Herir por celos: el caso de Daniel

Mi solidaridad con la doctora

Verónica Castellanos y su hijo Daniel

 

Por celos, por enojo o por el mero gusto de causar daño, dos jóvenes atacaron y dejaron inconsciente a Daniel. Pudieron haberlo matado o provocarle invalidez de por vida pero personas que transitaban por el lugar contuvieron la ira de los agresores.

La violencia juvenil viene tejida de tantos factores que es difícil aislar uno solo. Se conjugan diversas causas: educación en el hogar, atención de los padres y asimilación de valores.

Tuxtla Gutiérrez es una ciudad bastante segura, pero en ella se registra mucha violencia personal. A diario aparecen personas apedreadas, golpeadas, navajeadas o baleadas.

No es el crimen organizado, nos dicen las estadísticas, sino algo más fortuito y quizá, por lo mismo, más fácil de evitar: la violencia gestada por odio al vecino. A veces son iras desencadenadas en un momento de discusión, ya sea en una cantina, una escuela o en el tráfico citadino mismo. Chiapas es, por eso, de los once estados con más homicidios dolosos, con un índice de 9.5 por cada cien mil habitantes.

Llega la provocación y el insulto. Después los golpes, los bats, las armas y el desenlace: heridos de gravedad o muertos cuyos autores son personas que no habían planeado un ataque de esa magnitud.

El problema es cuando la saña carcome por días y se planea un ataque, como en este caso, el que sufrió Daniel. Lo peor es que los autores son jóvenes preparatorianos que dejaron a un lado principios, si es que los tenían, y se atrevieron a golpear sin compasión a un adolescente.

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Este acontecimiento violento coloca en el tablero a muchachos que perdieron la brújula, sino también a una sociedad que rompe a pedazos sus valores. Es un fracaso de las familias de los atacantes pero también de nosotros, que hemos fallado, como padres, como madres y como educadores, en inculcar principios a los jóvenes.

Hay por supuesto, muchachos, muchachas y son la mayoría, que se alejan de la violencia; que buscan construir una sociedad más armoniosa con sus semejantes y con la naturaleza, pero sobreviven individuos que, amparados por el poder económico o político de sus padres, creen que tienen el derecho de arrebatar y demoler a cuantas personas se encuentren por su paso.

A todos, a todas, nos corresponde trazar una sociedad mejor, con valores de solidaridad con el prójimo, con “el otro”, con el migrante, con el conocido y el desconocido.

La violencia estructural o pobreza nos avasalla. Chiapas es el estado con el mayor número de niños y adolescentes pobres, con un 84.4 por ciento. Pero los muchachos agresores no son pobres, sino de familias de poder adquisitivo superior a la media estatal.

Es entonces cuando vemos que nos precipitamos al vacío; que la riqueza puede generar odio y violencia si se pierden los valores más importantes del hombre.

Tanto daño hace la riqueza, como la pobreza estructural sin principios, porque se pierde la brújula hacia la construcción de una mejor sociedad, porque es posible que esos muchachos que hoy atacan con alevosía y mucha ventaja, mañana se conviertan en nuestros gobernantes a quien no les importe atropellar, agredir y matar con tal de estar en el poder.

 

 

 

 

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