La lluvia, no el trueno

Casa de citas/ 449

La lluvia, no el trueno

Héctor Cortés Mandujano

 

Me conmovieron varias páginas de Jaime Sabines. Apuntes para una biografía (Coneculta-Chiapas, 2012), de Pilar Jiménez Trejo, en las que Sabines habla sin tapujos, como lo hace también en sus poemas, de las varias circunstancias dolorosas de su vida.

El ejemplar viene en fina caja roja y tiene camisa, pasta dura, muchas fotografías, cuidada edición. Es resultado de muchos años de entrevistas y, aunque ordenarlas debió ser todo un tema, se lee con la fluidez de lo bien hecho.

Me llamó la atención lo que dice Jaime de una palabra muy usada en Chiapas, que él adjudica a Oaxaca (p. 33): “Y para mi mamá siempre fui el ‘chunco’; es una palabra oaxaqueña que mi familia adoptó para nombrarme”.

Cuenta de doña Chole, una mujer que tenía dieciséis hijos. El poeta le pregunta cómo los reconoce (p. 231): “Ah, don Jaime, si no los conozco, los numero. Cuando van entrando los voy contando: uno, dos…, ocho, nueve. Que me faltan dos, ¿dónde estarán? Y voy a buscarlos –me respondió.

“La recuerdo contándolos al entrar al cuarto, y a veces diciéndoles: ‘¿Tú, cómo te llamas?’ ‘Carlos, mamá’. ‘Ah. Bueno, pásale, hijito.’ No cabe duda que de todo hay en la vida.”

Cuenta que, en el puerto de Veracruz, una mujer a quien le gustó un poema que acababa de leer, le dijo (p. 338): “¡Desgraciado poeta, hiciste que me viniera la regla!”.

Dice de su oficio (p. 344): “Escribí poesía porque nunca aprendí a bailarla, a transmitirla en un apretón de manos, en una caricia, en un grito”.

Habla de cuando reeditaron Recuento de poemas, con una pintura de Ricardo Martínez en la portada (p. 386): “No lo conocía en persona, sabía que era de Jalisco, un hombre grande, como de mi edad y muy buen pintor. Y más chingón que yo porque nunca daba entrevistas”.

Casi al final del libro, dice (pp. 397-398): “Nada de lo que uno vive se pierde. Antes pensaba distinto: veía algo, atrapaba una imagen y en seguida procuraba apuntarla para que no se me olvidara. Pasó el tiempo y ya no tengo esa inquietud: sé que nada se pierde, que todo se queda dentro de nosotros, que no hay olvido”.

Las últimas páginas las escribe Josefa Rodríguez Zebadúa, viuda de Sabines, Chepita (p. 413): “Cumplimos casi cuarenta y seis años de casados; compartimos tristezas y alegrías, fuimos sorteando la vida hasta el final. Un día, cuando ya estaba muy enfermo, me dio las gracias: ‘¿Por qué?’, le pregunté, ‘Por haber sido como eres’, me dijo.

 

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Cuenta Carlos Navarrete, en La novela en Chiapas. Antología crítica (Coneculta-Chiapas, 2018), de Alejandro Aldana Sellschopp, un detalle simpático (p. 112): “Todavía me tocó conocer a Jaime Sabines, que tenía su tienda de telas. Era ‘el pellejo bravo’, le decían, porque cuando estaba leyendo y le iban a comprar un metro de teal decía: ‘No hay’; ‘pero si ahí lo estoy viendo’, ‘le estoy diciendo que no hay, no moleste’ ”.

 

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“Alza tus palabras, no tu voz. La lluvia hace crecer las flores, no el trueno”, lo dice Parvana, la niña afgana que se disfraza de niño para alimentar a su familia y salvar a su padre, protagonista de la genial cinta de dibujos animados The Breadwinner (2017), dirigida por Nora Twomey.

 

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Foto: Mario Robles

Leo El conservador (Tusquets, 2003), novela de la Premio Nobel de Literatura Nadine Gordimer. Me gusta el epígrafe del poeta Richard Shelton, del que tomo dos fragmentos: “Debía estar a punto de enloquecer/ cuando salí, solo en mi bicicleta,/ pedaleando hacia el interior del trópico/ portando una medicina para quien nadie había encontrado enfermedad… […] Hermanos les grité/ decidme quién se ha llevado el río/ donde pueda encontrar un buen lugar para ahogarme”.

Encuentran un cadáver en las tierras del protagonista. Habla a la policía, que se hace rogar para ir, y cuando llega decide mejor, para no andar haciendo pesquisas sobre quién era el muerto y quién lo mató, enterrar el cadáver donde lo encontraron. Sudáfrica parece Chiapas, evidentemente. Dice el narrador (p. 32): “Se parece al chiste del caballo muerto que arrastran de Commissioner Street a Market Street porque el policía no sabe cómo se escribe Commissioner”.

La novela está escrita desde la mente lúcida de una narradora que conoce los comportamientos de negros y blancos, de hombres y mujeres. No hay mejores ni peores, per se. Dice uno de los personajes (p. 120): “Oh, la compasión es como la masturbación. No hace daño a nadie, y así te sientes mejor”.

 

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Guillermo Cabrera Infante habla muy bien, en uno de sus libros, de Los intereses creados, de Jacinto Benavente, dramaturgo español cuyas obras, más de 160 comedias, parecen ya comidas por el tiempo.

Benavente ganó el Nobel de Literatura en 1922 y fue, en su tiempo, un escritor que disfrutó de éxitos rotundos. Los intereses creados (mi ejemplar es de Ediciones Altaya, 1995), dice en su introducción Fernando Lázaro Carreter (p. 32), “comedia de polichinelas en dos actos, tres cuadros y un prólogo, se estrenó, en el Teatro Lara de Madrid, el 9 de diciembre de 1907”.

Aunque se supone que, como el propio Benavente reconoció, está montada sobre varios supuestos de la commedia dell’arte italiana, Dámaso Alonso demostró en 1967, ya muerto don Jacinto, el 14 de julio de 1954, que su principal fuente argumental fue El caballero de Illescas, de Lope de Vega. En fin.

Crispín, uno de los pícaros de la obra, dice (p. 83): “Todos llevamos en nosotros un gran señor de altivos pensamientos, capaz de todo lo grande y de todo lo bello. Y a su lado, el servidor humilde, el de las ruines obras, el que ha de emplearse en las bajas acciones a que obliga la vida…”.

Esta frase es también de Crispín. Se lo dice a Leandro, con quien armó un fraude que ahora puede deshacerse por la inesperada honradez que le surgió a partir de su enamoramiento. Dice Crispín (p. 109): “Pero no eres ambicioso, te contentas con ser feliz…”.

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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