Las bufonerías del poder

 

La actriz Carmen Salinas se ha convertido, desde que juró su cargo de diputada federal, en referente de propios y extraños a la política por ser figura pública en un medio que le era ajeno. Sin embargo, lo de figura pública no es algo extraño a su profesión, y menos debe llamar a engaño que sepa lidiar con los distintos medios de comunicación que se le han acercado para inquirirle de forma comprometedora o que se hacen eco de declaraciones, acciones o inacciones en el recinto de San Lázaro. Tal vez le resulte menos comprensible, puesto que en el medio donde se ha desenvuelto toda su vida es prácticamente imposible, que se lleven a cabo acciones populares para retirarla de un teatro, o eliminarla de facto de una telenovela, por citar dos ejemplos.

Lo que no cabe duda es que dicha actriz, nos guste o no, ahora es diputada en el Congreso de la Unión, órgano que representa por elección popular a todos los mexicanos. Si me interrogaran sobre qué opino al respecto, aunque nadie me ha hecho tal pregunta, diría lo siguiente:

El poder y sus ejecutores no han estado nunca exentos de las representaciones bufas o carnavalescas ya sean vividas en carne propia o asumidas por otros personajes ajenos al mandatario en turno pero que conforman una especie de espejo invertido, aunque suene a contradicción esto último. Muchas de las sociedades del mundo, estudiadas por los antropólogos, muestran cómo los jefes o monarcas eran permisivamente vilipendiados alguna vez, al menos, al año. Incluso esas acciones podían afectar a la propia integridad física del mandatario.

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Del mismo modo, esa especie de inversión carnavalesca del poder ha tenido otras expresiones en figuras como la del rey bufo, aquel que por tener características distintas al resto de seres humanos de una sociedad asumía, por un corto periodo de tiempo, todas las expresiones contra el poder. Ciertos carnavales medievales y modernos de Europa contaban con estos personajes, aunque en América Latina hayan derivado hacia papeles muy distintos. Por último cabe señalar al bufón quien era el único al que se le permitía cuestionar al monarca en turno, incluso públicamente.

Las democracias más recientes, tras el establecimiento de los Estados modernos como los entendemos principalmente desde el siglo XIX, no están ajenas a estas figuras. Hay que recordar a Cicciolina, la actriz porno del parlamento italiano, y muchos más ejemplos surcan el escenario político mundial. El estudio de estas cuestiones simbólicas del poder no es común, aunque existe, pero en nuestro país los científicos sociales deberían tomarlo en cuenta para realizar algunos de sus análisis.

Acabo. Decir que Carmen Salinas no cuenta con la preparación ni el bagaje para ocupar su curul, que se duerme en su escaño, que su salario sale de los bolsillos del contribuyente o que su única iniciativa sea dedicar un día nacional a la figura de Tin Tan explica muy poco, o más bien nada, de su presencia en la escena política. Tales afirmaciones son críticas que cualquiera con una mínima capacidad de reflexión puede realizar. Creo que ella, al igual que otros personajes que pululan por la escena pública, y cercanos a la toma de decisiones, deben explicarnos más de los mecanismos del poder, fijados en muchos casos en formas simbólicas ocultas que pueden desentrañar, o al menos cuestionar, ciertos mecanismos de reproducción del poder en México. No son los únicos, por supuesto, pero la bufonería no tiene por qué ser tratada con frivolidad tanto cuando cuestiona al poder como cuando desvía la mirada hacia quien lo ejerce.

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