De conversaciones literarias con Miguel Lisbona y Jesús Morales Bermúdez

 

Solíamos reunirnos con Miguel Lisbona y con mi compadre Jesús Morales Bermúdez para compartir la mesa y conversar temas que nos preocupan. Invariablemente terminábamos platicando de literatura, tanto de narrativa como de poesía. Lisbona y yo teníamos, además, el privilegio de hacerlo con uno de los narradores más importantes actualmente en Chiapas, como lo es Jesús Morales Bermúdez. Fueron conversaciones creativas, inquietantes, sobre todo si se tiene en cuenta que, en el transcurso del intercambio de ideas y opiniones, tocábamos temas como la política en México y en Chiapas, el estado en que se encuentran las Universidades chiapanecas, la fragmentación social y la desigualdad, y otros tópicos que nos llevaban casi a un estado de ánimo depresivo. Conversar de literatura era un bálsamo. En oxímoron diré: nos alegraba hablar de las tristezas producidas en tiempos como estos porque al final descubríamos la causa de ellas. Jesús Morales conoce la literatura de México, la narrativa y la poesía, de manera que sus intervenciones eran un viaje por la imaginación literaria del país. Pero no sólo. Nuestro escritor chiapaneco ha leído bastante literatura de América Latina y del mundo. Conoce, por ejemplo, a autores japoneses más allá de los que tienen mayor difusión en las librerías. Es un atento lector de lo que se escribe en Europa. Por él, conocí a Claudio Magris cuya escritura sigo disfrutando. La lectura de su excelente libro El Danubio, además de deslumbrarme, me impulsó a leerlo con más detalle y seguirlo a través, de, por ejemplo, Microcosmos y Otro Mar.

Jesús Morales Bermúdez, Miguel Lisbona Guillén y Andrés Fábregas Puig.

Por su parte, Miguel Lisbona hablaba con entusiasmo de la novela de Hungría, sobre todo, de Sandor Marai. Gracias a esas menciones leí de ese autor El último encuentro y después La mujer justa. El nombre verdadero de Sandor Marai era Sandor Grosschmid y pertenece a esa generación de escritores postcomunistas que revivieron la literatura magyar. Gracias a aquellas conversaciones, y a la lectura de Marai, busqué más y encontré a Magda Szabó y su espléndido e íntimo libro, La puerta. Además, leí al Premio Nobel de Literatura 2002, Imre Kertész, Sin destino y Yo, Otro: Crónica del Cambio, lecturas que son acicates para la reflexión acerca del socialismo real, de cómo transcurre la vida en contextos de una ideología de Estado sobrepuesta a las visiones del mundo de una persona. En ese sentido, creo que una de las lecturas más importantes que pueda hacerse es la novela del Premio Nacional de Literatura de Cuba, Leonardo Padura, El hombre que amaba los perros.

He recordado aquellas conversaciones con Jesús Morales y Miguel Lisbona ahora que dispongo de un período en el que puedo leer y releer novelas y poesía. He vuelto a revisar, con disfrute, Trabajo Ilegal de Oscar Oliva. Recién llegó a mis manos la antología de poetas chiapanecos preparada por Fernando Trejo y Daniel Pulido, Un manojo de lirios para el retorno, que entre otros disfrutes me proporcionó el haber descubierto a varios poetas nacidos entre 1973 y 1990. De Fernando Trejo releí Ciervos, un libro estupendo resultado del trabajo y el talento de un poeta aún joven pero maduro, consolidado. Dado que soy hijo y nieto de inmigrantes, y mi padre además republicano español nacido en Barcelona, me ha interesado leer a los escritores de ese exilio. ¡Como he disfrutado La arboleda perdida! del gran poeta gaditano Rafael Alberti, el poema básico de Pedro Garfias, Entre España y México y la correspondencia y ensayos de Pedro Salinas, Pasajero en las Américas.

