Cantinas de la Octava Sur/Primera Parte

© Típica contrabarra de cantina. Ciudad de México (2016)

En Tuxtla, al igual que en todas las ciudades de México y el mundo, abundan las que llamamos “cantinas”, “cantinitas”, “bebederos”, “aguajes” y “antros”, establecimientos que en otras latitudes nombran: pulquerías, pulcatas, bares, cafetines, pubs, tabernas, tascas, figones, bodegas, bodegones, cervecerías, vinaterías, pulperías y mesones. Aquí, incluso, camuflan su nombre con: “restaurant”, “restaurant-bar y “restaurant bar familiar”, expresiones incomprensibles, que bien a bien nos tienen sin cuidado, siempre que estos lugares paguen sus impuestos, cual debe ser, se prevengan de rijosos, y nos atiendan de acuerdo con el precio que ponen a sus servicios.

Y a propósito de ellas, las cantinas, hoy el cronista decide revisitar uno de los corredores mejor proveídos de bebederos en la ciudad, el corredor de la Octava Sur, en el centro sur de Tuxtla, el que se inicia con la 4ta. calle Oriente y fenece en la 7ma. Poniente. Corredor típico por sus “centros caguameros”, casi todos atendidos por camareras jóvenes, de mallones sobre las piernas, o ropa entallada, aunque no siempre bien provistas de las gracias de Natura. Son las 14:00 horas en punto.

La primera que encuentra es la Tía Lolis, frente a la plazuela de Santa Lucía o Parque del Mariachi, especializada en carnes y mariscos, y en cuanto a cervezas, abocada a la línea Cuauhtémoc-Moctezuma, la cervecería de las chelas de su preferencia. “Auténtica marisquería desde 1899” reza su escaparate externo. Aunque se han equivocado, pues debería decir, quizás, 1998.

El lugar bien vale la pena, aunque no a medio día sino a las ocho y hasta las once, pasado meridiano, cuando el escenario se torna placentero y jovial, hora en que pululan las mariposillas de la noche, encuerdadas, en minifaldas. Dispuestas a bailar con la clientela, según informan los camareros. Horas en que el ambiente de la calle igual, se torna alcahuete, dada la presencia de la mariachada, y eso que por desfortuna, no se reúnen todos los músicos aquí, sino que se comparten entre este sitio, el Mercado de los Ancianos y el Parque del Niño de Atocha.

Al frente, del otro lado de la plazuela, cree, aún continúa El Marinero, un bar que hace veinte años, a plena luz del día era una especie de faro, imán y lupanar, punto de citas para meretrices y clientes arrechos o desesperados.

A la derecha, sobre la Tercera Oriente, segunda o tercera casa, ahí está el Restaurant La Valenciana, que desde su perspectiva ni fu ni fa, pues regentea las cervezas de la línea Modelo. Que… ¡Sí bebe! Cómo no, aunque sólo en caso de necesidad y falta de competencia. Y continúa sobre el corredor, justo en el número 359-A, el Restaurant El Marino, igual, de la Cervecería Modelo, aunque éste a diferencia del anterior, está provisto de rockola. Ambos sin embargo y como debe quedar claro, sólo tienen de “resturant” el nombre, aunque es cierto que poseen cocina y ofertan alimentos.

Sigue ahora sí, un abrevadero de la Superior o Cuauhtémoc-Moctezuma, en el 359 precisamente, el Restaurant Bar El León de Oro, entre segunda y tercera Oriente.

Pero ya, está aquí, uno de sus predilectos: el Restaurant Adriana, jardín de las chelas de la Cervecería Superior, una casa antes de la esquina de segunda Oriente, número 303, en donde desde su pared anuncia: “Aforo 120 personas. Horario de 12am a 12pm. Prohibida la entrada a vendedores ambulantes, personas en estado de ebriedad, o bajo el efecto de alguna droga o enervantes, y personas con arma blanca”. Entra el cronista, y el calor, la penumbra, la música y la bulla es todo. Inmediatamente le atiende una joven llenita, morena, cabellos largos, falda a medio muslo, aunque con alguna dificultad para el español. Chabelita dice que se llama, le atiende solícita y amable, aunque para su desgracia hoy no tienen Bohemias ni Indios.

