Seducida por la madurez

 

Sileno ebrio, del pintor Antonio Van Dyck

Sileno ebrio, del pintor Antonio Van Dyck

 

Llegar a cierta edad tanto para hombres para mujeres no solo representa madurez y experiencia, también cambios hormonales que “desajustan” el deseo o apetito sexual, en el caso de las mujeres es conocido como Menopausia, pero en los hombres es denominado Andropausia o climaterio masculino.

Tal vez por eso cuando se llega a los cincuenta años muchos creen que la vida sexual se acabó, pero no debe ser así, si bien es cierto que los niveles de testosterona en sangre disminuyen, no todo está perdido.

Hoy en día se sabe que este síndrome se caracteriza por la disminución del deseo sexual, la calidad de las erecciones, y flacidez del pene, pero con el tratamiento adecuado se puede sobrellevar sin dejar de lado la sexualidad.

Llegar a los cincuenta no debe ser motivo ni para las mujeres muchos menos para los hombres de continuar con una vida sexual satisfactoria, ya no podrán quizás tener el mismo  ímpetu de los 20 o 30, pero tienen algo mejor, la experiencia y solo bastara una vez para que esa intensidad puedan disfrutarla intensamente con su pareja.

Si bien es cierto que hay cambios, de alguna forma con la información correcta y los especialistas en la materia se pueden superar, lo cierto es que la vida no termina a los cincuenta, al contrario es una de las etapas mejores en la vida de los hombres y las mujeres.

La experiencia sexual acumulada a lo largo de los años  es el mejor aliado para quienes piensan que el ya no tener erecciones constantes puede afectar su vida sexual, el sexo no solo es penetración, y ellos a esa edad lo saben, tiene la madurez para saber los puntos en los que una mujer se vuelve loca de placer, por eso hay que dejar atrás la idea de que llegar a los cincuenta es sinónimo de veda sexual.

 

Seducida por la madurez

A sus 52 años Alejandro estaba mejor que nunca, sus canas en la sien, resaltaban su atractivo, era un hombre de complexión media, al que más de una jovencita volteaba a ver por su mirada intensa, su boca y las comisuras que se le formaban cuando reía.

Tenía ya algunos años que se había divorciado, y eso lo hacía doblemente atractivo, cuando llegaba a cualquier lugar las miradas femeninas, iban directamente a él, era un hombre interesante, aunque en las últimas semanas la relación que llevaba con su pareja de 30 años tenía algunos altibajos, los síntomas de la andropausia habían mermado su apetito sexual.

Por eso quiso hablar con su médico para explicarle los síntomas que tenía y de qué manera podía ayudarlo, sus erecciones ya no eran tan constantes y eso le preocupaba por satisfacer a su pareja.

El especialista le explicó la forma en la que podía sobrellevar esta etapa y le dio un tratamiento, pero como hombre le recomendó no estresarse, sino aplicar sus conocimientos adquiridos a lo largo de su vida sexual, que no era el número de erecciones que tuviera para complacer a su pareja sino la intensidad y su experiencia para darle placer.

Después de varias semanas de tratamiento, Alejandro decidió sorprender a su pareja, una hermosa mujer de 30 años, a quien más de un hombre hubiera estado orgullos de presumirla a su lado por su impresionante físico.

Era dueña de unos voluptuosos senos, una ancha cadera y unos glúteos redondos; esa tarde el departamento de Alejandro tenía un toque especial, fresas, chocolate derretido y muchas rosas rojas.

Lorena, como se llama su pareja no pudo evitar sorprenderse por el detalle, todo estaba planificado para tomar las cosas con calma.

En la alfombra estaban varias almohadas, y la invitó a sentarse en ellas, sacarse los zapatos y disfrutar del momento.

Mientras la ayudaba hacerlo, le acarició los brazos y le dio un beso en la nuca, un beso en el que deposito mucha pasión y ella lo sintió.

Sentados frente a frente, le empezó a dar fresas con sus dedos, mientras el chocolate se lo untaba en los pies hasta las rodillas, entonces comenzó todo, él con su lengua recorrió primero cada uno de los dedos de los pies, pero no dejaba de mirarla, le gustaba ver como ella poco a poco iba cediendo a esas caricias que le propiciaba su lengua.

Después con un movimiento suave le quitó la falda y siguió untándole chocolate en sus piernas, ella pedía a gritos que la hiciera suya, pero él le pidió calma mientras metía sus dedos en la boca de ella mientras le ofrecía fresas.

Con un movimiento sutil, le bajó su ropa interior, pero no se apresuró, solo colocó dentro de la vagina una fresa con chocolate, ella estaba muy húmeda, pero la dejo así para continuar con sus senos, después de quitarle la blusa y con sus dientes el sujetador, ella estaba excitada.

Su lengua fue lo bastante audaz para jugar con los pezones de ella que los lamia después de haberle puesto chocolate, entonces decidió bajar al monte de venus, la fresa tenía los fluidos de Lorena y fue el manjar más exquisito esa noche, penetrar primero con su lengua a esa mujer que estaba al borde del orgasmo, ella ya no supo más de sí, se dejó llevar.

Él tenía ya la erección y después de complacerla la penetró, fue una relación diferente, la había llevado al éxtasis y ahora ella estaba dispuesta a complacerlo, los movimientos de sus caderas, se hicieron más intensos y él alcanzó el clímax y pudo ver que por segunda ocasión su pareja temblaba por los orgasmos obtenidos.

Esa tarde, Lorena disfrutó de la experiencia y madurez que da toda una vida a un hombre de 50 años, desde esa ocasión no importa el número de erecciones que Alejandro pueda tener, las que tiene, las disfruta al máximo, porque sabe dar placer a una mujer.

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