Clavelito, una décima de esperanza

La radio ha sido una gran fábrica de la imaginación. Ha nutrido los sueños de las personas y ensanchado sus representaciones del mundo como audiencias masivas. La magia de las ondas radiales ha encantado al pueblo hasta quedar ilusionado por compartir una misma frecuencia y una misma realidad cultural. Sus sorprendentes mediaciones han creado y materializado mundos de vida tan imaginarios como reales.

Un singular y magnético personaje de la radio cubana en los años cincuenta demostró el poder de este medio de comunicación a través de las ondas. Clavelito era su sobrenombre desde chiquito y terminó siendo su nombre artístico y, desde 1954, oficialmente su primer nombre propio para poder participar en las contiendas políticas por puestos de elección popular.[1] De manera homónima, se identificaron algunos programas radiales como el que lo hiciera célebre en la emisora Unión Radio Televisión. Se trató de otro de los grandes fenómenos radiales de la época y una de las grandes estrellas mediáticas que aún es recordada por muchísimas personas. Sin embargo, poco se ha reconocido el impacto social de aquellas trasmisiones de “El buzón de Clavelito”, “El vaso de agua de Clavelito”, “Pon tu pensamiento en mí” o “Clavelito y su pueblo” y su valor histórico como ecos de las expresiones de la cultura de las zonas rurales cubanas y de la religiosidad socialmente practicada por los cubanos.

No pocos críticos desde la competencia y una concepción elitista de la cultura, catalogaron a Miguel Alonso Pozo (1908-1975) como un charlatán, milagrero, estafador y especulador con las creencias del pueblo. En realidad, el hombre fue vendedor ambulante y pasó de pregonar sus productos en la calle con ocurrentes décimas a integrar dúos musicales, tener un puesto de quincalla en una céntrica calle habanera, poseer un laboratorio donde se producía su propia marca de cosméticos “Mapclavé” y a componer algunas canciones como la que ha encarnado las dimensiones laboral, política y festiva de la identidad campesina con su estribillo: “Quiero un sombrero / de guano, una bandera, / quiero una guayabera/ y un son para bailar”.[2] Un guajiro de Ranchuelo, Las Villas, tierra de tantos grandes repentistas o poetas populares, que en el aire las componía o inventaba para ganarse la vida. Hasta el propio Nicolás Guillén se sumó a la polémica y le dedicó unas décimas invitándolo a dejar la especulación, el esoterismo y a poner su pensamiento en sí mismo.[3] Esto en alusión a las palabras utilizadas por Clavelito para introducir su programa, dirigiéndose a sus oyentes, interpelándoles y pidiéndoles una escucha atenta de la siguiente forma:

Pon tu pensamiento en mí

y harás que en ese momento

mi fuerza de pensamiento

ejerza el bien sobre ti.

Todo indica que Clavelito buscaba ejercer el bien y ayudar a las personas. Por ello, a partir de algún momento comenzó a invitar a los oyentes a poner un vaso de agua sobre los equipos trasmisores. De hecho, en muchos hogares donde había una radio se colocaba un vaso o tantos vasos como escuchas se reunirán a la hora del programa. Manuel Durán Rodríguez me contó que en su casa en Trinidad, en el centro sur de la isla, se reunían muchos los vecinos a escuchar el programa y que los vasos no cabían encima del radiotransmisor, el único que había en los alrededores. Todo un espectáculo de escucha colectiva, de sintonía grupal bajo la misma fe y socialización comunitaria para encaminar la buena suerte, una sesión ritual con una especie de instalación de “asistencias” como en las bóvedas espirituales.

Carlos Enriquez, Campesinos Felices (1938), óleo sobre tela.

