G. Caín, Guillermo Cabrera Infante

Casa de citas/ 467

G. Caín, Guillermo Cabrera Infante

(Primera de tres partes)

Héctor Cortés Mandujano

 

El hombre era viejo. Lo mismo podría tener cincuenta y siete que setenta y cinco,

más no parecía importarle gran cosa el orden que tomaran los dígitos

Guillermo Cabrera Infante,

en “Ostras interrogadas”

 

Leo el librote, de 1114 páginas, Infantería. Guillermo Cabrera Infante (Fondo de Cultura Económica, 1999), compilación, selección de textos e introducción de Nivia Montenegro y Enrico Mario Santí.

El libro hace una selección (evidentemente no son fragmentos cortos, sino casi libros completos) desde Así en la paz como en la guerra (1960), escrito cuando GCI aún estaba en Cuba, hasta Textos varios, posteriores a Mea Cuba (1992), escritos ya como residente en Inglaterra.

El librote no es muy cómodo de leer; hay que tener buenas muñecas, buen antebrazo, para sostenerlo por ratos y luego buscar dónde ponerlo para seguir leyendo. A mi nieto Jacobo le divertía ver mis formas para acomodar este gordísimo ejemplar que leí fascinado. El día de mi cumpleaños (de 2019), incluso, muy de mañana, a solas en mi sala, sentí que leer a Cabrera Infante era uno de los muchos regalos que la vida me ha dado.

GCI explica su estilo literario en “Cómo escribir sobre un trapecio sin red” (p. 1001): “Mis libros están compuestos por medio de un único aparato retórico, la parodia” (cito dos ejemplos en títulos de sus cuentos: Macabracadabra, Erotesis…); (p. 1003): “Otro de los elementos que aparece en todos mis libros […] es la aliteración […], recurso retórico que consiste en que dos palabras sucesivas empiecen con el mismo sonido o la misma letra” (varios de sus títulos son ejemplos: Tres tristes tigres, La Habana para un Infante difunto…); otro de sus elementos retóricos es (p. 1004) “la paronomasia […], esa palabra que engaña al oído tanto como perturba al ojo”. Tomo un ejemplo de este mismo texto donde juega con palabras muy cercanas y al mismo tiempo muy lejanas (p. 1006): “Pero si no he conseguido su aprecio, por lo menos concédame su desprecio. O su odio. Todo me es indiferente. Menos, por supuesto, la indiferencia”. Demos un paseo, ahora, por sus libros.

 

Así en la paz como en la guerra (1960)

 

En “Un nido de gorriones en un toldo” conversa el autor con su mujer. Ella le señala al que se queda en el nido. Dice él (p. 64): “Esa es la hembra”; ella, “¿Cómo lo sabes?”; él, “Porque es la más fea”.

En “Ostras interrogadas” dice (p. 86): “El amor es esencialmente húmedo. Es curioso. El odio es seco y la muerte es helada y el cariño es tibio, pero el amor es húmedo…”.

 

Un oficio del siglo XX: G. Caín 1954-1960 (1963)

 

En una de sus críticas de cine, “Caín y el ‘Hoax’ ”, para las que se tuvo que inventar un seudónimo (escogió G. Caín, con las primeras letras de sus apellidos reales para Caín porque, dice, nunca quiso tener un hermano), escribe que no sólo hubo el trío cómico y célebre de los hermanos Marx, sino (p. 99) “por el mismo tiempo hubo otro terceto de comediantes nombrados los hermanos Engels”; al pie de página escribe otros nombres paródicos: “Américo Prepucio, Alejandro el Glande…” (Se puede agregar ahora el “Mamado Nervo”.)

Sus páginas están casi línea a línea llenas de sorpresas verbales. Dice que Caín, como crítico, hacía (p. 100) “enemigos con frecuencia, con una frecuencia modulada”; escribe que a Caín sirvieron para su escritura “la hipérbole, la hipertrofia y aun la hipermetamorfosis (para no usar más que una página del diccionario)”; compara a Caín con otro y dice: “fueron tan diferentes que parecían gemelos”.

En “El libro de Caín y el ‘síndrome de Talmadge’ ” habla de una actriz, una estrella que se retira. Tres años después, un joven se le acerca para pedirle un autógrafo y ella le dice, sin mirarlo (p. 104): “Déjame tranquila, muchacho. Ya no te necesito”.

Dice de Caín (p. 109): “La única autocrítica que él se permitía era el elogio”.

Cita a Melville, cuando habla de su Moby Dick (p. 140): “He escrito un libro malvado, pero me siento inmaculado como una oveja”.

En “Americanos en París” habla de una película donde los créditos fueron diseñados por Richard Avedon (p. 156), “uno de los tres mejores fotógrafos de maniquíes en el mundo”, quien tiene la (pp. 156-157) “asombrosa habilidad para convertir a una mujer de carne y hueso en un translúcido perchero”.

 

Foto: Mario Robles. Diseño: Juventino Sánchez

Cita una declaración de Sidney Lumet, director de cine que fue actor. Dejó la actuación porque (p. 163) “hay algo poco digno en ser actor. Ser actor está bien cuando se es adolescente, pero cuando se es hombre, es un oficio feo”.

En “¿Qué diría de esto Ludwig Feuerbach?” hace una cita poética; alude a un célebre poema de García Lorca (p. 167) “y el domingo tarde de toros, que no es lo mismo, porque siempre a las cinco en punto se le ocurre morir a Ignacio Sánchez Mejía”, y apenas más abajo cuenta: “Leí una inscripción en la pared del inodoro que debía haber sido firmada por Dante:

 

Doy por el culo

a domicilio;

si traen caballo,

salgo al campo.”

 

Hace un favor a esta columna, por si quisiera moverse al francés, cuando dice en “Liebe” que maison de rendez-vous (p. 182) “en español quiere decir, lisa y llanamente, casa de citas”.

Dice en “Adiós a Caín” que éste se dedicó a (p. 256) “las labores propias de su seso”.

(Por cierto, Tres tristes tigres, La Habana para un Infante difunto y Delito por bailar el chachachá, no las mencionaré aquí porque el último libro ya lo reseñé hace tiempo y los dos primeros los citaré después.)

Contactos: hectorcortesm@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

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