En defensa de la ciencia

ENCARTE CRÍTICO.

En defensa de la Ciencia.

Andrés Fábregas Puig

El pasado domingo fue declarado Día de la Tierra. Se efectuaron marchas en más de 600 ciudades en todo el mundo pero con la novedad de que hubo un agregado: la defensa de la ciencia. Me parece que es la primera vez que los científicos de todo el mundo se unen para defender su quehacer, ya sea este en el campo de las ciencias sociales o en los diversos campos de las llamadas ciencias exactas. Por supuesto, me parece una aberración lo de “ciencias duras” y “ciencias blandas” como si se tratase de bloques de concreto y gelatinas. Es más, mayor aberración es colocar a las ciencias sociales como “blandas” dado que son bastante “duras” precisamente por su temática: el mundo humano. Por fortuna en las pasadas marchas se abogó por la ciencia en general, dividida actualmente no por la voluntad de los científicos sino por los intereses de poder y la propia desigualdad de las sociedades contemporáneas. Llegará el día en que habrá una sola ciencia. Mientras ese día llega, seguiremos pugnando por un mundo mejor en los contextos institucionales que vivimos. Tampoco existe la “ciencia proletaria” y la “ciencia burguesa” como solía decirse en los años del dogmatismo más grosero. Lo que sí es real es el uso político de la ciencia, tanto en el ámbito social como en el de las exactas. En ese sentido, las ciencias sociales han pasado por momentos tensos que causaron divisiones y discusiones acaloradas entre los científicos sociales y los humanistas. Recuerdo en los años 1960, la repercusión que tuvo el llamado Plan Camelot, financiado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, para localizar liderazgos contrarios a las políticas de dominación de aquel país. Ese plan se armó con un amplio equipo de investigadores y encuestadores que en principio se distribuirían en países claves de América Latina, entre ellos, México. Estábamos en plena guerra fría y todo caía en un bando o en otro. El dicho equipo tuvo un director general que fue un distinguido antropólogo chileno que trabajaba en una universidad norteamericana. Fue justo en Chile en donde se descubrió el plan y sus objetivos, causando un escándalo en el mundo académico de Latinoamérica. En aquellos días estudiaba antropología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en donde no tardamos en celebrar asambleas de estudiantes y profesores para discutir el caso. El Plan Camelot era en realidad una suerte de proyecto entre de espionaje y contrainsurgencia. Buscaba evitar movimientos políticos de protesta contra el “imperialismo” y endurecer los lazos de dependencia colonial de nuestros países con los Estados Unidos. Fueron los años en que surgió la teoría del colonialismo interno que tuvo en Pablo González Casanova y Rodolfo Stavenhagen a dos de sus más importantes exponentes. Surgió también la teoría de la dependencia con aquella gama de académicos como Teotonio Dos Santos, Fernando Henrique Cardoso, Vania Vanvirria, Enzo Faletto, y otros, mientras Guillermo Bonfil elaboraba su teoría del control cultural. El Plan Camelot fue repudiado y en Chile, el congreso de la nación le quitó la nacionalidad al antropólogo chileno que encabezaba el proyecto. Hubo más proyectos con nombres curiosos: El Plan Simpático o el Plan Amigo, que buscaban lo mismo que el Camelot. En Latinoamérica se ha conservado una tradición de ciencias sociales de excelencia  que ha contribuido a conocer a nuestros pueblos. La solución a los grandes problemas que nos aquejan está enunciada en las páginas de los libros escritos por los científicos sociales a los que poco caso se hace debido a los intereses políticos. Los científicos sociales no son los culpables de los conflictos o de la pobreza. Tienen el compromiso de descubrir las causas del malestar social y señalar los posibles caminos de solución. Para hacer nuestro trabajo, los científicos sociales, y en general todo científico, necesitamos de la libertad y del apoyo de los fondos públicos que provee la sociedad. Los sistemas políticos de Latinoamérica son patrimonialistas y ello es un serio obstáculo para el financiamiento de la ciencia, porque quienes están en el poder se creen dueños de los bienes nacionales. Desde su óptica, ellos son los que “dan”, los que “pagan”, haciendo a un lado que los fondos que manejan son de la nación y provienen del trabajo de los miembros de la sociedad. Por ello, una de las demandas que se esgrimieron en todas las marchas ocurridas el pasado domingo, fue la de mejorar los subsidios a la ciencia y hacer caso de los resultados de la investigación en la toma de decisiones.  En un país como México, uno de los caminos más seguros para romper con los lazos neo-coloniales es, precisamente, fortalecer la investigación científica en todos los niveles. Habrá que seguir bregando para que ello sea una realidad. Justo en tiempos como estos, los países como México necesitan comunidades científicas fuertes y haciendo su trabajo en libertad. Las masivas concurrencias a las más de 600 marchas por la defensa de la ciencia en todo el mundo, hacen que regrese el optimismo. Hacemos votos porque ello no sea momentáneo sino que empuje a mejores derroteros a nuestros pueblos.

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 24 de abril de 2017.

 

 

 

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