Definición de portatil

Imagen: thewordsmithcollection.wordpress.com

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El diccionario dice: “Objeto fácil de transportar, por ser manejable y de tamaño pequeño”. Nunca olvidaré el instante en que mi sobrina Pau, viendo un fotograma, dijo: “Mirá, tío, ese mono lleva su muñeca”. El fotograma era de la película King Kong, en la versión donde actúa Jessica Lange, quien, por supuesto, es “la muñeca” del gorila.

Y digo que no olvido el instante porque fue un instante en que pensé que todo se acomoda a ese dicho mexicano que dice: “Según el sapo es la pedrada”. Si me atengo a la definición de diccionario y digo que algo portátil es un objeto manejable de tamaño pequeño, pienso en que todo depende del tamaño del poseedor del objeto.

El otro día escuché la noticia del hallazgo de la osamenta de un mamut. Los mamuts habitaron regiones del centro de México, hace cientos de años. ¡Qué animal tan prodigioso! ¡Qué animal tan grande, tan imponente!

Pau me pidió el otro día que le dibujara un elefante. Tomé una hoja, un lápiz y dibujé lo que me pedía. Cuando lo vio dijo que era un elefantito muy bonito. Yo pensé que la representación gráfica es maravillosa ya que puede volver portátil lo que es gigantesco. Pensé que el elefante de Pau era algo portátil que metió en un cuadro y conserva en su buró. ¿Cómo un animal tan gigantesco puede convertirse en algo mínimo, que bien puede caber en la mano?

Quienes estudian el universo se deben sentir apabullados. ¿Cómo soportar la idea de un universo que está en expansión? ¿Cómo no sentirse cucaracha cuando un experto nos dice que lo que vemos del universo es apenas como la uña de un mamut y que el mamut sigue creciendo, que el mamut es apenas una criatura que no alcanza la pubertad?

A mí (perdón) me gusta lo portátil. Nunca me ha fascinado lo grande. Por eso, cuando descubrí en un aparador, en los años ochenta, un radio, de la marca sony, que tenía muchas bandas, y que cabía en mi mano, me enamoré del chunche y no paré de desearlo hasta que, con mis ahorros, lo compré. Amo, de tal manera a los chunches portátiles, que aún conservo ese radio, que me permite, en las noches, sintonizar estaciones de todo el mundo. Sé que ahora pareciera un objeto obsoleto, porque el Internet permite sintonizar estaciones de todo el mundo, con aceptable fidelidad. Mi radio portátil capta estaciones de Rusia o de Japón, con intermitencias (estática, le decimos en Comitán), con ese ruido hermoso que nos indicaba, en tiempos pasados, que la voz que escuchábamos provenía de muy lejos, de más allá de las cadenas montañosas, de más allá del mar.

El tío Sabino quedó viudo. Sus hijos se alarmaron porque entró en una etapa de depresión. Ellos trataron de que se “juntara” con una señora que, desde siempre, no le había hecho el feo. Los hijos hicieron el trato con la mujer que, gustosa, aceptó que los hijos fueran mediadores y propiciadores de la posible unión. La mujer casi se infarta y los hijos quedaron sorprendidísimos cuando una tarde, el tío entró a la sala donde estaban todos reunidos y con gran emoción dijo: “Les aviso que ya encontré una mi portátil y viviré con ella”, y luego, fue a la puerta e hizo entrar a una muchacha de escasos veintidós años, morena, de ojos grandes, y delgada como bambú.

Una vez le pregunté al tío cómo iba su relación con Elenita, la portátil. Él sonrió y dijo que el cariño por su difunta mujer era irremplazable, así que si tenía que sobrevivir lo estaba haciendo como si fuese un náufrago. Yo entendí perfectamente. Supe que, en lo que cabía, era feliz con Elenita. No lo hubiese logrado si se hubiera “juntado” con la mujer que los hijos pretendían.

 

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