Sueños que reparan

Casa de citas/ 171

Leo Chamula, un pueblo tzotzil (Coneculta-Celali, 1997), de Enrique Pérez López, quien dice que (p. 11): “Chamo es el nombre tzotzil de Chamula que literalmente quiere decir ‘murió el agua’, nombre que es respaldado por la tradición oral de los viejos que dice que en el lugar donde se ubica la cabecera municipal era un lago”.
Chamula, además (p. 12), “es uno de los pocos municipios que se mantiene libre de habitantes kaxlanes”, es decir, ladinos.
Los ladinos, los no indios somos, según la leyenda, hijos de perro (p. 26): “Todos los ladinos murieron a causa del diluvio; sólo esa mujer y su perro se salvaron. La mujer al encontrarse sola, sin compañero, y al ver que ya no había forma de procrear a más ladinos, se le ocurrió hacer el acto sexual con su perro. De esa unión volvieron a surgir los ladinos… Por eso dicen que los ladinos no tienen vergüenza; se besan y se abrazan en las calles como si fueran perros”.
Como en otras historias indígenas, para los chamulas los negros están relacionados con lo satánico. “El hombre y el negro” es el relato de un hombre que se encuentra con un diablo (p. 51): “Éste estaba bautizado y por eso era más o menos como la gente, nada más que de color negro”.
En el cuento “El hombre que fue al lugar de los huesos ardientes”, el dueño del inframundo pide al protagonista que vaya por las mulas que hay en el río; cuando llega ve que sólo hay mujeres lavando. El señor del infierno le dice (p. 60): “¡Pues las mujeres son las mulas, vuelve allá a traerlas, lleva este fierro caliente y se los metes por el ano!” Lo hace y las mujeres se convierten de inmediato en mulas, “pero solamente aquellas que tuvieron muchos amantes y cometieron muchos pecados aquí en la tierra”.
Pedir una muchacha en matrimonio, según el libro de Enrique, es un suplicio que empieza por conseguir al Jak’ol, es decir, a quien pedirá a la novia. Luego de varios rezos, cuando están fuera de la casa de la prometida y hacen saber al padre de sus intenciones (p. 112): “En la mayoría de las veces, el señor de la casa sale regañando, dando de gritos e insultos: ‘¡Hijo de la chingada, para eso me vienes a hablar! ¡Yo no tengo hijas, cabrón, vete! ¡No quiero que me vengas con esas cosas, hijo de la gran puta! ¡Lárgate, no te vaya a agarrar a patadas y te rompa el hocico, cabrón!”
Al interesado se le humilla mucho (p. 114), “pero como se trata de conseguir mujer, todo se debe soportar: insultos, ofensas, aun los golpes aunque duelan”; se necesita decisión, dice Enrique (p. 119), “puesto que los papás de la muchacha no aceptan a la primera ni a la segunda visita; se han dado casos en que las visitas se prolongan hasta 40 veces”.
Cuando la mujer está embarazada el modo de saber el sexo del bebé es a través de los sueños (p. 130): “Si durante el sueño se le aparece una mujer que le hace entrega de una bola de hilo o una jícara concebirá una niña, pero si le da una taza de peltre, un sobrerito o un huevo envuelto en un pedazo de trapo nuevo, y le dicen: ‘recibe esto, tú lo cuidarás’, será varón”.
El matrimonio religioso es importante (p. 135): “Hay una creencia que dice que si la persona se casó por la iglesia con su esposa o esposo, en el otro mundo se juntarán, pero si no fue así, al llegar ahí se les dará por compañero un marrano o marrana, según si es hombre o mujer”.
En el carnaval se cuida que hasta los trastos estén a gusto (p. 193): “A las ollas se les unta chile, pilico y tabaco de los cigarros en la parte exterior para que no les pase nada, ni se avergüencen” y (p. 196) “las banderas y los bastones son alimentados con humo y olor de copal”.

***

Rosario memorable (Conaculta-INBA, 2012) es un libro que reúne textos de Dolores Castro, Toshiya Kamei, Rodrigo Landaeta y Nedda G. de Anhalt, quien también sostiene una interesantísima charla con Raúl Ortiz y Ortiz; el volumen incluye una antología de narraciones, prosas y poemas de Rosario Castellanos. Es, si se quiere, una muy buena introducción a la vida y la obra de esta escritora chiapaneca, nacida por azar en el DF.
Dolores Castro cita en su texto un poema de Rosario, del que tomo estos últimos versos (p. 16):

A veces hay la noche
pero la luz es fiel y vuelve siempre.
Al tercer día todo resucita.
Sólo la muerte muere.

