Arturo Montoya Hernández: Fitzcarraldo o el viaje en paracaídas

Fitzcarraldo o el viaje en paracaídas

Arturo Montoya Hernández

Cierro los ojos. El sonido de un barco de vapor atraviesa el Amazonas. Al paso de su proa viaja la música de una ópera lejana tocada en un gramófono de espaldas anchas. Centrífuga, la voz de Caruso se extiende a mansalva, zigzagueando junto al canto de las aves y los remolinos de agua. Su plumaje multicolor de otras latitudes queda grabado en la superficie del rio, que es siempre un caudal distinto, flujo de tiempo en el que nunca se posan dos veces los mismos ojos, a la vez que permanece inasible a cada instante para las mismas manos. A bordo de la embarcación, entre el vaho y la humedad, entre la infancia y la historia, Fitzcarraldo, Prometeo encadenado antes del fuego, sueña despierto con un teatro de ópera construido sobre la antigua floresta, estadio de espectáculos flotante para el juego a ras de cancha, para el 4-4-2 de la verticalidad y el centro, para el contrapunteo entre el tabaco y el azúcar nacido Caribe arriba.

Klaus Kinsky, alemán nacido en Polonia, viaja por rio la selva Amazónica, tierra ignota donde las aguas crecen largas raíces de árboles de caucho, eperúas de verdor profundo, ancestrales ceibas que guardan la memoria de los siglos, alargadas euterpes de hojas palmiformes, sigilosas trepadoras que emulan el seseo del lenguaje. Su voz es la expresión de la génesis del globo terráqueo, del caballo y la espada, de los viajes transatlánticos y su empeño en diluir la travesía transpacífica. ¿Dónde inicia la presencia de Klaus, dónde la de Fitzcarralado? ¿Acaso en los pétalos de la mariposa que se posa en sus manos con la elegancia de un último regate, de un quiebre que se perfila hacia el interior del área para lanzar un remate pegado al poste del arquero que se incrusta en lo profundo de la red, o también en el fuego ya sin cadenas de un canto que transita otro caudal, grito de gol sumergiéndose en la espesura donde los sonidos de la selva son infancia y destino, historia del fin de la historia? Klaus y Fitzcarraldo vueltos uno danzan rio arriba, cruzando en barco una montaña, limen entre el sueño y la vigilia que acompaña los pasos del viajero en su salto cósmico en pos de la copa del mundo, símbolo del concierto de las naciones, de la economía como extensión de la guerra por otros medios.

Fizcarraldo

Abro los ojos. El sonido intermitente de muchos cláxones que celebran la victoria de México, se suma al viento húmedo que sube desde el Pacífico por la avenida del Agua. El miércoles de hace dos semanas, desde el quinto piso de un edificio en el centro de Tijuana, Juan Carlos Cabrera Pons, del otro lado de la mesa, observaba a través de su pinta de cerveza (miel sobre madera) el atardecer posándose cierto sobre esta ciudad al noroeste de México (lumen sobre gris que encarna las contradicciones y los contrastes de la frontera). A través del color vivo de la malta fundido en el atardecer, podía verse el muro fronterizo que hace colindar Tijuana con el condado de San Diego, larga cordillera dispuesta a ser cruzado en barco, cual istmo de Fitzcarraldo. En ese entorno, de fiesta y geopolítica, de mosto embriagado de lúpulo y ciudad capaz de vestirse de múltiples banderas, hablamos del mundial y de las posibilidades de México, de los viejos ídolos y de alineaciones imposibles (negro sobre blanco), de recuerdos y viajes. Alemania, rival que ganó el mundial al sur del continente de hace cuatro años, aparecía con la fuerza infranqueable de su historia de campeonatos y estrellas.

Danzar a través de la montaña, cruzar entre la vigilia y el sueño, hacer del muro una ciudad invisible, transmutar la voz del destino en un canto compartido, encontrar en el juego a ras de cancha la extensión del impulso vital por otros medios, hacer del canto una sorpresa continúa. Hoy, 17 de Junio de 2018, contra varios pronósticos, la selección mexicana inició con un triunfo ante Alemania su participación en la Copa del Mundo de Rusia. Es el comienzo de un viaje en paracaídas que inicia otra historia, de “cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos” como dijo el poeta bajo las hortensias. Celebremos pues esta victoria, para seguir cantando nuestros viajes.

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