¿Es posible detener la desesperanza en Chalchihuitán y Chenalhó?

Habitantes de Chenalhó no desean el regreso de los desplazados a Chenalhò. Foto: Angeles Mariscal

Por Jaime Martínez Veloz

La enorme acumulación de rencores ancestrales y la pobreza en el futuro son una desafortunada combinación de circunstancias.

Si agreguemos impunidad y problemas agrarios, nos encontraremos en la antesala de una confrontación.

Finalmente, la vida es una serie de elecciones.

Cuando se elige entre la muerte o una vida amenazada, se tiene el marco de la desesperanza.

De aquí, sólo basta que un puñado de mujeres y hombres empujados al límite salten al abismo.

Los que se aman siempre se declaran su amor. Las guerras no siempre se declaran. Pero vaya que sí se reconocen.

Su caudal de muertos, su inconfundible olor, la presencia de armas y grupos armados, tensión en el aire, sorpresa canalla que aguarda a la vuelta del camino, miradas recelosas que se cruzan, contabilidad aciaga de los agravios y, sobre todo, la desazón en el calendario y en el alimento ¿Qué pasará mañana?

Cuando en 1994 la guerra llamó a nuestra puerta, salimos a la calle a contener la confrontación militar. Marchamos, exigimos y ganamos. Frenamos una guerra.

Entonces nos trajeron una guerra de contrabando, silenciosa y canalla, que ha cobrado más vidas de las que se publican. Guerra que ha desarraigado a miles y que se pasea por caminos de injusticia y de complicidad.

En varias regiones de México hay una guerra no declarada, que oficialmente no se reconoce, pero existe.

Los partidarios de uno y otro bando cuentan sus muertos en voz alta, señalan culpables y preparan venganzas.

¿Quién tiene la razón?

A estas alturas, tal vez ninguno, tal vez todos ellos.

Si los cadáveres y odios dan la razón, todos han aportado su siniestra cuota.

Todos tienen, por lo menos, un muerto de razón.

Si los que buscan resolver problemas están cuerdos, entonces todos estamos locos.

La guerra y la miseria humana, como la gripe, son contagiosas.

¿Quién sabe cuándo empieza el primer disparo, el primer muerto?,

¿Quién escribe la primera crónica?,

¿Quién toma la primera fotografía y la pública?,

¿Qué funcionario da la primera explicación?

Tal vez nadie lo sabe ni lo sabrá, pero muchos aportarán su explicación inútil.

Lo importante es, ¿quién la va a detener?, ¿quién va a tender los puentes?, ¿qué bando se negará primero a la venganza?

En toda guerra hay responsabilidades y estas se reparten más allá de las palabras.

Los menos culpables son los que más sufren.

Esto es un lugar común que, sin embargo es cierto.

Los que tienen las manos llenas de sangre aguardan, tranquilos, el resultado de su perversidad.

A estas alturas hay quienes acuden a la historia anticuada de las minimizaciones.

La omisión es grave si el conflicto existe en algunos Estados o regiones. También es grave aunque exista sólo en algunos municipios, en algunos ejidos, en algunas comunidades.

Es grave si le ocurre a una sola persona y no se hace nada por omisión o complicidad.

En Chiapas los Pueblos San Pedro Chenalhó y San Pablo Chalchihuitán cuyas relaciones ancestrales eran cercanas y su identidad en la etapa prehispánica era la lengua materna,  fueron divididos primeros por la Colonia, en donde el Municipio con Plaza, Ayuntamiento e Iglesia se convirtió en su nueva identidad

Después las Instituciones del México post revolucionario siguieron sin entender el mundo indígena, impusieron medidas, trazos y acciones que empalmando terrenos, cometiendo errores y  errores, confrontaron a los Pueblos que unidos por su historia fueron divididos por las acciones de gobiernos ajenos a ellos.

Luego hubo quienes para defender sus mentiras, crearon otras mentiras, después de las palabras, hubo quienes trajeron armas y vinieron los muertos y mayores agravios y cientos de desplazados.

Ahí donde eso pasa, la impunidad se enseñorea, sonríe y dice: “aquí no pasa nada”.

Como si esto fuera poco, el cálculo de quienes dominan un sistema electoral ajeno a su cultura, determina los momentos para echarle leña al fuego o en el mejor de los casos administrar el conflicto, posponiendo soluciones justas y dignas que permitan el reencuentros y la reconciliación de las comunidades en pugna.

En Chenalhó y Chalchihuitán el paraíso prometido por la macroeconomía y la sociedad de mercado, no ha llegado a estos y a muchos otros pueblos, en sus mismas condiciones. Ambos municipios están dentro de los de más alto rezago social en México. Son pobres entre los pobres.

El ingreso de la mayoría de quienes tienen un trabajo apenas un salario mínimo.

En este escenario la pregunta es ¿será posible detener la desesperanza de cientos de miles de indígenas cuya paciencia está llegando al límite?

Para ello se requiere una acción institucional del más alto nivel, que incluya medidas no solo de carácter material y transitorio, también aquellas que por parte de las Instituciones del Estado Mexicano, que generaron desencuentros desde 1973 a la fecha, reconozcan su responsabilidad y desagravien a los Pueblos que se confrontaron por sus errores.

Los compromisos que asuma el Gobierno frente a la solución del conflicto, deben ser acordados con las autoridades constitucionales, comunales y las estructuras tradicionales de ambos municipios, acompañados por Organizaciones de la Sociedad Civil, de Derechos Humanos y personalidades cuya presencia en la zona de conflicto han permitido impulsar medidas de distensión, acompañamiento y solidaridad con los pueblos en conflicto.

La única manera de garantizar una salida justa y digna al conflicto entre Chenalhó y Chalchihuitán, es dimensionar el tamaño del conflicto, asumirlo a cabalidad y realizar las acciones estructurales para enfrentar una situación, cuya solución se ha pospuesto por generaciones.

Promover hasta los imposible la reconciliación entre los habitantes de estos dos municipios es un imperativo social en donde todos tenemos una cuota que aportar.

¿Sera posible esto? Espero que sí.

Sin embargo los hechos, dirán si esto fue posible.

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