Un fenómeno cultural de esta naturaleza refiere dos muy arraigadas peculiaridades de la cultura popular cubana, a saber: la música campesina y la religiosidad popular. Ambas, pujaron por redefinir su lugar en la cultura nacional, cuestionaron la cultura hegemónica, relativizaron la legitimidad de la cultura dominante en los órdenes musical y religioso, y reivindicaron el reconocimiento de la heterogeneidad de la sociedad cubana. En este sentido, constituyen expresiones de una Cuba profunda, que reivindicaba ser reconocida y tenida en cuenta. Por eso, a diario llegaba a la mencionada emisora un saco de cartas y telegramas procedentes de todos los rincones de la isla, llegando a sumar hasta 50 mil al mes.[4] A ello se añadieron largas filas a la salida de la emisora para constatar la corporal existencia de la voz invisible, tener contacto con el milagrero y oír el conjuro: “¡Agua magnetizada, milagrosa! Tómenla para espantar los males del cuerpo y del alma”.

Clavelito se presentaba como un mediador, un médium, un intérprete de las emociones y un mensajero de buenas nuevas. Alguien con un don especial que le habla a los que tienen problemas terrenales por resolver. Así se introducía el programa: “Un milagro de la naturaleza en el deleite de una canción guajira. Manifiesto de los elementos que contribuyen al éxito, a la salud, al amor, a la felicidad. Poeta, intérprete de los corazones incomprendidos. Mensajero de la buena suerte. Si usted no es feliz, si tiene algún problema, si no tiene salud, si no tiene empleo, si el dinero no le rinde, si no tiene amor… Oiga a Clavelito en silencio, en silencio, por favor.” Luego, Clavelito enviaba mensajes enigmáticos a destinatarios disímiles, genéricos o concretos, reales o imaginarios, de todas partes del país con propuestas de solución para los casos o situaciones que le consultaban. La identificación de los destinatarios según edad, sexo y el gentilicio del supuesto lugar de origen, permitía recorrer toda la estructura social cubana y la orografía de la isla.

Al evocar “Un milagro de la naturaleza en el deleite de una canción guajira…”, se dialogaba con la tradición, con los refrentes de una imagen bucólica del cubano donde sus raíces simbólicas se identificaban en la campiña, en los vínculos míticos del campo con el pasado glorioso de la patria. Esta se utilizaba como lugar común ambiguamente integrado al orden republicano. Una evocación de lo bueno, lo sencillo, lo natural o puro y lo autóctono que viene del campo, de los valores y tradiciones culturales de una comunidad campesina, esencializada como blanca, que se integró al imaginario nacional cubano en las primeras décadas del siglo XX.[5]

En todas las zonas rurales del país y las ciudades del interior, la décima devino una parte significativa de la identidad sonora del campo. En tanto una expresión guajira por excelencia, ha sido una manera natural de cantarle a la vida, de sacarle chispas a las cosas cotidianas, una formal manera de desequilibrar el orden que acallaba su identidad, de sacar lo mejor de lo peor, de hacer del humor un antídoto ante la seriedad, el silencio o la irremediable degradación del orden. La jocosidad, la picardía, el doble sentido al rozar lo sexual o lo escatológico, pautan un orgullo de ser que se expresa de manera improvisada y sentida al ritmo de clave, güiro, tres cubano, laúd y guitarra en cualquier guateque o festividad.

Nadie como Samuel Feijóo advirtió cuánto las décimas, junto a las cuartetas, los trabalenguas, dicharachos, adivinanzas y refranes hablaban de los hombres y las mujeres de campo adentro, de sus alegrías y sus miedos, de sus hábitos y formas de relacionarse, de cortejar, de sus creencias en el mal de ojo, los maleficios, sus supersticiones, mitos y leyendas sobre los animales e, incluso, el agua.[6] También, de su cultura oral y práctica, de sus saberes y conocimientos de la lengua, las plantas, las hierbas medicinales, sus recursos culturales para responder a los fenómenos naturales y a los causados por la acción antrópica. En el conjunto de esos patrones psicológicos y sociológicos, figura “caminar por lo chapiao,” para consultar a los curanderos y espiritistas sobre los malestares, los males de amores y los desengaños, como parte de una religiosidad popular, socialmente practicada y colectivamente vivida.

