Periodistas «picapiedra»

Es un club exclusivo de periodistas a punto de desaparecer por culpa de la modernidad y de la oleada de muchachos salidos de las escuelas de comunicación. Se hacen llamar los “picapiedra”.

No sé realmente quién les puso los “picapiedra”, pero no dudo, ni por un instante que haya sido Marco González, un periodista generoso por los cuatro costados, y hábil para bautizar a generaciones de informadores emergidas al solipiendazo.

Los “picapiedra” eran muchos en un principio, tantos que armaron una agrupación de periodistas vividores de los metralletazos de dinero provenientes de presidentes municipales y algunas balas de salva de diputados.

Las uzis no se habían inventado todavía, así que ellos no fueron beneficiados con descargas de billetizas disparadas a quemarropa y a milésimas de segundos.

A ellos, cuando mucho les tocó escopetazos y metralletazos de monedas de cobre y níquel.

periodista-clásico            Constituyeron un club exclusivo que rara vez aceptó a nuevos miembros. Por eso, no es raro verlos amenazados, en vías de extinción, como animales prehistóricos de uñas largas y colas escamosas.

Me han dicho que quedan pocos de esa rara estirpe.

Conocí a varios de ellos, y no crea que se vestían con pieles de carneros y de búfalo como sus antiguos predecesores a quienes le debían el nombre. Para nada. Vestían casi siempre de guayabera, zapatos bien lustrados y llevaban un rimero bien armado de periódicos en donde aparecían todos los presidentes municipales agasajados en alguna columna hecha asimismo para el ajuste de cuentas.

Poco a poco han ido desapareciendo los ilustres “picapiedra”. Uno murió de borracho y de cirrosis, otro más de indigestión y de coraje. No faltó alguno que muriera en la abundancia o que se jubilara después de haber ganado la lotería, pero quedan dos o tres, si acaso, que deambulan en pasillos del congreso en busca de presidentes municipales cada vez más escasos y más estultos. Aún así amagan a una que otra víctima y les cobran por cuadratines y líneas ágatas de publicidad que jamás escribieron ni escribirán en su vida.

Me dicen que si bien están por extinguirse los “picapiedra”, los esforzados hombres del embute, del chayotazo y del peine limpiador, están surgiendo otros personajes, más perversos y más dañinos, que no se contentan con monedas de cobre, sino con cañonazos de billetes.

Y más ahora, me dicen, en que el gobierno compra a todos los escribidores, hasta los más ignorantes, hasta los que nunca escriben, ni mal ni bien,  sobre todo mal, de algún funcionario porque se les paralizaría el entendimiento.

 

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