Paso a pasito

La hamaca (Die Hängematte) de Gustave Courbet (1844).

Una tarde cálida de las que anuncian la llegada de la primavera, entre el vaivén del aire que comenzó a correr, llevando la hojarasca y agitando las hojas de los árboles, Rosalía decidió tomarse una siesta. Sí, así como lo leen, “decidió darse su espacio  de tiempo para dormir un rato”.

En su cotidianidad no había espacio para siesta, el tiempo era apremiante, sin embargo esa linda tarde ella durmió, aún con lo cálido del clima, se dejó abrazar por la sensación de disfrutar el descanso, arrullada por el cántico de diferentes aves.

Después de algunas semanas de nuevo ritmo en su andar, Rosalía comenzó a darse cuenta que la vida se puede vivir sin tanta prisa. Sucede que como en casi todo, a cada persona le tiene que pasar algo, o varias experiencias en la vida para tomar lecciones de eso y continuar el camino, fluyendo tal cual hacen los ríos, esos que por fortuna aún quedan y podemos continuar preservando y disfrutando.

Su camino tomó otro giro a raíz de una caída, ésas que duelen hasta el alma por lo fuerte que son y que lleva un poquito de tiempo para asimilar. Luego del impacto, vino la calma, los apapachos y la recuperación. Por fortuna no fue nada grave. Sin embargo, en ese lapso de tiempo, Rosalía se vio en la necesidad de disminuir su ajetreado ritmo, normalmente iba y venía, casi a contra reloj. Esta experiencia le cambió un poco esa dinámica.

Rosalía se descubrió caminando paso a pasito, sí, como cuando uno no lleva prisa. Al principio le costó y bastante, era algo con lo que ella no está acostumbrada, su cuerpo le requería ahora un nuevo ritmo y su espíritu más.

En esta nueva faceta, se vio y comenzó a ver a su alrededor con otros ojos, más bien, empezó a observarse y observar su entorno. Recordó las ocasiones, muchas, donde iba envuelta en sus múltiples pendientes o actividades al tiempo de caminar aprisa. Pasando desapercibidas algunas cuestiones de lo cotidiano, excepto alzar la vista al cielo y fugazmente echar un vistazo para apapachar con esto su corazón. Ahora, cada paso tomó otro sentido, lo fue valorando más y se empezó a cuestionar,

  • ¿En realidad vale la pena ir siempre con tanta prisa? Puedo continuar haciendo mis actividades y no necesariamente debo ir a mil por hora.

El incesante tic tac del tiempo está ahí, ése no para, está continuamente moviéndose, ante eso Rosalía no puede hacer nada, pero la experiencia que vivió le permitió asimilar lo positivo, en la vida la prisa puede quedar a un lado; vale la pena vivir llevando un ritmo menos ajetreado. Ahora ella reconoce que en la medida que cada persona se permite vivir su tiempo, se generan otras experiencias, se puede disfrutar más cada instante, sin estar con la constante zozobra que se debe correr para llegar, también se puede llegar a cada destino paso a pasito.

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