Humberto Lázaro Miranda Ramírez (LAZ), Clavelito, 2017

La materialidad de la creencia en el vaso de agua era un símbolo del poder de convocatoria de la voz del locutor, de su autoridad, y de la fuerza de la fe en lo sobrenatural, los espíritus, los muertos y los seres milagrosos de una gran parte de la población cubana. El carisma del mediador ganó terreno como manifestación de lo maravilloso a través de la creencia metafísica en la transferencia de energías, de fuerzas de voluntad, de pensamiento y de poder. Si a ello súmanos la sacralidad clásica del agua como depósito de los poderes divinos, desde el rito bautismal para la limpieza, la purificación y la sanación, hasta las lágrimas cotidianas para desahogar las penas o sufrimientos y la lluvia para lavar, aclarar y asegurar la fertilidad de la tierra y prodigiosas cosechas, entonces podemos comprender la naturaleza histórico-cultural del poder mágico del agua.

Así lo hizo exquisitamente Daniel Álvarez Durán cuando estudió la fuerza curativa del agua, como estructura profunda, entre los “Acuáticos”, esa comunidad del Valle de Viñales en el occidente de Cuba.[7] Él mostró como desde los años 30, la acción mesiánica de Antoñica Izquierdo, “la loca” para los políticos o “la santa” para sus seguidores, se constituyó en referencia fundacional de una historia sagrada, de la ética de un grupo inspirado en el poder de la “curandera”, en el poder terapéutico del agua por su pureza y provisión de la vida. Esta religiosidad acuática donde el agua es el principal elemento de integración como símbolo y práctica, parte de la creencia de los “Acuáticos” en los poderes sobrenaturales. En la posibilidad de recrear el presente, proyectar el futuro, crear medios de protección. De ahí que constituyan creencias y prácticas de naturaleza sociohistórica con sobrada legitimidad cultural en la religiosidad vivenciada por los cubanos donde se mezclan creencias espiritistas, en los guías o protectores, los ancestros, los muertos, los egguns, los santos y las vírgenes. Prácticas e imaginerías religiosas con una relativa autonomía de las formas confesionales institucionalizadas —fundamentalmente del catolicismo—, que definen elementos comunes de la identidad colectiva de los cubanos.

Al fin y al cabo, Clavelito desarrolló mediáticamente esas creencias religiosas en tanto curandero al pie del micrófono: conectó realidades simbólicas, construyó imágenes-fuerza de la realidad y demostró que las audiencias están vivas, escuchan activamente y no son mudas. Al hacer acuse de recibo de la correspondencia, hacia hablar a los radioescuchas, consultaba, saludaba, compartía revelaciones y bendiciones, mandaba buenos deseos, consejos e inspiraciones para su público. Hablaba de sanaciones y milagros en los que la gente creía, de soluciones y salidas maravillosas para los problemas prácticos de la vida cotidiana y de una sociedad en búsqueda de asideros para sus problemas estructurales. El camino de la fe entre cubanos se manifestaba, con la mediación carismática de Clavelito y la mediatización de la religión, con un ritual productor sentidos compartidos y encantamientos simbólicos de la realidad a través de evidencias materiales o ejemplos concretos de cambios posibles. En otras palabras, a través de mediaciones por reivindicación que, al redistribuir dones o bienes de salvación, ejercían actos de justicia social siempre esperados y apreciados por la cultura popular. Además, Clavelito escribió varios libros entre los que destacaron Hacia la felicidad. Un viaje a través de los astros (La Habana: Cárdenas y Compañía, 1961) y la Enciclopedia de la Felicidad, un texto de consejos y aforismos con toda una filosofía de vida adelantado en décadas a toda la abundante bibliografía de este género.[8]

