Tiempo de simulación

 

Mientras veía con angustia el partido entre los Jaguares y el Atlas en la noche del 6 de mayo pasada y luego la pelea entre Chávez y el Canelo, pensé en lo dramático de los días que vivimos.

Hace tiempo, cuando el macartismo dominaba en los Estados Unidos, Lilian Hellman escribió un brillante alegato por la libertad en un libro que tituló Tiempo de canallas. Describía Lilian Hellman la forma en que el macartismo había logrado imponer la intolerancia llegando al grado de establecer un Comité de Actividades Antinorteamericanas que estaba dedicado a perseguir a todo aquel que, a ojos de los fanáticos fascistas pudiera significar un peligro para los Estados Unidos, es decir, para un poder fincado sobre la explotación, el robo y la expoliación. A través de ese tribunal de triste memoria fueron ejecutados muchos pensadores en los Estados Unidos o simples obreros, ciudadanos comunes, acusados de pecar contra el sacro santo capitalismo.

El caso más conocido fue el asesinato a manos del tribunal presidido por el senador Joseph MacCarthy, de los obreros de ascendencia italiana, Saco y Vanzetti, anarquistas, acusados de asaltar un banco que estaba a mil kilómetros de distancia de donde ellos se encontraban en ese momento. Por supuesto, Saco y Vanzetti eran inmigrantes. El tribunal de MacCarthy llegó a su fin cuando Lilian Hellman se le enfrentó a raíz del encarcelamiento de su pareja, el escritor Dashiell Hammett, autor de la famosa novela El Halcón Maltés, que llevada a la pantalla en una cinta dirigida por el legendario John Houston, protagonizada por Humphrey Bogart, marcó el inicio del llamado cine negro. Hamment fue acusado de comunista por el senador MacCarthy basado en chismes y denuncias de sus propios colegas o de artistas famosos como Robert Tylor, y encerrado para cumplir una larga condena. Pero Lilian Hellman armó una defensa espectacular y logró no sólo liberar a su compañero sino destruir al tribunal de MacCarthy. Su libro Tiempo de canallas narra esa saga.

En la actualidad, la ultraderecha en el poder en los Estados Unidos ha impuesto ese mismo clima de intolerancia no sólo contra quienes piensan, sino contra la prensa libre, los ciudadanos honestos y, por supuesto, los inmigrantes. Todo en defensa del poder mal habido y del dios dinero. Son tiempos de simulación. Simular un país libre, cuando en realidad se vive en una cárcel. Sólo escuchar y observar el rostro descompuesto de Trump causa dolor de estómago. La ideología de que “todo se vale” para obtener dinero permea a la sociedad contemporánea y se introduce por todos los medios posibles, haciendo parecer “normal” que uno se traicione así mismo o desprecie los valores humanos, si ello consigue dinero. La nota roja con la que nos invaden los noticieros todos los días magnifica a la delincuencia, la convierte en heroína, y promueve lo más siniestro del ser humano “con tal de tener dinero” a través del rating que atrae la venta de publicidad.

Y lo mismo sucede con el deporte. Los otrora ídolos por su entrega y honestidad, como lo fueron en una época los boxeadores mexicanos, ahora son remedo al servicio de farsas de simulación como la “pelea” entre Chávez y el Canelo, que le dejó a cada farsante una bolsa que rebasa los 20 millones de dólares. Mientras veía el trascurrir de asalto tras asalto, recordé aquella pelea por el campeonato mundial de peso gallo entre el Ratón Macías –retador– y el francés Alphonse Halimí –en realidad, argelino–, celebrada en el Wrigley Field de Los Ángeles, California, el 6 de mayo de 1957. Mi padre que fue campeón de box de la facultad de Medicina en la Universidad de Barcelona, localizó la narración de la pelea en el Radson, un formidable radio-tocadiscos que tenía instalado en su biblioteca. Pegados al radio, mi padre y yo escuchamos angustiados como Halimí se imponía al Ratón en una pelea que resultó espectacular. Yo escuchaba la explicación de mi padre que incluso a ratos se ponía de pie y lanzaba arengas al Ratón mientras tiraba golpes al aíre para ilustrar lo que debía hacer el campeón mexicano. Todo fue inútil. El Ratón perdió el campeonato mundial de peso gallo, pero nunca la estima del público que vio o escuchó una auténtica pelea de box, desarrollada con honestidad.

En 1959, en el mismo ring, Joe Becerra vengó la derrota del Ratón Macías al derrotar por knockout al francés Halimí y arrebatarle el cinturón mundial de peso gallo. Becerra se convirtió así en el primer campeón mundial nacido en Jalisco, en el barrio bravo de Analco en la ciudad de Guadalajara. Era un boxeador de talento, no un simulador. Por cierto, invitado a comer por Pablo Salazar, tuve la suerte y el privilegio de sentarme al lado de Raúl Ratón Macías, gracias a la cortesía y deferencia del gobernador chiapaneco. Fue una espléndida comida con varios ex boxeadores, entre ellos, el Lacandón Anaya, campeón chiapaneco. Platiqué largo y tendido con el Ratón, incrédulo de hacerlo y emocionado. Le describí cómo habíamos escuchado mi padre y yo la pelea contra Halimí y la angustia que asalto tras asalto nos hizo pasar. Me escuchó el Ratón, en ratos sonriente, disfrutando la comida. Al finalizar mi descripción, me dijo: “Más sufrí yo con los chingadazos” y nos reímos largo. Dos años después de esa conversación, un sábado 23 de marzo de 2009, murió el Ratón Macías, recordado como uno de los grandes del box mexicano. Como otros boxeadores mexicanos, el Lacandón Anaya,  el Toluco López o Vicente Saldívar y el Pájaro Moreno, el Ratón Macías perteneció a una generación que no simulaba. Hoy la simulación está en todos lados haciendo de nuestros tiempos una época a la deriva. Simular se ha convertido en un valor “con tal de ganar dinero”, y ello preocupa porque aún no vemos la luz en este túnel.

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. A 13 de mayo de 2017

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