Galardonan a Cristina Pacheco con la Medalla Rosario Castellanos

Entrega de la Medalla Rosario Castellanos a Cristina Pacheco
Foto: Isaín Mandujano

La tarde de este martes fue galardonada en el seno del Congreso del Estado, con la Medalla Rosario Castellanos, la escritora y periodista, Cristina Pacheco.

Pacheco recibió esta tarde la medalla que lleva el nombre de la autora Oficio de Tinieblas,

Instituida por el Congreso estatal el 5 de noviembre del 2004, para reconocer a las mujeres y hombres mexicanos que se han distinguido por sus contribuciones al desarrollo de la ciencia, el arte o por su virtud, en grado eminente como servidores del Estado, de la Patria o de la Humanidad.

Es por eso, que hoy de manos del gobernador Manuel Velasco Coello, Cristina Pacheco fue galardonada con esa presea. Tras leer su trayectoria, Pacheco tomó la tribuna para improvisar una carta que hubiera escrito a la chiapaneca fallecida en 1974.

“Agosto del 2018. Querida Rosario: Sabes una cosa, hoy me ha pasado lo más increíble. Aquí, en un estado que tanto amaste a cuya tierra alimentaste con tu literatura y con tu gracia, acaban de darme una medalla que lleva tu nombre y tu rostro. Y eso me recuerda la primera vez que nos encontramos.

“Tal vez lo hayas olvidado. Yo no. Era universitaria en la Facultad de Filosofía y era empleada, era secretaria  en el décimo piso de la Universidad. Mi trabajo era de mil usos, llevaba papeles, pasaba los originales, traía los cigarros, servía los cafés.

Y en uno de mis días de trabajo, se abrió la puerta del elevador del décimo piso y apareció una mujercita pequeña, con un vestido muy holgado de tela estampada. Como una tela muy antigua. Llevabas, porque tú lo sabes, un sueter negro sobre los hombros. Y entraste directamente a donde estaban los redactores de la revista de la Universidad. Todos ellos al verte hicieron un movimiento de admiración, de encanto y de alegría.

Me consta que estuviste ahí y que to también estuve ahí. Porque aún conservo la fotografía en donde aparecen tus amigos y tus admiradores, Juan García Ponce, Carlos Valdez, Manuel Michelli, José Emilio Pacheco, en fin, todos los que entonces alimentaban la revista de la Universidad.

Aquella mañana me pediste un café. De una manera muy delicada y amable. Te lo agradecí en el momento en que te entregué la taza humeante. Se acercó una de las muchachas, una de mis compañeras a preguntar, “Maestra Rosario –yo no sabía que era ella, yo aún no la conocía-, tengo que hacer un trabajo y no se como escribe: Feminidad o femineidad. Y Rosario le contestó muy mona: de ambas formas señorita, suele y puede decirse.

Después nos explicó su expresión tan barroca y chocante. Lo que pasa es que yo realmente no se cómo se dice. Si femineidad o feminidad, pero no la voy a traicionar. Eso hizo que me encantara.  Me puso muy cerca de ti. Me hizo comprender que nos entenderíamos, sino como amigas porque había una diferencia de edades, pues por lo menos como personas muy cercanas. A partir de aquella mañana, cada que llegabas a tomar el café con tus amigos de siempre. Con las maravillosas montañas al fondo de la ventana, era para mí una alegría, algo muy importante, ver el brillo de tus ojos, la sonrisa y sorbe todo aquella risa, escasa pero muy impresionante. Eran puntitos de alegría.

Y claro, al verte así tan contenta, tan elogiada, tan segura, nunca imaginé que tu te sentías como una célula hermética.

Cuánto me hubiera gustado acompañarte en aquella soledad que ha sido uno de los centros de tu vida. Es quizá la poetiza, en la que más veces he encontrado ese término que es tan doloroso y terrible, que significa abandono, desamor, tristeza y desde luego una especie de rehacerse todos los días para evitar la muerte”.

Dijo Pacheco que hay un poema en el que Rosario dice, “yo no soy hija de nadie, soy hija de mis sueños, de mi imaginación, y para salvarme de los demonios que me acechan lo único que tengo son palabras”.

Después se volvió  a encontrar muchas veces con Rosario. Empezó a leerla. se detenía un poco. le impresionaba demasiado. A veces iba a recoger a José Emilio para llevarlos a las reuniones de la Universidad, pero ella no se atrevía a hablarle a Rosario. Sin embargo, la empezó a leer.

Y que muchos años mas tarde, empezó a formar parte de su vida por varias razones. Una de ellas es que, cuando nació mi hija mayor, fue su madrina. Y eso fue muy importante para ella, dijo.

Y que eso hizo que hubiera un trato familiar entre ellos aunque no se frecuentaran.