No se puede soslayar el tránsito de Clavelito por varios y muy exitosos programas haciendo gala de sus dotes como poeta repentista y la firma un contrato ventajoso, pero con severas cláusulas de exclusividad con el dueño de la última emisora para la que trabajó. Los audaces empresarios de los medios de comunicación, incentivaron las ocurrencias lanzadas al aire cuando advirtieron el gran negocio que significaba el control de las audiencias para asegurar ventas por publicidad o patrocinio. Empresarios como Amado Trinidad (RHC – Cadena Azul), Goar Mestre, Ángel Cambó y Gaspar Pumarejo invertían en la promoción de sus negocios y competían descarnadamente entre ellos o se aliaban hasta para ser los primeros en introducir la televisión en la isla.[9] Mestre no daba crédito de cómo el gallito de oro que despidió de CMQ por problemas morales con sus “Horóscopos…” para evitar conflictos con la Iglesia, amplificaba su éxito en la Unión Radio de Pumarejo y Cambó. La institucionalidad mediática estaba regulada por un sediento mercado, el poder de pago de las empresas por concepto de publicidad, la lucha por el rating, la innovación tecnológica y social y algunos esfuerzos reguladores de la competencia. También, por un orden cultural donde los prejuicios sociales hablaban de una moralidad con tufos rancios, corruptos e hipócritas. En medio de esas disputas comerciales y morales entre diferentes actores y grupos de interés, estaban las ondas radiales en relaciones de competencia y complementariedad con la señal televisiva inaugurada desde octubre de 1950. Esta fue de las pioneras en América Latina, tras los intereses se las compañías norteamericanas Dumont y RCA-Victor y una espectacular campaña promocional donde participó hasta el Bárbaro del Ritmo, Benny Moré, que, por cierto, también cantó canciones de Clavelito.[10]

En medio de la incredulidad política, el desencanto y la interrupción golpista del orden republicano, el medio radial encantó apelando a todas las artes y, entre ellas, a las controversias de poetas populares que improvisaban versos con opiniones contrapuestas sobre los mundos de vida de la gente común. Fue un espejo de mundos llenos de significados y sentidos compartidos con esperanza y obtimismo. Intentó operar con efectividad un sistema de organización social de las diferencias culturales. Protagonizó disputas hegemónicas entorno a las formas de representación simbólica, el control los conflictos sociales y la clasificación de las diferencias, que eran muestras de la diversidad, para homogenizar la sociedad como público masivo. Al ponerse en frecuencia, actuar ritualmente, desear juntos buenas nuevas y tomarse un vaso de agua magnetizada, el pueblo/masa se configuraba como una comunidad imaginada con agencia común, comunidad de creencias y de destino redentor o reivindicador. Más allá de una religiosa forma de ser individual, se mostraba una forma de ser colectiva, de pensar, sentir y actuar al mismo tiempo. Las diferencias sociales eran afirmadas en el conjunto de las desigualdades que atravesaban la estructura social y, al mismo tiempo, reconocidas controversialmente por la forma mágico-religiosa movilizada por el carisma del mediador, la señal radial mediatizadora del poder de la fe y la mediatización del liderazgo mesiánico o heroico desde la radio/templo.

La radio devenía como potente medio de manipulación, sugestión, información, significación y comunicación de masas. Y, en el medio, un curandero radiofónico con buenas intenciones que se hizo famoso a nivel nacional y se convirtió en un gran augur mediático tan importante como aquellos famosos babalawos de Guanabacoa. La radio mostró su fuerza como medio y mediadora de la realidad social, como constructora de mundos real-maravillosos y agente de movilización social a partir de la estructura de los sentimientos y significados colectivos. “Usted dirá, Usted dirá: / Que en Cuba pasan las cosas, / Que de la noche a la madrugá”, pero no a cualquier héroe popular le dedica una décima Guillén, ni le canta un danzón la gran Orquesta Aragón,[11] ni una guaracha un trío como el de Servando Díaz porque:

A Clavelito no le da el santo,

pero adivina mucho mejor,

poniendo un vasito de agua

sobre su radio-televisor.

Pida usted lo que desea,

con mucha fe y sin temor,

ya verá cómo le acierta

el bardo adivinador.

De esta sí que no se escapa

ni el platillo volador.

El babalao de Guanabacoa

con Clavelito se quedó chiquito. [12]

 

 

Citas y referencias

[1] Ciro Bianchi Roos, “Papeles privados de Clavelito,” Juventud Rebelde, 21 de diciembre de 2013. <http://www.juventudrebelde.cu/columnas/lecturas/2013-12-21/papeles-privados-de-clavelito>

[2] Miguel Alfonso Pozo fue el autor de la famosa canción “La guayabera”, así como de “El caballo y la montura”, “La rubia y la trigueña”, “Chupando caña” y “El guarapo y la melcocha.”

