Definición de Oscar

Foto: benavidez4

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A veces es una estatuilla, a veces es una ventana, pero, en ocasiones sublimes, llega a ser un río. Puede ser, también, el nombre de una piedra o de una nube. A veces es el padre que lleva de la mano a su hijo que se llama Oliva, como si fuese aceite para lubricar las cuerdas del corazón.

Cuando Óscar es el padre que carga la Oliva, la distancia entre la raíz y la rama se acorta, se vuelve tan cercana como cercana está la Vía Láctea de Andrómeda.

Llamarse Óscar no es cosa sencilla. Hay barcos trasatlánticos que se llaman Óscar y viajan por todos los mares. ¡Ah!, el barco Óscar ve atardeceres, delfines saltarines, deja que las gaviotas se posen en su proa o en su popa y no se molesta cuando alguna de ellas sobrevuela la alberca y suelta, como si fuese un avión de guerra, una cagada que, al estrellarse contra el agua, se expande como una mancha blanca, como si fuese un cardumen de nubes.

Una de las novelas más hermosas fue escrita por Günter Grass y la novela es bella porque su principal personaje se llama Óscar. “El tambor de hojalata” sería de lata impura si el nombre de Óscar fuese otro. ¡Ah!, qué vida tan llena de nubes la de este Óscar que decidió, a la edad de tres años, no crecer más. El Óscar que tiene ramas de Oliva es de la misma estirpe del personaje de Grass, y esto es así porque el Óscar de estas tierras es un niño poeta que se asombra ante las murallas que son como alambre de púas que rodean, hieren, a las nubes de esta patria.

Nuestro Óscar nunca recibirá un ídem. ¡Eso sería un acto indigno! Además, él siembra imágenes, es cierto, pero no las encarama en un celuloide, no, él las coloca sobre las piedras que levitan, las piedras que sueñan con dejar de ser piedras y ser aves y volar muy alto. Las alas de Óscar están hechas de papel, de ese papel que es como el brazo izquierdo del papiro y de la piedra, de la piedra donde están cincelados los diez mandamientos de los hombres buenos y de las mujeres excelsas, mandamientos que la miseria y la avaricia trastocan y confunden.

¿Hay un río que se llame Óscar? ¿Es tan audaz como un potro desbocado, así como se desboca el Ganges cuando un Mahatma sueña que es nube y levita?

¿Hay una carretera que se llame Óscar? ¿De esas carreteras que ascienden como cabras por las laderas de las montañas más altas? ¿Hay una yunta de bueyes que se llame Óscar y sirva para arar los cielos donde duermen los niños que, atolondrados, se creen golondrinas y se refugian en los aleros de sus madres?

La leyenda cuenta que los dioses se reunieron para nombrar la cumbre más alta. Por decisión dividida la cumbre se llamó Everest y el mundo olvidó el nombre que quedó eliminado: Óscar. Por ello, desde entonces, cada siglo aparece un Óscar que, en intento de regresar el prestigio disuelto, sube a lo más alto y pronuncia su nombre, en voz baja, porque, se sabe, quien alcanza la altura no necesita del grito ni del aspaviento.

El Óscar que es como un árbol plantado a mitad del desierto es grande y lleno de frutos. Generoso, abre sus ramas y provee luz y agua para el sediento, porque ya lo dijo la cita bíblica: “Dad, hasta que se agote vuestra veta. Y cuando cese el tesoro, abrid huecos para que otros hombres siembren y la cosecha sea infinita”.

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