el refranero: ‘No hay pedo que valga’, gritaba uno; ‘Quien caga, otorga’, la otra”.

Derny, otro de los personajes, dice (p. 175): “A las mujeres, como decía mi padre, una cosa y otra cosa suele parecerles siempre la misma cosa”.

Se habla de uno de los personajes más repudiados en esta novela (p.214): “Martínez escondió la cola entre las piernas; era un astuto, un zorro, pero también una gallina; peor, una rata”.

Dice Delfina (p. 233): “He llegado a la conclusión de que no hay un mundo más apabullante que el de las esposas. No logro explicarme cómo sus maridos las toleran. ¡Qué lata les dan!”

En Domar a la divina garza, el largo monólogo de su protagonista (aunque a veces lo interrumpen sus interlocutores) aporta esta idea (p. 259): “El inmortal Nikolái Vasílievich Gogol […] escribió en una ocasión que por un orden de cosas extraño, ajeno a la comprensión del hombre, las causas nimias suelen traer como consecuencia grandes acontecimientos”.

[La mamá de un amigo dijo una vez, en una reunión, me contó él: “Como dijo Renato Leduc: ¡chinguen a su madre todos!”; me preguntó  a mí si Leduc había dicho eso. Le dije que seguramente sí, pero que se cita a un autor por alguna idea original, no por una frase común, prosaica. Es como decir “me lleva la chingada”, como decía Jaime Sabines. Es nomás adornar la grosería.]

Hice esa digresión para enmarcar cómo Pitol se burla de esa forma de disfrazar la ignorancia con una falsa erudición. Dice un personaje que alguien halló la horma de su zapato, idea sobada, y le preguntan (p. 308):

“—¿Quién dijo eso de la horma?

“—Me parece que Goethe.”

En La vida conyugal me sentí aludido, como me siento cada vez que hablan (casi siempre mal) de mi signo del zodiaco (p. 440): “Detestaba su signo: Piscis, por supuesto. A menudo ha pensado que la mayor parte de los momentos deplorables de su vida se debían a la influencia de aquel nefasto signo sobre su destino”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

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