Pues qué más da, le dice a la Chabelita, el bolo es sufrido. Tráigame una media XX.

Regresa con ella, con paños de papel y el platito de sal, chile en polvo y limón partido en cuatro, cortesía de la casa. Mira, le dice, le tutea, le traigo la más fría, le trata de usted. Y ante sus ojos la destapa y cubre la boca de la botella con una servilleta. Mientras tanto, todo en orden: meserean sólo mujeres, todas jóvenes, algunas de buen ver. Quizá taloneen, piensa. Una señora grande y emperifollada atiende la barra, dos mujeres apenas se ven tras la reja de la cocina, dos tipos fuertes mal encarados, deambulan entre el acceso, el mostrador, la sinfonola y los baños, mientras a pregunta expresa…

Sí amigo, contesta la morena Chabelita, labios pintados, me asiento con usted, te acompaña, sólo si te invito un refresco. ¿Refresco?, le responde. ¿Qué no aquí puras cervezas venden? ¡Ah! Pero estómago no aguanta cerveza, pues. Pero es igual que cerveza. Sólo pagas un poco: te la cobran el doble y recibo propina.

Lee enfrente: “Jarras de michelada $35.00, de Sol, Tecate e Indio”. Voltea hacia otro lado: “Caguamón XX $33.00, caguamas $30.00 de Superior, Tecate e Indio. Medias sólo en XX y Tecate $20.00”. Junto a un enorme extractor de aire y a contraluz, apenas distingue la tarifa de las botanas: “Orden $60.00, medias órdenes $30.00. Todo lleva chile y tostadas. Carraca, costilla, cochito, carne tártara, butifarra, ensalada de camarón, quesillo, queso Cotija, macabil, cecina, tasajo, menudencia, corazón y camarones al agua-chile”.

Detrás tiene la barra, da la vuelta y ahí otro anuncia avisa: “¡Promoción sólo hoy! $56.00 por dos familiares”. Se acerca a la doña toda acicalada, y le pregunta, pues algo no entiende. ¡Ah, joven!, ella exclama. Es que “familiar” se llama la caguama. Y la clientela se ahorra cuatro pesos al beberse dos de un tiro. Vuelve a la mesa y llama al bolero para el lustre de sus zapatos. Entra el vendedor de las rosas rojas, pero… tres detalles le gustan de esta cantina inconfundible:

En primer lugar, la música que provee su rockola, además de los vídeos que proyecta sobre cuatro pantallas: rolas norteñas antiguas en nuevas versiones, Juan Gabriel y los propios Tigres del Norte en concierto, y todo lo contemporáneo: Molotov, Maná, Caifanes, Elefante, Café Tacuba, Maldita Vecindad, y hasta lo más reciente: Santa Estilo, Control Machete, Quinto Sol, Santa Grifa y Cártel de Santa… mezclas de rock, tex mex, rap, hip hop y hasta algo de blues. Pone atención en el corte cuyas imágenes son nenas cachondas que mientras bailan, pasan sus dedos por sus labios y genitales, mientras clarito escucha: ¡Culo! ¡Culo! Va a la rockola y ve las canciones que seguirán. Son del Cártel de Santa: “Mensajes de uasap”, “Doctor Mariguana” y “Pelotona”.

En segundo término, destaca la forma peculiar con que resuelven las pestilencias del retrete: hielo y rebanadas de limón a granel, al tiempo que remedian adecuadamente la ventilación del lugar, problema grave de todos los antros. Y en tercero, su clientela evidentemente peculiar: putas, parejas de amantes, negros cabellos ensortijados, tipos como padrotes de barbas acicaladas, viejones de sombreros norteños y botas, algún sombrero de fieltro negro, tipos con aretes en las orejas o en la nariz, o marcados con tatuajes en brazos o cuello. También dos o tres señores, solos o acompañados, normalitos.

cruzcoutino@gmail.com agradece retroalimentación.

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