Definición de dedo

mano

El momento más sublime del dedo es cuando un hombre o una mujer lo acercan al espejo para “tocarse”. Esos hombres y mujeres saben que tocan el espejo, pero, por esos prodigios de la vida, creen que se tocan, que tocan sus ojos, sus labios, su frente. Tocan el reflejo de sus rostros y en ese tocamiento creen que ¡se tocan! Es el único instante en que el hombre puede verse y “tocarse”, aunque, en realidad, no se toque. Porque cuando el hombre se toca, cuando se lleva las manos al rostro ¡no puede verse! Esta es la dicotomía de la vida: tocarse sin poder verse o verse sin poder tocarse. ¿Acaso no es ésta la mejor definición del amor? Aunque una amiga corrige: “cuando me veo al espejo, no toco el espejo, pongo el dedo sobre mi mejilla y ¡me toco! Sí, es cierto, digo yo, pero ella no sabe que no se toca al derecho, sino al revés. Esto hace una gran torcedura. Ningún humano puede tocar su mejilla derecha, sin ver, en el reflejo, que se toca el lado izquierdo de la imagen.

El dedo es la extensión del cuerpo que nos permite tocar los objetos y tocar el universo al mismo tiempo. A veces hay hombres que levantan el brazo y señalan una estrella. No lo saben, pero en ese instante tocan el cielo, porque el universo es como el espejo que tocamos cuando queremos tocar nuestro reflejo. El universo es el reflejo de nuestro espíritu y viceversa. Por esto, cuando un hombre repasa un dedo sobre su cuerpo, por ese prodigio llamado ósmosis, el dedo traspasa la carne y llega al espíritu. ¿Acaso no la muchacha bonita siente que accede al cielo cuando su muchacho bonito hace caminitos sobre sus muslos y sobre sus pechos que son como pececitos brincando en el lago?

¿Han pensado en que el dedo es la extensión más amada del cuerpo? ¿Han pensado en que es la extensión más traviesa, la más juguetona? Tengo una amiga que me cuenta que en la preparatoria tenía ciertos desajustes físicos y que vomitaba muy seguido. Sus compañeras, en broma o en serio, le preguntaban si no sería que estaba embarazada y ella, con cara de árbol en invierno, decía: “sólo que sea de mi dedo”.

El dedo ayuda a señalar un objeto que deseamos; a señalar al victimario y a hacer caminitos sobre la mesa de juego o sobre el cuerpo de la persona amada. Ya lo dijo Cortázar: “toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca…”.

Habría que hacer la Oración del dedo, la prédica que exaltara las virtudes del dedo. El dedo, desde siempre, ha sido el compañero más fiel del hombre y de la mujer. Si no existiese el dedo, la vida sería como un muñón sordo y ciego. El dedo, como termómetro, ayuda a medir la temperatura del agua y del sueño. Además, es el más implacable verdugo, no sólo por su capacidad de señalar sino porque esclaviza al hombre y a la mujer a través de un simple anillo de compromiso o de matrimonio.

El diccionario dice que el dedo es “un apéndice articulado” en que termina la mano o el pie del hombre y de muchos animales. ¡Ah, qué definición tan tonta! Los apéndices de los libros son agregados que pueden desaparecer sin que la esencia del libro se extravíe. En cambio, el hombre sin dedo pierde mucho. El dedo ¡no es un apéndice! Al contrario, casi siempre es ¡la introducción! De esto pueden dar fe todas las muchachas bonitas del mundo. A ningún escritor famoso se le pide que escriba un apéndice, por el contrario, los prólogos de Borges o de Octavio Paz ¡son de antología!

En la Capilla Sixtina, Miguel Ángel logró sintetizar de manera genial la luz del dedo. ¡El dedo de Dios está a punto de tocar el dedo del hombre! Aunque tal vez la intención de Miguel Ángel no fue esa, sino todo lo contrario: ¡el dedo del hombre está a punto de tocar el dedo de Dios!

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