Vivir sin cerveza

El virus del Covid-19 no solo llegó como una pandemia mundial para llevarse vidas humanas, afectar a familiares y amigos, y trastocar la maltrecha economía de innumerables hogares chiapanecos. El dichoso confinamiento, para quienes lo hemos o han podido llevar a cabo, también ha visto como productos básicos en tierras tropicales, parte de la cotidianidad y de los festejos de la ciudadanía, desaparecían de todas las tiendas. Como queda claro en el título de este texto uno de esos artículos básicos es la cerveza, aunque tal vez para muchas personas represente un agravio hablar de tal bebida como un producto primordial.

Por supuesto, tal líquido no es añorado y extrañado para quienes no lo consuman por desagradarles, ser abstemios o porque su credo religioso no se lo permite. Sin embargo, para gran parte de la población local es una bebida fundamental de su día a día. Y no hay que confundir su ingesta con algún tipo de adicción, ese es otro tema que no incumbe a este artículo.

La política, extendida en casi todos los países del mundo, de confinamiento y restricción del trabajo, significó el cierre de empresas cerveceras en el caso de México y, por consiguiente, la paulatina desaparición de esa bebida de las tiendas distribuidoras. Poco tiempo después de que iniciara la reclusión hogareña, para evitar contagios y la transmisión del Covid-19, la cerveza se evaporó más rápido que cualquier otro producto. A ello se sumó, por supuesto, el cierre de cantinas, bares y restaurantes.

Café de Chiapas, aderezo de la Tzotzil Cerveza Artesanal. Foto: Elizabeth Ruiz

Para colmo, algunos municipios estatales y diversos estados de la República aplicaron la famosa y retrograda Ley Seca. Una medida de rancias resonancias y que trata a los ciudadanos como menores de edad. Entes, puesto que no llegan a la condición de seres humanos pensantes, a los que se les debe prohibir y autorizar lo que pueden o no hacer. En este caso, lo que tienen restringido beber. Legislar sobre la prohibición de las bebidas alcohólicas se incentivó por personas y grupos sociales que temían por su forma de beber pero, sobre todo, por las consecuencias en el rendimiento de los trabajadores explotados en los inicios del capitalismo industrial; una actitud muy propia también de los puritanismos religiosos surgidos en Europa y que se impusieron en muchos ámbitos de la vida en Estados Unidos. Por desgracia, esas medidas se han hecho comunes en gran parte de países de América Latina para ilustrar cómo las élites políticas tutelan a una ciudadanía siempre tenida como menor de edad, considerada incapaz de ejercer su libre elección y cuidar de sí misma. La historia ha demostrado que tales medidas no traen más que situaciones contrarias a las que dicen desear prevenir, y sólo hace falta repasar el periodo de la prohibición en el primer tercio del siglo XX en los Estados Unidos y sus consecuencias.

Si se regresa a Chiapas, buena parte de ciudadanos han dejado de beber cerveza y otros licores, nadie lo duda, pero también hay que recordar los decesos y enfermos que la venta de alcohol adulterado ha producido en muchos lugares donde se impuso la Ley Seca. En tal sentido, nadie duda que el exceso de alcohol puede ser dañino, como lo pueden ser los excesos en muchos otros productos y actividades, como lo son la explotación laboral, y la mala alimentación por los injustos salarios. Lamentablemente, de ello no se hace tanta publicidad y mucho menos aparecen los aspavientos tan propios de los mojigatos cuando se habla del alcohol ingerido por los otros, en especial si esos otros son considerados de una condición social inferior. La gazmoñería no puede ser más que hipócrita.

El confinamiento debería servir, también, para pararse alguna vez a pensar cuántas cosas nos hacen felices en la vida cotidiana. De qué se goza y disfruta al hacer una pausa o finalizar los deberes cotidianos. Con certeza, muchas personas dirán que tomarse una “chela” bien fría, «bien Elodia”, sin pensar felizmente en nada más. Mi paisano Pau Donés, cantante de Jarabe de Palo fallecido recientemente comentó, en una entrevista radiofónica meses antes de dejar este mundo, que un amigo argentino le había dicho que “vivir era urgente”. A veces esa urgencia se construye de momentos y detalles tan sencillos como tomarse una cerveza.

 

 

 

 

 

 

 

 

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