Miseria, olvido e indiferencia

Don Samuel, víctima del coronavirus, en una comunidad chiapaneca. Foto: Cortesía

Con mayor o menor acento, con estrategias más rudas o más ligeras, todos los gobiernos del mundo establecen prioridades y deciden la manera más adecuada de enfrentar la pandemia. En Estados Unidos el coronavirus castiga más a los negros, los hispanos y los pobres. En Europa suelen caer en desgracia los refugiados, los inmigrantes negros africanos y una muy diversidad de personas que buscan ganarse la vida porque en sus países de origen no observan un futuro mejor, pues muchos de ellos se encuentran en guerras fratricidas que se han prolongado por años o porque han colapsado económicamente.

En la inmediatez y el carácter espectacular que a menudo definen las posturas de los medios, predomina lo que ocurre cada minuto y, para el caso de la situación sanitaria en el mundo, cual es el score o la puntuación que ahora mismo tenemos en términos de muertos, infectados, recuperados, descartados y asintomáticos; todos ellos indicadores que inclusive pueden localizarse geográficamente casi con la precisión de un cirujano.

Más allá del sensacionalismo que se impone como medida implacable a fin de conservar la atención del público, lo cierto es que vivimos en un mundo plagado de información, pero que nos ha dañado mucho la memoria. Ante la instantaneidad de la cosas, lo que pasó hace unos minutos ya es historia, pero lo peor es que se nos quiere hacer creer que, por ser parte de ese pasado inmediato, debe quedar en el olvido porque resulta irrelevante ante la fascinación de lo nuevo.

Una de estas paradojas de esta etapa que ahora vivimos es que, a pesar de la ilusión de estar juntos que nos crea el hecho de vivir comunicados más allá de nuestros espacios cotidianos, lo cierto es que se ha exacerbado nuestro aislamiento. El celular, por ejemplo, ha sido un gran invento para comunicarnos, pero también es una máquina infernal para apartarnos del mundo. Ha sido muy eficaz para dar señales de alarma y contribuir a la solidaridad en momentos de desastres o auxilio, pero también contribuye a apartar a las personas. En la era de la comunicación las parejas tienen dificultades para hablarse, las familias no logran comunicarse de la mejor manera y entre vecinos ocurre algo parecido; ya no digamos entre pueblos, ciudades, estados o países. Resulta que cuando más comunicados estamos, menos asertivos podemos ser desde nuestros diálogos más ordinarios.

En estos días de reclusión, uno puede imaginar que la información básica que nos indica la necesidad de evitar al máximo nuestros contactos personales ha llegado hasta el punto en que no nos queda de otra más alternativa que estar en casa. Sin embargo, sabemos perfectamente que eso no ocurre en quienes viven al día y no se pueden dar el lujo de no trabajar o hacerlo desde sus casas. En una país de alrededor de 60 millones de pobres y legiones completas de personas dedicadas a la economía, no sé si llamar informal porque muchos de ellos toda su vida laboral se han dedicado a lo mismo, resultan una buena cantidad de mexicanos que afrontarán las tragedia como puedan.

Algunas voces reclaman al gobierno la falta de apoyos para el personal médico, la deficiente infraestructura hospitalaria e incluso la falta de clínicas. Sin embargo, son muy escasas las reflexiones que se interrogan por qué llegamos a esta situación. La Auditoría Superior de la Federación ha documentado la existencia de faltas administrativas la presunción de desvío de recursos en el sector salud. Esto, por lo menos, ha implicado a los últimos gobiernos del PAN y del PRI.

Más aún, cuando bajamos la escala del análisis y comenzamos a observar lo que ocurre a nivel de las entidades federativas, las cosas resultan aún más preocupantes, pero puede uno llegar a comprender mejor las dimensiones del desastre en los sistemas de salud por la irresponsabilidad de los gobernantes. Por cierto, la prensa hizo públicos varios de estos casos en el país y, en alguno de ellos, se fincaron responsabilidades penales, pero en la mayoría lo que reinó fue la impunidad.

Pero la realidad siempre nos tiene preparadas todavía más sorpresas. En los últimos días nos hemos enterado que existen 15 grandes empresarios que se niegan a pagar sus impuestos al gobierno actual y la cantidad de los adeudos alcanza la nada despreciable suma de 50 mil millones de pesos. Los empresarios, por su parte, exigen al gobierno un plan de rescate que permita superar los problemas derivados de la pandemia. Sin embargo, son las micro, pequeñas y medianas empresas las que generan la mayoría de los empleos del país. Algo debe estar mal aquí porque, por un lado, se pide al gobierno invertir para el rescate de empresas, pero, por el otro, los varones del gran capital se niegan a pagar sus contribuciones, en una época en que el gobierno debe invertir para evitar los impactos más negativos de la tragedia sanitaria.

Para completar el cuadro de mezquindades, resulta por demás extraño que algunos artistas de la empresa que se considera dueña de la expresión pública en México, sean utilizados para lanzar críticas al gobierno a propósito de la contingencia sanitaria por el coronavirus. Se trata de una puesta en escena en la que un comediante insulso da a conocer una carta de un médico que trabaja en una clínica del IMSS en Tijuana, en el que solicita apoyos para proteger al personal de salud que atiende a los pacientes con coronavirus. Después se supo que la información era falsa y que del supuesto médico no se tenían registros laborales en dicha clínica.

Dos cosas más se suman a este concierto de tensiones y críticas al gobierno. Apenas hace un par de días el conductor estelar del noticiario de la televisora del Ajusco se lanzó en contra del subsecretario de salud, Hugo López-Gatell, convocando a la población a no hacerle caso. La postura no solamente es grave dadas las circunstancias en la que nos encontramos referente a la evolución de los contagios por el coronavirus sino porque, además, significa una ruptura el gobierno actual y los dueños de la televisora. A nadie conviene y menos al gobierno tener tantos frentes de conflicto en una coyuntura tan compleja como la actual.

Por otra parte, líderes panistas y varios de los gobernadores de ese partido, han estado exigiendo al gobierno apoyos adicionales para afrontar los problemas económicos derivados de las medidas tomadas para enfrentar el coronavirus. Incluso hay gobernadores que pretenden romper el pacto fiscal por considerar injusto y tienen razón. A estas alturas resulta insostenible que la Federación se queda con el 80% de lo recaudado en el país, mientras los estados reciben el 15% y el resto es para los municipios del país. Todo esto suena lógico, pero la experiencia sigue la dirección contraria a los nobles propósitos de los gobernadores. En efecto, no tenemos que remitirnos muchos años atrás para saber que los gobiernos locales (de las entidades y los municipios) no son confiables, mucho menos en el manejo de los recursos públicos. Sin duda existen ejemplos notables en torno al manejo más o menos prudente de los recursos en el plano local, pero tenemos que reconocer que se trata más de casos excepcionales y discontinuos. No olvidemos que existe una práctica común de desvío de recursos para cuestiones políticas, tal y como se ha denunciado públicamente y la prensa ha llevado registro de esto. Es obvio que se necesitan más recursos y que estos, en teoría, deberían beneficiar a la ciudadanía. Será un serio problema si se destinan más recursos a los gobiernos locales se ello no significa acuerdos estricto sobre el manejo de los fondos y las responsabilidades que se deriven como consecuencia de un mal uso de los mismos. De no ser así, seremos testigos del uso más abyecto de los recursos públicos de una amplia gama de tiranos que pueblan los gobiernos locales en nuestro país y que prácticamente no están sujetos a control alguno en sus acciones.

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