Las ferias, ¿paisajes olvidados en espacios urbanos?

Fotografía: María Gabriela López Suárez

Tío Pablo, con mucho cariño, para ti que solías compartirnos tanto.

No recuerdo con precisión cuál fue la primera feria a la que asistí en mi infancia, lo que si evoco con mucho gusto es el colorido en las ferias, la algarabía de la niñez grite y grite, brinque y brinque, los murmullos, el gentío que iba en pasillos o se abría paso entre los juegos esperados, la rueda de la fortuna, los caballitos, las tinas locas, los carritos chocones, no podían faltar los futbolitos y los puestos de diversos productos como juguetes de plástico, aretes, collares, peines, llaveros.

Se hacían presentes los antojitos chiapanecos, los dulces regionales, los algodones de azúcar, los elotes hervidos o esquites, por supuesto, los churros, chicharrines y palomitas, entre otros muchos deleites para el paladar como las paletas de hielo.

Era común hallar a algunas personas conocidas, amistades, familiares o vecinas, que papá y mamá les saludaran, que una jugara con niñas y niños; había muchos elementos de cercanía con la gente, era nuestra feria de San Jacinto o la de barrios cercanos como San Marcos, San Roque, El Calvario, El niño de Atocha, El niño Fundador, la Virgen del Carmen…

He de compartir que desde que recuerdo me ha resultado de poco agrado que quemen cohetes, sin embargo, es un distintivo que ha caracterizado a las ferias, sobre todo en las vísperas de la celebración de los santos o vírgenes de la fiesta, o en el acompañamiento de las procesiones con enramas, música de tambor y carrizo, así como parachicos danzantes.

Antes en la feria de cada barrio se percibía el sentido de pertenencia al mismo, un aroma a compartir muchas cosas en común, esto ha cambiado con el paso de los años. Las ferias han pasado a otro plano, son varios los distractores que han desplazado estas muestras identitarias. Sí, para mí representan de alguna manera lazos identitarios, de arraigo a lo que nos rodea, la matria, la familia, el terruño como dijera el historiador Luis González y González. ¿Qué sucede actualmente? ¿Qué sentido damos a las ferias? ¿Acaso se han convertido en paisajes que se han ido olvidando en los espacios urbanos?

Recientemente asistí a la feria en honor a la Virgen del Carmen, en Tuxtla Gutiérrez, el paisaje natural era hermoso, los tonos del atardecer pasaron de rojizos a tonos azules y morados, una tarde poco cálida sin lluvia. Me deleité con el paisaje del atardecer contemplándolo por instantes.

Hice un recorrido visual, la rueda de la fortuna estaba gire y gire, poca gente en ella; había pocos juegos y puestos de golosinas, juguetes, poca gente caminando en la feria para ser domingo por la tarde. Casi no había afluencia en el futbolito; qué decir del sentido de pertenencia y de encontrarse a alguna persona conocida, nada de esto percibí.

Volví la vista a dos puntos, la rueda de la fortuna que continuaba girando, ahora de reversa, esto me devolvió la sonrisa, estaba llena en todos sus asientos y mi segunda mirada se detuvo ante una escena en el futbolito, cuatro jugadores emocionados, una niña con su papá y su hermanito, un niño que se asomó por casualidad y le entró al juego. La emoción de querer ganar se reflejaba en estos jugadorxs. Les percibí entusiastas disfrutando algunos instantes de la feria… mi mente se quedó pensando ¿algún día las ferias serán sólo paisajes olvidados en la ciudad o son figuraciones mías y hay resignificación en ellas? Mientras esta pregunta pasó fugazmente por mi mente, un equipo ganó en el futbolito, vi sonrisas, emoción y yo volví a mi cotidianidad.

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