Nedda G. de Anhalt es una querida amiga, de quien admiro (y mucho) su increíble capacidad para entrevistar y volver la entrevista un género de información detallada y, además, una conversación donde cabe la polémica con el entrevistado, sin nunca llegar a la descalificación ni a la grosería. Nedda es una mujer amable, pero no concede aquello con lo que no está de acuerdo. Sus entrevistas me encantan, me maravillan (hablé, hace mucho, en una Casa de citas, de dos de sus libros sobre el tema). Aquí platica con Raúl Ortiz y Ortiz, cercano amigo de Rosario, quien declara varias cuestiones importantes.
Rosario murió al conectar una lámpara, cuando era embajadora de México en Tel Aviv, Israel. Nedda le pregunta si la lámpara “formaba parte del mobiliario de la Embajada” y Raúl responde (p. 85): “Categóricamente no. Porque ella la compró la tarde misma de la noche en que murió. La lámpara la compró en un bazar árabe”, dice, y cuenta las circunstancias.
Raúl dice que Rosario “es la pluma más importante de la segunda mitad del siglo XX en México”, y Nedda le dice (p. 91): “Para mí, el mejor escritor del siglo XX y de todos los siglos, seguirá siendo Octavio Paz”.
Releo lo antológico de Rosario, que ocupa la mitad del volumen, y “Del escritor y su público” tomo esta idea (p. 150): “La inteligencia está perdida, dice Simone Weil, desde el momento en que se expresa con la palabra nosotros. Su ejercicio es una responsabilidad estrictamente privada”.
En el cuento “El advenimiento del águila” escribe (p. 165): “El águila no es cualquier cosa; es el nahual del Gobierno”.
Y de su poema “Al pie de la letra” son estos versos, que me parecen definitorios (p. 224): “Desde hace años, lectura,/ tu lento arado se hunde en mis entrañas”.

Obra del pintor Manuel Velázquez.

Obra del pintor Manuel Velázquez.


***

—¿Adónde vas?
—Al río.
—Llévame.
—Bueno.

Rosario Castellanos,
en “Las amistades efímeras”

Releo fascinado los cuatro cuentos que conforman Los convidados de agosto (Editorial Era, 1964), de Rosario Castellanos. Son muy buenos. No en balde dice Emmanuel Carballo, en Protagonistas de la literatura mexicana (Alfaguara, 2005), que (p. 611) “quizá sea éste su mejor libro de prosa narrativa”, porque “sus personajes ya no son indios o blancos, son seres humanos”, porque “el estilo rechaza la prosa poética y se atiene a los cánones de la prosa narrativa” y porque la autora “se comporta respecto a sus criaturas con modestia: las deja actuar, pensar y sentir con cierta independencia”.
Lo que es notorio aquí, que no lo es tanto en sus anteriores volúmenes cuentísticos (Ciudad Real, Álbum de familia), es su ironía, su humor descarnado, burlón. Escribió Enoch Cancino Casahonda que en Comitán se da con mucha facilidad poner apodos y en “Vals ‘Capricho’ ” Rosario lo hace constantemente. A Reinerie, la protagonista, (p. 47), “alguno la apodó ‘La tarjeta postal’ y ya nadie volvió a aludirla de otro modo”; en el mismo texto aparece la “Estambul” (p. 62), “que se ganó su apodo a causa de sus enormes ojeras”, y está también (p. 64) “La Casquitos de Venado”.
Emelina y Concha, las dos amigas casi quedadas que van al toreo, en “Los convidados de agosto”, llegan retrasadas al espectáculo y (p. 83) “tuvieron que hacerse las desentendidas de un estentóreo ¡Las dos de la tarde! lanzado sobre ellas por algún apodador profesional”.
Emelina, por cierto, le dice al desconocido con quien está a punto de fugarse sobre una costumbre de las comitecas (p. 92): “Ya te contaron el cuento de que no se nos puede echar un piropo sin que corramos a hacer la maleta para huirnos”.
Y el gran platillo es “El viudo Román” (aquí hay, como dos conocidos míos, un Carlos Román y un Enrique Alfaro), espléndida historia, prácticamente una novela breve; en ella, cuando el sacerdote habla a don Carlos, el viudo, sobre las casaderas y menciona a Amalia Suasnávar él recuerda que fue el hazme reír en el velorio de su madre cuando dijo que sufría insomnio, porque sus sueños era muy reparadores.
No entendían la relación hasta descubrir que ella (p. 136) “tenía la más firme convicción de que lo único capaz de reparar en el mundo era un potro”.
Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

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