Definición de Mario

Imagen: www.naranjaplatano.com

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El apellido puede ser Nandayapa o Vargas Llosa. Si es Nandayapa habrá tiempo suficiente para esperar las lluvias, pero si los apellidos son Vargas Llosa urge que el río inunde todas las riberas, porque Mario cumple ochenta años de vida; vida que, para la literatura, puede definirse en el árbol, enormísimo, que crece a mitad del patio de La casa verde.

Mario, jugando esos juegos que tanto le gustan a Roberto López Moreno, es una palabra compuesta: Ma y rio, el primero es apócope de mamá y el segundo alude a esas venas que permiten el flujo de la sangre de la tierra.

¿Es válido enlazar a Mario con la apócope de mamá? ¿Puede un hombre ser madre? ¿Puede Mario ser la madre de todas las batallas? Por supuesto que puede serlo, sobre todo si se piensa que la síntesis de un hombre es la suma de sus actos. En el caso de Mario (Vargas Llosa) él es su obra literaria, es la savia que alimenta a miles y miles de aves que, en todo el mundo, abren el pico para comer lo que él prepara en su cocina, porque él (¡qué bueno!) aún sigue echando tortillas al comal en los viejos fogones. Sus tortillas aún tienen el resabio de la cal y están hechas con maíz regado con agua fresca de Los Andes.

Nadie duda que Mario es un río, un río que, como todos los ríos, se abre paso por las tierras yermas de Latinoamérica para llegar al mar. Las tierras secas, llenas de grietas, con costras secas de sangre, han sido alimentadas con el agua hirviente de su frío corazón. Como cualquier río de país que ha sufrido la intemperancia de la dictadura, su río también lleva detritus, también huele a podredumbre, a agua contenida. Su río no es más que un espejo de lo que es este continente.

Mario es un río que nunca se ha salido del curso, río que nunca se ha desmadrado (salvo, tal vez, la ocasión en que apenas permitió que su amigo Gabriel García Márquez lo saludara para, segundos después, soltarle el puñetazo que dejó un ojo morado al autor de Cien Años de Soledad). Mario, en un principio, vio con solidaridad la revolución cubana, pero cuando advirtió las primeras muestras de autoritarismo y cerrazón ideológica buscó el Paraíso en la otra esquina, porque supo, tal vez, que también en el socialismo hay una imbricación nefasta entre la Ciudad y los perros.

Mario es un río juguetón. A veces sus aguas mojan otras playas (insisto, sin jamás salirse de madre). Por esto, no es raro, niño viejo travieso, que un día haya dicho adiós a Patricia, su Patricia de mil batallas, sólo para enredarse con Priscila y esperar, desde su atalaya, la visión inevitable de La guerra del fin del mundo. Porque una tarde (ojalá nunca temprano) Mario llegará al mar y se integrará a él con la misma displicencia y naturalidad con que su obra completa ya tuvo cabida en la Pléiade, magna colección editorial que es la cumbre de la editorial Galimard.

Por ello, llamarse Mario no es cualquier cosa. Una tarde, él amamantó un crío con la misma pasión con que una madre (puede ser una oveja) amamanta a su vástago. Le dio de comer peces que brincaban en sus propias aguas. Hoy, la cosecha es fértil. Él no dio el pescado, se hizo pez en el agua y jamás, hasta la fecha, se dejó pescar.

Cuando Mario muera morirá tranquilo, porque ya logró los más altos honores que un escritor puede alcanzar: ya obtuvo el Nobel y ahora ingresa a la Pléiade, que es como decir el más alto cielo.

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