Abuelas y niños, bajo depresión pos-sismo

Personas de la tercer edad que perdieron sus viviendas, no han recibido atención psicosocial. Foto: Ángeles Mariscal

Apoyada por un bastón, Doña Paula Ramírez Meza pasea por los restos de la casa en la que habitó durante más de 60 años. Intenta bromear con su hija, quien le ayuda a no resbalar en el piso mojado por la lluvia que cae del techo que ya no existe. Invariablemente su charla termina en llanto. Su llanto se agudiza cuando entra en lo que fue su habitación, un cuarto pintado de rosa, en el que sólo quedan restos de una cama y una imagen religiosa pegada a la pared.

“El baño empezó a hacer pa-pa-pa-pa-pa. ¡Hay Jesús, estaba despierta! Pido por favor que me ayuden, tengo 42 años de ser viuda. Solita yo… me da mucho sentimiento porque tanto que luché solita. Mis hijas dicen no llores mamita, pero sí lloró porque me costó mucho sudor de mi frente”, explica la anciana mientras se limpia las lágrimas con una orilla de su suéter.

Su vivienda es una de las más de 6 mil que quedaron destruidas por el sismo del 7 de septiembre. Ella se resiste a abandonar el lugar. No tiene paz. Sale a la calle y se sienta en una silla de plástico, entra a los restos de la vivienda, mira las paredes que están a punto de colapsar. Se sienta en un sillón que acomodó en pasillo, junto a una televisión, camas y lo que pudo sacar de la vivienda.

“Si se tiran las paredes, que quede aunque sea un pedacito donde yo duerma. Pienso seguir adelante aunque yo este grande, aunque esté cholenquita de mis canillas, porque estoy enferma”.

A un par de calles vive Dominga Santiago Lázaro y su esposo Ismael, ambos personas de la tercer edad. Ellos heredaron la casa de la madre de Ismael. De esa vivienda no quedan sino pedazos de adobe regados. Ni un muro, ni un techo. Dominga toma las riendas de la conversación cuando explica sus necesidades. Ismael sólo mira al horizonte, se aferra a la mano de ella. No desea hablar. No quiere hablar. Desde que la casa donde nació se vino abajo, él decidió guardar silencio.

En las regiones afectadas por el sismo, cientos de ancianos perdieron las viviendas construidas con el esfuerzo de toda una vida de trabajo. Ellos saben que muy difícilmente podrán volver a hacerse de otro hogar.

UNICEF recomendó a gobierno mexicano que para la recuperación emocional de niños y niñas afectados por el sismo, estos retornen lo más pronto posible a clases. Foto: Ángeles Mariscal

UNICEF recomienda atención psicosocial para niños, niñas y adolescentes

Brenda tiene seis años y no quiere que la separen del televisor arrinconado en una esquina, bajo una galera de lámina. Cuando su madre intenta bajar el volumen del aparto, ella grita.

“La niña quedó muy afectada, cuando pasó el temblor se puso a llorar, Así se la ha pasado, solo la podemos distraer  con la televisión”, justifica su madre. Brenda no quiere salir a la calle. La escuela tampoco es una opción porque en Chiapas, desde el sismo del 7 de septiembre, los centros educativos permanecen cerrados.

Especialistas del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) recorrieron en días pasados la zona afectada por el sismos, y recomendaron al gobierno de México que tome como prioridad que los niños, niñas y adolescentes afectados reciban apoyo psicosocial y toda la ayuda necesaria para regresar a la escuela lo antes posible.

Explicaron vivir un sismo de la magnitud en que se presentó, significa un episodio traumático para ellos, y parte de su recuperación depende de volver a su rutina lo antes posible.

En su recorrido en los municipios chiapanecos, valoraron que las autoridades mexicanas tienen la capacidad institucional para que los niños reanuden sus estudios a través de aulas móviles en el caso de las escuelas dañadas, y que UNICEF está en disposición de apoyar para ello. Sin embargo hasta el momento continúa la suspensión de clases para 1.3 millones de niños en Chiapas.

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