El bridón relincha

Casa de citas/ 453

El bridón relincha

Héctor Cortés Mandujano

 

Termino de leer, agradecido y alegre, otro libro de Harold Bloom, quien murió recientemente: Cuentos y cuentistas. El canon del cuento (Páginas de espuma, 2009), una serie de ensayos sobre 39 cuentistas, que abarcan desde el ruso Pushkin (1799-1837) hasta el norteamericano Raymond Carver (1938-1988). En la lista sólo hay dos latinos, los dos argentinos: Borges y Cortázar, y uno que por azar nació en Cuba, pero que era italiano, aunque con muchas ligas en nuestro continente: Ítalo Calvino.

Una delicia leer a Bloom, del que cito citas. Dijo Óscar Wilde (p. 13): “Todo arte es perfectamente inútil”; cita a Emerson (p. 62): “Para cualquier alma perspicaz hay dos hechos innegables: el yo y el abismo”; a Samuel Johnson (p. 141): “El amor es la sabiduría de los tontos y la tontería de los sabios”.

Cuenta Bloom una charla entre los amigos Max Brod y Franz Kafka. A una idea del primero (p. 170) “Kafka replicó que no creía que nosotros fuéramos una recaída tan radical de Dios sino tan sólo consecuencia de su mal humor pasajero, pues tuvo un mal día”.

 

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Vi de nuevo, porque casi no la recordaba, La edad de la inocencia (1993), dirigida por Martin Scorsese. El final cinematográfico me recordó el final de una novela, Seda, de Alessandro Baricco. Y me pareció curioso que este gran escritor italiano haga estos juegos: Novecento: la leyenda del pianista en el océano (un hombre que decide nunca bajar de un barco), por ejemplo, una de sus obras de teatro, versionada ya para el cine, está montada totalmente en El varón rampante (un hombre que decide nunca descender de los árboles), de Calvino, y en Seda escribe un desenlace igual al de La edad de la inocencia (adaptada de la novela homónima, escrita por Edith Wharton): un marido descubre el acto de amor secreto de su esposa muerta. Curioso.

 

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Foto: Mario Robles

Poesía romántica mexicana. Antología (que nadie suscribe, editada por Planeta-Conaculta-Joaquín Mortiz, 2002, en su Ronda de clásicos) reúne poemas desde Manuel Carpio (1791-1860) hasta Juan de Dios Peza (1852-1910).

En la clásica “Profecía de Guatimoc”, de Rodríguez Galván, queda clara la identidad del “bridón”, que pone oscuridad en la mente de muchos niños en nuestro Himno Nacional Mexicano (p. 29): “Al son del grito de feroz venganza/ las armas crujen y el bridón relincha”, y casi al final de este largo poema hay un reclamo tremendo (p. 35): “Mujer que adoro,/ ven otra vez a adormecer mi alma/ y mátame después, mas no te alejes…”

Guillermo Prieto en su “Oda a mi amigo Ignacio Rodríguez Galván”, al repasar la biografía de aquel poeta dice angustiado (p. 39): “¿Por qué la inteligencia será un crimen?”.

Ignacio Ramírez, en una traducción libre de un poema de Bernal, enumera las falsas virtudes de un amigo y concluye (p. 48): “Sólo una prueba de amistad me has dado,/ que delante de mí te ventoseas”.

Juan de Dios Peza escribe un par de líneas que deberían leer y entender los que van al campo, a lugares naturales impresionantes y se ponen a oír música (casi siempre naca) a todo volumen (p. 79): “Viajero: medita y calla…/ ¡Lo insondable nos saluda!”.

 

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Entre las varias cosas que me gustan de los libros de Roland Barthes, está su variedad de temas. No es, por fortuna, el tipo que se pasa martillando el mismo clavo. Leo ahora Fragmentos de un discurso amoroso (Siglo XXI, 1982), que es una delicia. Pone un tema, lo define, copia fragmentos de conversaciones con amigos y los mezcla con imágenes de libros (el que más usa es Werther, de Goethe, y los Diálogos, de Platón) y con ellos echa a andar sus reflexiones. Me encantó.

Dice en “¡Adorable!” (p. 33): “Encuentro en mi vida millones de cuerpos; de esos millones puedo desear centenares; pero de esos centenares, no amo sino uno”.

Entre sus heteróclitas referencias está este koán búdico, que dice (p. 59): “El maestro mantiene la cabeza del discípulo bajo el agua, mucho tiempo, mucho; poco a poco las burbujas se espacian; en el último momento, el maestro saca al discípulo, lo reanima: cuando hayas deseado la verdad como has deseado el aire, entonces sabrás lo que es”.

En “Me duele el otro” pone en jaque esa expresión, citando a Nietzsche (p. 74): “ ‘Suponiendo que sintamos al otro como él se experimenta a sí mismo […], debíamos odiarlo como él mismo, como Pascal, se encuentra aborrecible.’ Si el otro sufre alucinaciones, si teme volverse loco, debería yo mismo alucinar, enloquecer”.

Cita un proverbio chino en “Quiero comprender” (p. 77): “El lugar más sombrío está siempre bajo la lámpara”. Analiza el corazón (p. 88): “El corazón es el órgano del deseo (el corazón puede henchirse, desfallecer, etc., como el sexo)”.

Habla de sí mismo (p. 90): “Soy parecido a esos chiquillos que desmontan el despertador para saber qué es el tiempo”. En “La conversación” dice (p. 92): “Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo”.

Reflexiona (p. 113): “Un loco que escribe no es jamás completamente loco; es un falsificador: Ningún Elogio de la Locura es posible”. (Se refiere evidentemente al clásico de Erasmo de Róterdam.)

Las tribulaciones del joven Werther, la famosa novela de Goethe, donde el personaje se suicida por amor, hizo que a su autor lo acusara un político de la ola de suicidios que provocó en sus jóvenes lectores; contestó Goethe (p. 159): “Vuestro sistema comercial ha hecho por cierto miles de víctimas; ¿por qué no tolerarle algunas a Werther?”.

Dos afirmaciones (p. 131): “El sentimiento amoroso es una ‘creación’ (especialmente de escritura)” y (p. 179): “Ningún amor es original”.

Barthes tiene también un libro sobre Japón. Aquí aparece su conocimiento de ese país (p. 188): “Esto es lo que dice un poema popular que acompaña a esas muñecas japonesas: ‘Así es la vida;/ caer siete veces/ y levantarse ocho’ ”.

En “Elogio de las lágrimas” se pregunta (p. 199): “¿Desde cuándo los hombres (y no las mujeres) ya no lloran? ¿Por qué la ‘sensibilidad’ en cierto momento se ha vuelto ‘sensiblería’?”.

Una última cita (p. 260): “Los enamorados, dice Alcibíades, son semejantes a aquellos a quienes ha mordido una víbora: ‘No quieren, se dice, hablar de su accidente a nadie, salvo a los que han sido víctimas de una circunstancia semejante, como si fueran los únicos capaces de concebir y de excusar todo lo que ellos han osado decir y hacer bajo el efecto del sufrimiento’ ”.

Contacto: hectorcortesm@gmail.com

 

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