Los hijos de las eternas migraciones

Son  los  rostros urbanos de la vida adolorida, ésa que se deja en migajas en cada cruce y semáforo. Foto: Chiapas PARALELO

Son los rostros urbanos de la vida adolorida, ésa que se deja en migajas en cada cruce y semáforo. Foto: Chiapas PARALELO

 

Ellos son los verdaderos hijos de la luna en la inmensidad de la noche tuxtleca.

Poseedores de calles,   parques y  plazas. Son  los  rostros urbanos de la vida adolorida, ésa que se deja en migajas en cada cruce y semáforo.

En el día los hijos de  las eternas migraciones a ningún lugar, llevan   el ajetreo  y la angustia de la sobrevivencia.

Cae  la oscuridad   y les llega el manto abrigador  de la comprensión y la furia-ternura enrejada  en la mirada.

Ellos,   Los Canguritos, los caminantes anónimos, los sin nombre para el momento ni  la posteridad.

Mauro Pérez   es de San  Juan Chamula. Casi niño, casi habitante  de esta ciudad que  sabe que sólo  le pertenece detrás de   sus pupilas, o en sus sueños domesticados de oscuro vecindario.

Al niño de pasos  de heloderma, hace semanas las noches le resultan  más llevaderas, porque es dueño de un desgastado  teléfono celular. Con éste se  sabe menos solo y abandonado, menos pobre y marginado.

Los Canguritos van con sus ofrecimientos sencillos y modestos. Con la noche en la espalda  y la luna desparramándosele en la frente.

Caminan algunas noches como  Mauro lo hace ahora, con la mirada iluminada. A pasos lentos y tranquilos, con la soledad menos  atormentada, porque tiene la compañía amiga del  teléfono celular.

En otro extremo, en el oriente, donde se alza en su estúpida concepción, La Torre de la Ignominia, está ella. Se llama  Mara  y es dragoncita  citadina.

La chica de bluejeans rotangos, atesora del reptil mitológico la eternidad del fuego, que se proyecta en los cristales del edificio-Torre que hace más diminuta la figura juvenil revolviéndose en  la ferocidad de la avenida.

En su oficio, la estopa humedecida de petróleo es su mejor aliada, en ella están los elementos  de su sobrevivencia diaria, Con ella, con la  pelambre hirsuta de hilos,  Mara crea resoplidos del fuego, que llevan sueños de mejores amaneceres.

La noche  aturde con sus vehículos sin fin. Mara de rostro moreno y ojos almendrados, se transforma, evoluciona de adolescente  a dragoncita presurosa,

En el camellón  esperan la mochila  y  la botella de agua. Resuelta  la joven de ombliguera ata sus tenis, la gorra beisbolera y el hisopo de fuego, con los que desafía  el tropel de los motores y sus conductores caóticos también.  Se lanza así  a conquistar el crucero, el mundo una noche más.

Salta, torea los automóviles, con su manual imaginario y bien aprendido de primeras lecciones: la   fugacidad del semáforo no espera, no aguarda,  ni tiene piedad ni  sabe de solidaridad.

Mara, de suavísimos destellos para la contemplación, – si no fuera por su cara ahumada y rojizos ojos que deshilvanan su dureza –  y andar airoso, se integra al paisaje de todos los fuegos, en este, su cruce,  que conjunta frentes, barricadas y batallas.

Es Mara  en la pelea de quienes no tienen casi nada y anhelan lo básico;  de aquellos que pugnan desde la sangre de sus padres y llevan viejísimos sollozos de gargantas, sabedores que perderán, pero que luchan para que no se diga que hubo impunidad.

ara de la Cruz  es,  entre   autos, riesgos y peligros  ladragoncita en su  fortaleza, templanza, perseverancia desplegadas en la oscuridad nocturna, donde asoma el murciélago o el coleóptero noctívago que se  es.

Mara, olorosa de antiguos combustibles pétreos, es  el reptil de sus  fábulas que encarna y realiza con su furia acomodada, o desatada, depende como se le vea,  acepte o rechace, en  el entramado  selvático en el que cada quien se constituye o  se destruye.

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