Candidatos, campañas estériles

 

 

Uno esperaría que las campañas electorales para renovar el Congreso federal fueran un espacio para el reencuentro entre políticos y ciudadanos, para la exposición de propuestas a impulsar en el ámbito legislativo, para recoger las demandas generales de la gente y de la sociedad organizada, y para el debate público entre candidatos a fin de delinear cuál es el mejor proyecto a votar en las urnas. Sin embargo, la realidad es otra, bastante alejada de las mejores prácticas democráticas y, lo que es peor, notablemente desvinculada de las circunstancias objetivas por las que atraviesan los estados o el país.

En Chiapas persiste la misma dinámica viciada de comicios anteriores. De origen, muchos de los aspirantes cargan con la sombra de la ilegitimidad porque hicieron abierta o simuladamente campañas adelantadas a los tiempos que marca la ley electoral, sin que recibieran alguna sanción. En su afán por llegar mejor posicionados en el ánimo del electorado potencial, incurrieron en conductas deshonestas y eso ya es una muestra de la cuestionable calidad moral de los que pretenden representarnos en el Congreso. Los más visibles son Luis Fernando Castellanos Cal y Mayor, diputado local y dirigente estatal del Partido Verde Ecologista de México; Emilio Salazar Farías, diputado local; y Rafael Guirao Aguilar, expresidente municipal de Chilón, los tres pertenecientes a la alianza PRI-Verde.

Con este antecedente y la marcada subordinación al gobernador que los caracteriza, no podría esperarse que desarrollaran campañas diferentes, creativas, o cuando menos propositivas. En el caso de los legisladores que van por los distritos de Tuxtla —el primero por la vía plurinominal y el segundo por mayoría—, su trabajo proselitista no trasciende las consabidas reuniones con colonos que sólo sirven para tomarse la foto con fines mercadotécnicos, pues programáticamente resultan estériles al no haber una interlocución verdadera ciudadano-candidato que vaya más allá de las peticiones cotidianas de servicios básicos y de las promesas fáciles.

En el plano local, las “propuestas” que exaltan en su trillado e insustancial discurso, se limitan a ofrecer lo de siempre: más obras, más seguridad, mejores condiciones de vida y de desarrollo… y en el ámbito nacional han centrado su estrategia en la vendimia populista de beneficios en educación y salud, como el vale para jóvenes con el que su primer empleador podrá deducir impuestos en caso que los contrate; la obligatoriedad del inglés y computación en todos los niveles escolares; becas para jóvenes trabajadores; y los vales para canalización inmediata a otra clínica si el IMSS o el ISSSTE no puede atender a un paciente, cuya viabilidad y eficiencia son bastante dudosas.

Diferentes encuestas que miden sistemáticamente el nivel de confianza de las democracias y de sus actores principales, han demostrado con datos contundentes que los políticos son repudiados por la mayoría de ciudadanos por estar asociados con la corrupción, los excesivos privilegios y la impunidad e incluso son considerados la principal razón del alto abstencionismo que rebasa el 50 por ciento del padrón de electores.

La estadística refleja un grave problema de legitimidad, sin embargo, los candidatos a diputados ignoran por completo el tema y no lo han incluido en su agenda de propuestas. Para ellos no existe como prioridad profundizar los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, la revocación del mandato de los representantes populares por incumplimiento de compromisos con los electores, tampoco el combate a la corrupción, la reducción del número de diputados y senadores, o el fortalecimiento del derecho a la información.

Los aspirantes cómodamente prefieren quedarse en el ámbito aldeano, renunciando a sus amplias responsabilidades legislativas. Ese es su talante real porque las cortas miras democráticas los reduce a asumirse como peones de quien le deben la candidatura y, en ese sentido, su principal misión es vigilar los movimientos de la teta presupuestal para conseguir más recursos de la federación hacia el estado; y en agradecimiento, jugar el papel de títeres en las iniciativas que al presidente le interesa sacar adelante en el Congreso.

Es aquí donde los candidatos auténticamente opositores pudieran llenar ese vació de propuestas trascendentes de diversa naturaleza, local y nacional, para hacer regresar a las urnas a los ciudadanos.

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