El oficio y el talento

El oficio y el talento

Casa de citas/ 256

Héctor Cortés Mandujano

 

Sendas de tinta (Conaculta, 2005) reúne en sus 512 páginas parte de lo mucho que en lo que se dado en llamar periodismo cultural escribió Roberto Vallarino (1995-2002), muerto antes de llegar a los 50 años, pese a que su esposa, según cuenta el texto final, en un acto de amor le donó (p. 512) “un riñón para salvarle la vida”.

El hombre fue prolífico. Dice Manuel Aceves en el último texto de la “Encarta” que Vallarino fue (p. 504) “autor de cuarenta y cuatro libros, veintidós ya editados; son tan buenos los propios como los que escribe por encargo, con un solo dedo”.

Sendas de tinta es una suma de conversaciones, crónicas, textos sobre pintura, homenajes, varia invención y evocaciones, una prolija aproximación al trabajo de este hombre que nació y murió en el Distrito Federal.

El primer texto es una conversación con Octavio Paz; dice nuestro único Nobel (p. 20): “Muchas de las cosas buenas que tenemos en México son obra del Estado. También gran parte de las malas. […] México no es ni el Estado ni los partidos ni una abstracción jurídica: es un pueblo complejo, vario, contradictorio. Una realidad plural, diversa. Pero es una realidad acallada. Nuestra historia ha sido el monólogo de los jefes, el griterío de los sectarios y el silencio del pueblo”.

 

Ilustración: Juventino Sánchez

Ilustración: Juventino Sánchez

La larga conversación toca muchos temas, hasta este consejo (p. 47): “¿Sabes lo que más falta nos hace? No un saber enciclopédico y total sino una sabiduría para vivir todos los días”.

Juan Soriano le declara a Vallarino (p. 91): “Se le atribuye al arte y al artista un carácter que en realidad no tienen, funciones como publicitarias o ideológicas, o religiosas, y el arte no tiene nada que ver con eso”, y extiende Soriano (p. 93): “El arte no puede ser propaganda ni esas cosas, porque está basado, en parte, en la verdad de un dolor humano, o de un placer, y en parte en la fantasía”, y además (p. 101): “Es estúpido un artista que se muere de hambre, y que no le entienden. A mí que no me entiendan, que me paguen. Yo no me entiendo”.

Le cuenta Huberto Batis (p. 113) “Salvador Elizondo […] en una mesa redonda me preguntó en voz alta: ‘¿Tú has estado en París o Londres’ Le respondí que no. ‘Ah, entonces no hablo contigo’, me dijo”.

Habla de uno de mis libros queridos, Corazón doble, de Marcel Schwob, y cita su prefacio (p. 381): “El corazón del hombre es doble, el egoísmo es en él la contrapartida de la caridad, el individuo es la contrapartida de las masas; para su conservación, el ser cuenta con el sacrificio de los demás; los polos del corazón se hayan en el fondo del yo y en el fondo de la humanidad”.

Y le dice Juan García Ponce (p. 398): “A mí la socialité literaria me importa un carajo; uno siempre es un pendejo que está toda la vida encerrado en un cuarto escribiendo”.

Vallarino era un apasionado de la literatura (p. 463): “Árbol adentro, de Octavio Paz, su más reciente libro de poemas, editado por Seix Barral, tuvo un tiraje de tres mil ejemplares. ¿En un país de noventa millones de habitantes? Vivimos en un país cuyo pueblo no lee, o lee basura”.

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