Definición de rama

Imagen: DNA India

Sí, igual que ustedes, yo, en alguna clase de Historia Universal, escuché que Rama es el nombre de un avatar de Visnú, quien, según Wikipedia, es el dios más popular de la India. Todo mundo sabe que un avatar es la encarnación terrestre de un dios.  Así que, hasta donde da mi cabeza, Rama es la representación de algún Dios sobre la tierra.

A mí siempre me llamó la atención tal nombre, porque cuando alguien hablaba de las ramas de los árboles de por acá, yo pensaba de inmediato en aquellos avatares hindúes. Cuando iba de día de campo, a un llano más allá de Chacaljocom, con rumbo a San Cristóbal, y caminaba por en medio de los pinos y sentía el aroma de la trementina y el rumor del aire, veía cómo los pájaros se paraban en las ramas y pensaba que esas aves platicaban con los árboles porque hacían un jolgorio como cuando había un encuentro de fútbol. ¿Las aves platicaban con las ramas? Pensaba que sí; es decir, las aves platicaban con los dioses. Por esto, los dioses eran brazos generosos que permitían que las aves construyeran ahí sus nidos.

Un dicho dice que el perro es el  mejor amigo del hombre. Yo creía que esos dioses eran los mejores amigos de las aves. Pensaba que cada vez que un pajarito se posaba en uno de los dioses, éste le daba la bendición, por eso cuando volaban en busca de alimento, en dos minutos hallaban gusanos que llevaban a sus crías que esperaban con el pico abierto.

Por fortuna nunca apareció la  pregunta en clase de biología, porque si un maestro hubiese preguntado qué era un árbol y qué una rama, yo habría reprobado y habría sido el hazmerreír de todo el salón, porque habría dicho que una Rama era el avatar de Visnú y un árbol era la casa de los dioses. Lo bueno fue que en botánica nunca apareció tal pregunta y ésta brotó una tarde en que un grupo de amigos tomábamos cervezas en la casa de Betty (a quien le decíamos la doble te, porque así escribe su nombre). No sé en qué instante apareció el tema del bosque en nuestra plática y yo conté lo que he contado, cuando se agotó el tema pasamos a otro y el primero entró al cuarto a donde van a dar todas las pláticas del mundo, más de pronto vi algo como un aleteo luminoso, Rocío, una niña linda, estudiante de secundaria (nosotros estudiábamos el último año de prepa) se sentó a mi lado y dijo: “¿Podés repetir lo que dijiste?”. Yo había olvidado ya todo. Le pregunté a qué se refería, y ella, con ojitos de cielo en atardecer, dijo: “Lo de la casa de los dioses”. Nunca me había pasado algo semejante, digo, que una niña se acercara y me viera con tanta ternura, con tanta admiración. Repetí lo de la casa y le eché algo más de mi cosecha, como si le pusiera un poco de menta a mi té. Cuando terminé, ella, así, sin ver al derredor, como si estuviera trepada en la rama más alta del árbol de la vida,  se acercó, me dio un beso, se sonrojó tantito y corrió hasta la cocina, lugar al  que los dioses me mandaron  de inmediato.  Ella estaba recargada en la mesa del centro. Cuando me vio, dijo: “Perdón”. Me acerqué y ella volvió a hablar: “Es tan bello lo que decís”,  dijo.

Ahora trabajo en un lugar en el que hay muchos árboles, me basta volver la mirada para ver la copa de los árboles a través de la ventana. Trabajo en un lugar donde hay muchas casas de dioses, donde éstos permiten que las aves construyan sus nidos.

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