Tuxtla, el caos y la depredación

Tuxtla

 

Nos han robado la ciudad. La hemos perdido y abandonado. Los gobernantes han hecho de la depredación de sus arcas su actividad más tenaz. La han violentado y degradado hasta la saciedad. Los ciudadanos hemos consentido la rapacidad desde el poder público y la ineficiencia de los funcionarios. Al menos hemos sido indiferentes.

Veinte años fueron suficientes para hacer de la capital un lugar infelizmente habitable. La mancha urbana creció con desmesura devastando áreas verdes y zonas de amortiguamiento ecológico. Sus más poderosos tentáculos se alargaron en forma de nuevos fraccionamientos, plazas comerciales y cinturones de miseria. El imperio del automóvil y la expansión voraz del transporte público también reclamaron su espacio esparciendo la mancha de concreto y pavimento.

La seguridad fue secuestrada por la delincuencia “común”, la única que hay de tan cotidiana, venga de ladrones de medio pelo, de las mafias organizadas o de las pandillas de “cuello blanco”. Acá un robo a casa, allá un asalto a transeúnte o a comercio, por ahí un asesinato al calor de la discusión, acullá un feminicidio, de vez en cuando un ajuste de cuentas entre narcos, una balacera en un bar, un secuestro, algún funcionario extorsionador…

Al centro le fue arrebatada su identidad provinciana por un fatuo afán de imitación y modernidad malentendida; una plasta de cemento mató la convivencia popular y trasladó el corazón capitalino a las fastuosas plazas comerciales, refugio de las nuevas generaciones esclavas de la superficialidad y la cultura del consumo. Lo que queda del “Parque Central”, de día es un mausoleo gris y de noche una zona de penumbras donde coquetea la prostitución y se guarecen los malandros bajo el mudo festejo de nuestros fallidos héroes nacionales que penden de las paredes de Palacio de Gobierno.

El centro es el vivo monumento a la corrupción de los gobernantes fariseos que se atascaron de dinero público en la total impunidad, dejando una ciudad caótica y humillada. Ahí están las raíces del actual desastre citadino que hoy padecemos y que se prolonga por la mala planeación, por el apremio de su majestad la obra pública, fuente de jugosas ganancias para constructores y funcionarios.

Las calles colapsaron algunas por el paso del tiempo, pero las más por lo mal hechas, por las fugas de agua, por las pésimas reparaciones, por las obras chambonas del drenaje pluvial y por el inútil programa de bacheo permanente cuyos parches duran lo que un aguacero torrencial.

La circulación vehicular sufre un estrangulamiento permanente por la “modernización” de las vialidades, por las inundaciones, por arreglos que se eternizan irresponsablemente, por accidentes, por calles destrozadas, por protestas, por eventos gubernamentales, por el “embellecimiento” de los camellones y hasta por la entrega del “Amanecer” a los adultos mayores.

Hoy hay también una denuncia pública sobre presunto enriquecimiento “inexplicable” del alcalde Samuel Toledo Córdova que éste no se ha molestado en desmentir porque tiene la certeza de que será protegido como el protegió la impunidad de sus antecesores que saquearon las arcas municipales. Y así se irá reforzando la cadena de complicidades que llevarán a otros al poder a hacer lo mismo, a seguir depredando los bienes públicos.

Y no habrá forma de salvar a la ciudad, de poner alto a los abusos de los funcionarios, hasta que surja una sociedad civil fuerte, participativa, vigilante y demandante de gobiernos honestos, comprometidos con hacer de la capital un espacio razonablemente habitable. Hay que empezar a construir esa ciudadanía que la haga posible.

 

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