La lejana historia de ahora mismo

Casa de citas/ 341

La lejana historia de ahora mismo*

Héctor Cortés Mandujano

 

Volver a la semilla y releer los mitos, es decir, empezar por el principio y notar que allí seguimos, en ese primer paso, se propone, creo, este largo poema: Lengua lanzadera enhebrada (editorial Garabatos, 2017), de Lilvia Soto, dividido en trece secciones nominadas en latín.

Así, en Homo narrans, Atenea, la diosa, enfrenta el desafío de tejer algo mejor que la humana Aracne. Atenea representa el poder y su visión parte de ver a los demás hacia abajo, del cielo al suelo. Su telar, por eso, contiene “escenas de contienda/ en las que los mortales/ que desafían a los dioses/ sufren su vengativa  ira”; en cambio, la joven muestra a Júpiter, Poseidón y a “los otros dioses/ en todos los degradantes disfraces/ que adoptan/ para satisfacer sus caprichos carnales”. Aracne es castigada, claro: el poder no admite críticas. Esta historia, de resonancia antigua, es tan actual que no hace falta poner ejemplos.

En el segundo fragmento, el homo faber ya “hila, teje, borda” distintos artefactos para el principio, el intermedio y el fin de la vida (chambritas, ropa de diversión y de trabajo, sudarios), para el Hogar, dulce hogar.

En Homo celebrans la escritura, el tejido, vuelve a la vieja historia, que nunca ha perdido actualidad, del Ulises ausente y la Penélope en espera.

Homo ludens alude a todas las formas de vuelo que ha inventado el hombre, desde la mítica escoba hasta las naves espaciales, pero hace referencia a Ícaro, nuestro más ingrato ejemplo de por qué a la ambición humana el Creador decidió no ponerle alas. Y ese mito es el hombre que cae en nuestro jardín, hoy mismo, derrotado.

Nacemos atados a un cordón, dice Lilvia Soto, en Homo intertextus, y ese lazo de amor que nos cortan para volvernos individuos se vuelve después, para algunos, una cuerda de tortura. En este fragmento ya aparecen personajes del poder estadounidenses, mexicanos, franceses, latinoamericanos que usan el crimen, la saña (lanzar a disidentes desde aviones, sin paracaídas) para romper amarras con la igualdad, la libertad, la fraternidad.

 

Ilustración: Luis Villatoro

Homo Labyrintheus es de nuevo hermanar la historia antigua con la actual. En esencia, el hilo de Ariadna permite a Teseo entrar al laberinto de Dédalo y matar al Minotauro, es decir, al extranjero, al extraño, al inmigrante, al otro, y posibilita al asesino una ruta de escape. Y es otra vez mostrar la nada que hemos avanzado. Estamos en la Grecia antigua, los asesinos son héroes y siguen sueltos, porque no hemos sabido encontrar “toda la luz que nos coronaría dioses/ sin nos atreviéramos a mirar/ en las lejanas galaxias de nuestros corazones”.

La brutal historia de Procne, Filomela y Tereo se cuenta, se hila, en Homo narrans –él viola a la cuñada y la hermana, la esposa, en venganza, cocina a su hijo– y aquí tenemos de nuevo la enorme virtud de esta poemario que, como lo ha hecho antes, sintetiza en versos transparentes lo que los clásicos nos han legado. Filomela, a quien Tereo cortó la lengua para que no pudiera denunciar su violación, se asemeja, dice Lilvia, a las chilenas quienes, lo mismo que el personaje clásico, usaron otra lengua, la lanzadera enhebrada, es decir, la aguja, para tejer la pregunta ¿Dónde están? al gobierno que había desaparecido a sus hijos y a sus maridos.

El Homo sapiens no ha logrado determinar todavía, en sus estudios de ADN, “si el esquema de los genes/ del homo bellicosus/ incluye/ instrucciones para la violencia”. George W. Bush  confesó “que no entiende a los pobres/ que su manera de pensar/ es un misterio para él”. Se pregunta Lilvia: “¿Están la guerra y la propensión imperial/ codificadas en las hebras de ADN?” Los gobernantes estadounidenses ya han regado esta agua mala que hace nacer nuevos árboles de odio. En “algún lugar de la tierra” se siguen “criando vástagos belicosos/ que no entienden”.

El Homo sciens “interroga, teoriza, sueña” […] “de Prometeo a la bomba atómica” y ha descubierto que si se “puntea las cuerdas del primer tiranuelo de la historia” al “grandioso emperador de nuestros días” se obtendrá “el mismo tono hueco,/ el mismo golpe seco del vacío”.

Homo digitalis tiene como centro anecdótico “El jardín de los senderos que se bifurcan”, de Borges, es decir, un libro de vida donde no está excluida ninguna posibilidad y, a partir de ello, la pregunta de Lilvia Soto es tremenda: ¿qué hubiera pasado si no hubiéramos hecho todas las atrocidades que son nuestro santo y seña, qué seríamos si no fuéramos lo que somos?

El Homo imperialis no entiende que estamos en el reino de las Moiras, en manos de la muerte, se cree eterno e indestructible; el Homo religiosus busca atrapar para el mundo la armonía y la paz.

Cierran el libro el Homo amans y el Homo Clemens. Y es lindo que así sea, porque después de las sucesivas pesadillas que los poemas nos han puesto enfrente, en ese espejo donde las atrocidades no son de los otros, sino nuestras, como género, es bueno recordarnos que debemos amar y perdonar.

Lilvia Soto ha hecho un libro que nos mueve y nos conmueve, que nos enseña y nos confronta, que nos duele. No es este un libro político, sino humano, un recorrido por la oscuridad casi perpetua y el instante de luz, el laberinto de la maldad y la posibilidad de que el hilo de Ariadna sirva no para entrar a matar al Minotauro, sino para darle un abrazo y traerlo al sol, con nosotros, porque él, como cada ser que habita este planeta, tiene derecho a vivir.

*Texto leído por el autor en el Centro Cultural “La Enseñanza”, dos de septiembre de 2017, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

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