[3] Valga esta honorable mención para, con los respetos del caso, mencionar que muchas veces el pensamiento crítico y, en particular, cierto marxismo, ha mostrado una gravísima incomprensión de la significación de las culturas populares que han tratado instrumentalmente como “residuos del pasado”. Valga decir que, con la notable excepción de los anarquistas, cuyas acciones políticas partían de reconocimientos y afirmaciones culturales. Jesús Martín-Barbero, De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. Barcelona: Anthropos; México: Universidad Autónoma Metropolitana – Azcapotzalco, 2010.

[4] Clavelito revolucionó el servicio de correos en Cuba marcando un hito histórico como destinatario. Francisco Fernández, “Leyendas milagreras de Cuba: Clavelito”, 23 de septiembre de 2016 <https://www.cibercuba.com/lecturas/leyendas-milagreras-cuba-clavelito>

[5] Consuelo Naranjo Orovio, “La historia se forja en el campo: nación y cultura cubana en el siglo XX”. En Waldo Ansaldi (coord.), Calidoscopio Latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente. Buenos Aires: Ariel, 2004, 367-393.

[6] Samuel Feijóo (ed.), Los trovadores del pueblo: los decimistas cubanos. Santa Clara: Dirección de Investigaciones Folklóricas, Universidad Central de Las Villas, 1960. Samuel Feijóo (comp.), Refranes, adivinanzas, dicharachos, trabalenguas, cuartetas y décimas antiguas de los campesinos cubanos, Vol. 1 y 2. Santa Clara: Universidad Central de Las Villas, 1961-62.

[7] Daniel Álvarez Durán, Los Acuáticos. Un imaginario en el silencio. La Habana: Ciencias sociales, 2002.

[8] Además del ya citado, puede leerse de Ciro Bianchi Roos, “Pon tu pensamiento en mí,” Cubadebate, 1 de febrero de 2019. <http://www.cubadebate.cu/especiales/2019/02/01/pon-tu-pensamiento-en-mi/#.X4hTO9D0k2w>

[9] De hecho, la suspensión de la trasmisión el 5 de agosto de 1952 y la detención policial de Clavelito en plena emisión del programa fue una experiencia que conmocionó a la audiencia que devino en una comunidad doliente. Esta ejerció sus derechos logrando la libertad de locutor y la reposición del programa, aunque ambos no fueron los mismos de antes. La competencia incentivada por los intereses comerciales de la empresa de jabones, detergentes y perfumes Sabatés S. A., que era propiedad de la norteamericana Procter & Gamble, desató una campaña en contra de Clavelito, el programa y la emisora por deslealtad al código de ética y apeló a la Comisión de Ética Radial, a la Asociación de Anunciantes de Cuba y al Bloque Cubano de Prensa. Se unieron a la campaña otros dos grandes poderes de la época: la Iglesia católica y el Colegio de Médicos. Estos lograron la intervención de la Dirección de radio del Ministerio de Comunicaciones en nombre de la civilización, la moral y el orden social.

[10] Su versión de El caballo y la montura, musicalizada por Damaso Pérez Prado, fue muy famosa en México a partir de películas como «Novia a la medida» (1949) donde la interpretó y bailó junto a Amalia Aguilar: <https://youtu.be/bPG0bIaBNQA>. Sobre la televisión, véase: Benny Moré, “Ensalada de Mambo” <https://youtu.be/sqk9yj7SoUI>.

[11] “Agua de Clavelito”, Orquesta Aragón, Sabrosona (2010), <https://youtu.be/NLFUmCwx3Do>. Además, le recomiendo las versiones de Johnny Pacheco y Héctor Casanova, Los amigos (1979) <https://youtu.be/cIujVB9ZFJs> o, la más contemporánea, de Jesusito, El Gigante del Timbal (2006), <https://youtu.be/_56VxddowMA>

[12] Escuche la guaracha del trío de Servando Díaz, por favor:  <https://youtu.be/A0tOKKQE_Ks>.

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