El dolor de ser joven

Casa de citas/ 237

El dolor de ser joven

Héctor Cortés Mandujano

 

En cada elección hay siempre un reverso,

es decir, una renuncia,

y así no hay diferencia entre el acto de escoger

y el acto de renunciar

Ítalo Calvino,

en El castillo de los destinos cruzados

 

Me gustó mucho la película Las ventajas de ser invisible (The Perks of Being a Wallflower, 2012), basada en la novela homónima de Stephen Chbosky, quien también hizo y dirigió la adaptación. Lo superficial y lo profundo, la alegría desaforada y la tristeza inconmensurable de esta edad me parecen atractivas para el cine y la literatura; pese a eso, yo no he podido escribir una sola línea acerca de mi propia experiencia, porque la desazón de esa etapa no la quiero cargar durante el tiempo que  me tardaría en escribirla.

Allí uno se enamora por primera vez, y es hermoso y terrible (como dice Shakespeare), porque la mujer primera se queda por siempre viviendo en nuestros corazones, aún “cuando ya el calendario nos anestesia la vida con frustraciones y horarios, con ambiciones suicidas”, como dice una canción de Alberto Cortez, a propósito del tema.

En la adolescencia hay los callados y extraños, apartados de la manada (de eso se trata la película y así fui), que a veces no son comprendidos con claridad, porque no suelen explicarse o no dan las explicaciones convencionales, no dicen lo que los demás quieren oír.

Ilustración: Mónica Alejandra Robles Corzo

Ilustración: Mónica Alejandra Robles Corzo

***

 

Un señor me cuenta que, luego de ciertos desastres de salud, perdió movilidad (“ahora ya camina lento”, como dice la popular canción de Piero) y se expresa con cierta dificultad en el habla.

—Por eso, me dice, mi familia piensa que debe tomar mis decisiones, y lo quieren hacer incluso estando yo presente. Me enoja mucho eso. Para ellos ya estoy listo.

—¿Listo, qué quiere decir?

—Listo, acabado, muerto.

***

 

Es una gran película La jaula de oro (escrita y dirigida por Diego Quemada-Díez, 2013); es de las que, de veras, no hay que perderse. En una de las brevísimas escenas, un grupo de niños pobres juegan a las patadas con una pelota justo en la palpable frontera –la construcción, la barda, el muro– entre México y Estados Unidos de América. La pelota cruza y unos niños se suben, la traen de los Gabachos y la avientan de nuevo al territorio nacional. Siguen jugando.

Contactos: hectorcortesm@hotmail.com

Visita mi blog: hectorcortesm.com

 

 

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