“La leíamos. Y cuando se fue a Israel prometimos que algún día iríamos a buscarte y a seguirte. Y a reírnos de todas las cosas que te gustaba reírte. Empezando por tus propios defectos y tus propias equivocaciones”, indicó.

“Yo nunca he visto nunca una mujer tan neta, tan sobria. Y algo también que me gustaría decirte Rosario, es que llevó el lenguaje de todos los días, el que usamos todos nosotros para pedir una taza de café, un cigarro, un papel, una servilleta, para llamar cortina a las cortinas, mesa a las mesas, es lo que enriquece su poesía. Une poesía limpia, clara e incomparable”, agregó Cristina Pacheco.

Dijo que “la elegancia de Rosario es tan única, tan única como fue su sonrisa”.

“No quiero tomarles más tiempo. Sólo les diré que, la ultima vez que la vi, estaba rejuvenecida y muy bella. Se veía feliz, estaba radiante de dicha. Ahí en la casa de Wilberto Cantón, la vimos mi esposo y yo. Y como siempre, hicimos recuerdos de los viejos tiempos, de aquel décimo piso de la Universidad. De las bromas que se hacían entre los escritores de la revista. De la forma en que se trataban unos a otros sin ninguna solemnidad” precisó la homenajeada.

Dijo que en el fondo de todo esto hay experiencias duras, difíciles, que tienen que ver con la soledad y la muerte.

“Alguna vez tuve el privilegio, lo lamento, de haberte entrevistado. Era yo demasiado joven, demasiado inexperta, para entender lo que Rosario me dijo. Lo que Rosario trataba de explicarme al hablarme una vez más, de una de esas obsesiones que nunca la abandonaron, la soledad y el desamor”, indicó.

“Rosario Castellanos, por última vez diré, nunca volvió a encontrarse con nosotros. Nos Nos escribimos alguna vez, leíamos sus artículos, pero siempre quedó pendiente una conversación que no tuve contigo Rosario”, expuso la escritora.

“Me gustaría estar a la altura de tu poesía para poder continuarla, para poder seguirla. No tengo el don de los poetas. Pero alguna vez haré un retrato tuyo que te haga ver como querías verte: un árbol lleno de muchos pájaros, esos pájaros existen, el árbol existe. Las aves vuelan cada vez que uno de nosotros  se da el gusto, se da el placer de abrir uno de tus libros y ver aquella lívida luz que te iluminaba”, concluyó.

Cristina Pacheco nació en San Felipe, Guanajuato, el 13 de septiembre de 1941. Ensayista y narradora. Estudió letras españolas en la FFyL de la UNAM.

Dirigió las revistas La Familia, La Mujer de Hoy y Crinolina. Ha colaborado en periódicos y revistas como El Popular, El Sol de México, El Universal, Excélsior, Novedades, Siempre!, Sucesos para todos (con el seudónimo de «Juan Ángel Real») y Unomásuno.

Desde la fundación de La Jornada ha colaborado con entrevistas, reportajes y las series «Mar de historias» y «Eje Central». Fue jefa de redacción de la Revista de la Universidad.

Ha sido titular de programas radiofónicos de Radiocentro, XEW, Radiofórmula y Radio Capital, donde conduce el programa «Desde la capital».

Se inició en el periodismo televisivo en el C-13. Sus primeras colaboraciones en C-11 fueron «Así fue la semana» (sección de literatura) y la serie de entrevistas con Juan de la Cabada «De todos modos Juan te llamas». Por el mismo canal conduce desde 1978 el programa «Aquí nos tocó vivir», y a partir de 1997 la serie «Conversando».

Entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio Nacional de Periodismo 1985 por Entrevista, en 1986 por Mejor Programa de Servicio a la Comunidad, y en 1987 por Crónica.

En 1988 obtuvo el Premio de la Federación Latinoamericana de Periodistas por labor informativa. Premio Manuel Buendía 1992. Premio Rosario Castellanos 1996. Premio de Periodismo Fernando Benítez 2000 otorgado por la Universidad de Guadalajara. Medalla al Mérito Ciudadano 2000 otorgado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Premio Comunicación Universidad Latinoamericana 2001. Premio Rosario Castellanos a la Trayectoria Cultural de la Mujer 2012.

En 1977 se integró al equipo de colaboradores de la revista Siempre!, publicó también entrevistas, crónicas y artículos en los periódicos El Sol de México y La Jornada, donde a partir de 1986 contribuye con su sección de opinión «Mar de Historias».

Desde 1980 conduce la serie de televisión «Aquí nos tocó Vivir»; es el primer programa de televisión que recibe a nivel internacional el reconocimiento memoria del Mundo en México por la Organización de las Naciones Unidad para la Ciencia y la Cultura (UNESCO). En este programa Cristina se acerca a conocer la vida de las personas y retrata el día a día de su vida, dándole tanta importancia a su historia como si ella estuviera con uno de los personajes.

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