También he tenido el tiempo de releer a Bei Dao, sobre todo, me he detenido en su libro de ensayos, Blue House. Bei Dao es un poeta chino de excelente factura. Pero también escribe ensayos que fueron traducidos al inglés por Ted Huters y Feng-Yin Ming, reunidos en el volumen mencionado. Tengo ese libro dedicado por el autor, uno de los tesoros de mi biblioteca. Atendí a Bei Dao en un viaje que este hizo a Chiapas respondiendo a una invitación mía, cuando fungí como Rector de la extinta Universidad Intercultural de Chiapas. Conversamos largo y tendido con el poeta chino quien, además, habló con los estudiantes y académicos de aquella universidad. Él me obsequió su libro de ensayos. Bei Dao es el mismo personaje que aparece fotografiado haciendo frente a un tanque de guerra en la Plaza de Tiananmen en Beijing, en aquel 4 de junio de 1989, día de la matanza de estudiantes que aún ensombrece al gobierno de la República Popular de China. En su libro de ensayos, Bei Dao se encuentra con la generación abatida, con Allen Ginsberg, y también con Octavio Paz.

En los días en que fui Director General del Instituto Chiapaneco de Cultura, tuve la oportunidad de invitar al Rector de la Universidad Irlandesa de la ciudad de Cork para que visitase Chiapas. Un día que pasé por él al hotel en Tuxtla Gutiérrez para llevarlo a los Altos de Chiapas, antes de arribar a donde se hospedaba, escuché en la radio que Seamus Heaney, el enorme poeta irlandés, había ganado el Premio Nobel de Literatura. Después de saludarnos con el Rector de Cork, le dije la noticia, lo que alegró visiblemente a mi invitado. Me comentó que él era muy cercano al poeta galardonado. Meses después de aquella conversación, mientras me encontraba en mi oficina en el ICHC, recibí un paquete remitido desde Irlanda: era un libro de Seamus Heaney, con una dedicatoria que dice, “Para Andrés Fábregas, mantén la difusión de la buena nueva”, lo que se refería a que la noticia de su premio Nobel la había conocido su amigo, el Rector de Cork, en Chiapas, a comunicación mía. Ese libro, New Selected Poems, 1966-1987, es otro de mis tesoros bibliográficos. En uno de los versos que leo y releo, Seamus Heany escribe: “Between my finger and my thumb/The squat pen rests; snug as a gun” (Entre mi dedo índice y el pulgar/La agachada pluma descansa; ceñida como una pistola”).

En una tarde de sol en Ajijic leía de nuevo la novela de Jesús Morales Bermúdez, El Regreso, y a través de uno de sus párrafos que cito a continuación, recordé las conversaciones en San Cristóbal: “Me parece que la ensoñación algo tiene de enervante: cautiva los sentidos, permite la vagancia de la mente entre las brumas de las imágenes y los ensueños.” Bellísimo párrafo que me retornó a Chiapas, a las conversaciones de San Cristóbal con Miguel Lisbona, Jesús Morales y en alguna ocasión, con ese gran escritor que es Heberto Morales Constantino, a quien me referiré en otro momento. Ahora leo también un libro que me recomendó Jesús Morales Bermúdez, de Elena Kostiokovich, Por qué a los italianos les gusta hablar de comida, que me tiene prendido. Me dará tiempo para releer algunos de los capítulos que más disfruto del libro de otro escritor chiapaneco, Saúl López de la Torre, La Casa de Bambú, relato subyugante de vidas dedicadas a la lucha social.

Pero llegará el final de este lapso. Habrá que volver a la vida cotidiana, la oficina, las reuniones, la escritura de textos comprometidos, la revisión de las tesis de postgrado, la solución de problemas. Sobre todo, habrá que volver a la realidad de nuestro país, lacerante realidad, túnel oscuro del que no se ve la salida en medio de asesinatos a granel, pederastas, secuestros, violencia generalizada. Por eso mismo, nuestra contemporaneidad es el Tiempo de la Nostalgia.

Querido Compadre, Querido Miguel: ¡No me olvido de la terrina de conejo y el tinto fuerte!

Ajijic, Ribera del Lago de Chapala. 22 de julio de 2017

 

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