Defiición de último

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Es apenas una pausa, porque, en sentido estricto, el término último no puede aplicarse a cabalidad. Todo es relativo. ¿Algún corredor llegó a la meta en último lugar? Bueno, fue una pausa. Con seguridad que en la próxima oportunidad mejora tal lugar. ¡Eres el último de la fila! ¿De veras? ¿El último día del año? Todo es una mera representación. Si nos atenemos a la marca universal nos damos cuenta que antes del Origen hubo un principio que nadie puede definir. De la misma manera, el fin del universo será, también, una pausa.

El tío Eusebio nos contó una vez que un general (“frente al pelotón de fusilamiento”) se quitó la venda que cubría sus ojos y pidió, de acuerdo con el protocolo militar, le fuera concedida su última voluntad. El general del ejército ejecutor no pudo negarse a tal petición, bajó su espada y dio la orden a los fusileros que se pusieran en posición de descanso. ¿Cuál es tu última voluntad?, preguntó el ejecutor. ¡Que me ejecute mi hijo! Ah,chingá, chingá, dijo el otro. ¿Y dónde está tu hijo? El general prisionero levantó el brazo y con el dedo índice señaló al general ejecutor. El tío Eusebio decía que el señalado, incluso, volvió la mirada buscando a otra persona, pero detrás de él sólo estaba un valle lleno de cactus. ¡Qué broma tan pendeja!, dijo. El prisionero, entonces, prendió un cigarro y contó una historia de telenovela que todos los presentes escucharon con atención. El ejecutor trató de impedir que el hablante siguiera contando una historia tan absurda, pero el prisionero gritó y, conforme, dio datos fidedignos, fácilmente comprobables, todo mundo dudó que no fuera cierto. ¡Es una soberana pendejada!, dijo el general ejecutor al término de la narración. Está bien, dijo el otro. No importa, pido, como última voluntad, que sea usted el que me fusile, dijo el general y, con ambas manos, se abrió la camisa y mostró el pecho. Todo mundo vio que a mitad del pecho el general tenía algo como un rosetón, un enorme lunar rojo, rojo, que era como un blasón familiar. Los soldados del pelotón conocían que su general también tenía un rosetón similar a mitad del pecho, por eso le decían “Corazón de fuego”. ¡Pelotón, preparen, apunten…!, dio la orden. Los soldados se pusieron de pie de inmediato, apuntaron al general que dio la “última” fumada al cigarro y esperaron la orden última. ¿Y qué pasó?, le preguntábamos al tío y éste prolongaba el final de la historia, como si fuese un hábil cuentero que deseara imprimir mayor emoción a su relato, como si quisiera llevar la tensión a sus “últimas” consecuencias. Los soldados, con un ojo cerrado, apuntaban al rosetón del general y esperaban la orden para jalar el gatillo de los rifles, pero la orden no se escuchaba. El silencio fue interrumpido con un grito del general ejecutor: “Tú no eres mi padre, hijo de la chingada”, en cuanto terminó de decirlo sacó la cuarenta y cinco del carcaj y disparó una, dos, tres, cuatro veces. Se acercó al cuerpo y soltó dos plomazos más, a mitad del rosetón que nunca se había visto tan radiante de rojos como en esa ocasión. Nosotros, los sobrinos escuchas, quedamos en silencio, casi oliendo la pólvora de esa ejecución, viendo cómo el polvo se levantaba y ponía una cortina translúcida a la hora que caía muerto el general. El tío se levantó, se desabrochó la camisa y nos mostró cómo, a mitad del pecho, tenía una mancha roja que iba de una a otra tetilla. “Nunca había contado esta historia. Ésta fue la primera y la última”. Nosotros nada dijimos, nos paramos y fuimos al sitio a jugar. Mentira. No la historia ni lo de los rosetones. Mentira lo de que era la última ocasión. Yo recuerdo, cuando menos, otras dos veces en que el tío contó la misma historia, ya cuando había bebido una botella de ron. En cuanto terminaba de contarla se echaba sobre la mesa y sin decir algo levantaba el vaso como ordenando que alguien de nosotros lo rellenara.

¿Quién puede atreverse a decir que es la última vez de un acto? Todo es una pausa. Todo es relativo.

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