Definición de rata

Imagen: profesor-berkeley.blogspot.com

A Martha le molesta que a un político deshonesto le apliquen la etiqueta de “rata”. Asegura que las ratas no se distinguen por ser ladronas, los ladrones son ¡los mapaches! Por eso, dice, cuando el término de mapache se aplica al ladrón de votos en una elección está bien aplicado. De igual manera, sostiene, a los políticos ladrones les deberíamos aplicar el término de mapache.

Rosa, por el contrario, se molesta cuando una persona compara a otra con un animal. Ella sostiene que los animales, por ser irracionales, no tienen las conductas alevosas que sí tienen los humanos. El mapache, dice Rosa, no roba, toma lo que encuentra a su paso y necesita. El ser humano (el político deshonesto) sí es un ladrón, porque toma del erario algo que no le pertenece, algo que, en teoría, debería ser empleado para beneficio de las mayorías. Rosa dice que a los políticos indecentes habría que llamarlos ¡rateros!, ¡ladrones!, con todas sus letras.

Pero Martha le molesta que a un político ratero le apliquen el término de rata porque dice que dicha palabra debería aplicarse a los que son como X, su ex novio (ella sí dice el nombre completo, pero acá lo omitimos para no provocar enconos gratuitos). Ella insiste que las ratas no se distinguen por ser ladronas sino por el tiempo que tardan en la relación sexual. La rata macho tarda en eyacular no más de diez segundos, ¡diez segundos! Martha dice que X es una rata. Acá no es el lugar para exponer las descripciones que Martha hace de una relación con X, pero sí puede decirse que, al principio, lo hacía de manera molesta, irritable; luego fue cambiando y ahora lo relata de forma cómica. Cuenta que X tardaba doce minutos con ocho segundos en el baño, lavándose los dientes, buscando el short más sexi y poniéndose perfume en las axilas y en los muslos; tardaba tres minutos en poner un disco con música suave y prender una vela aromática; dos minutos con cuarenta segundos en introducirse a la cama; ocho minutos en realizar escarceos, besitos en el cuello, lamidas en el ombligo, chupadas del dedo del pie izquierdo; dos minutos en quitar el sostén (tardaba tanto, dice Martha, porque es tan inútil que ni siquiera sabe desabrocharlo); un minuto en quitar la pantaletita; un minuto en abrirle las piernas a la amada; cuatro segundos en la introducción y seis segundos de mete saca antes de lanzar un grito de mono aullador y soltar el cuerpo por la eyaculación. ¡Cómo!, gritaba Martha, botada de la risa. ¡Treinta minutos en el ensayo de una obra teatral que tardaba diez segundos! Es como si un entrenador pusiera a calentar treinta minutos a un delantero y lo metiera al partido y diez segundos después lo sacara. Acá, concluía Martha, el jugador se frustraría de manera permanente. En el caso de X, el tontito eyaculador súper precoz, no ocurría eso. Él quedaba tranquilo, como había visto en las películas, prendía un cigarro y fumaba orgulloso. ¡Yo era la frustrada, yo!, decía Martha y volvía a carcajearse. Luego se ponía seria e insistía: Que lo de ratas no se aplique a funcionarios deshonestos, por favor, lo de ratas es algo que se merecen sólo los que son como X. ¡Diez segundos! ¡Estúpidos! ¡Que no tengan pareja! ¡Que se masturben ellos solos! ¡Que sólo ellos jueguen sus partidos de llavero!

Ahora Martha es feliz. Anda con Y (ella dice el nombre completo, pero lo omitimos para que X no se sienta mal). Martha dice que el partido de todas las noches, ¡todas!, tarda treinta minutos de entrenamiento y treinta minutos de juego. A veces, cuando lo dice se mata de la risa, incluso hay tiempos extra y serie de penales.

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